domingo, 20 de septiembre de 2015

El Ictus IV: Epílogo

Ahora han pasado más de dos años desde el ictus, y la verdad es que sigo bastante mal. He recuperado algo de movilidad en las piernas, pero mi brazo izquierdo sigue paralítico, con lo que sigo con dificultades para la vida diaria e imposibilitado para trabajar. Con todo, voy disfrutando algo de la vida, tampoco mucho, a pesar de los esfuerzos de mis hijos, de Milagros y de Teresa.

El primer cuidado que tiene que tener el que ha sufrido un ictus es el de evitar que se repita. Para ello, como dije antes, hay que vigilar el peso, la tensión arterial, el colesterol y los triglicéridos. Con eso, sería raro que se presentara. Yo me he arrepentido miles de veces de no haber hecho esas previsiones. Es mil veces preferible sacrificarse un poco y no tomar una apetitosa carne grasa, o ingerir una pastilla para la tensión, que pasar meses o años con una invalidez. Esta es una curiosa batalla en la que el que huye es el vencedor. La factura es excesiva.

Si hay que convivir con el mal, debemos buscar un buen cuidador o cuidadora. Eso es lo esencial para no desesperarse y para tener algo de calidad de vida. Con esa persona tenemos que perder toda vergüenza o pudor, pues eso sería un grave inconveniente y un obstáculo para conseguir la poca dicha que se puede tener después de un ictus. Todo lo que sea actividad o movimiento, sea físico o psíquico es favorable, al igual que el descanso y el sueño. La compañía de amigos y familiares creo que es el mejor tratamiento, además del médico.

Respecto al amor no sé qué decir. Braulio diría que sí, pero yo mas bien aconsejo que no. Un bien llevado hedonismo puede ser más práctico.

A veces me he preguntado: ¿Tendrá alguna finalidad esta enfermedad tan mala? No lo creo. No creo que ninguna enfermedad la tenga. La interpretación punitiva de la enfermedad, interpretada como castigo divino, yo creo que ya no convence a nadie, aunque docenas de veces he oído en el hospital la frase: ¿Qué habré hecho yo, Dios mío, para merecer esto? Frase que siempre me pareció ingenua, pero que yo mismo dije para mí alguna vez cuando sufría tanto con el Ictus. Hay que recurrir a la sabia frase: “Ignoramus, ignorabimus”. Al fin, sólo queda la frase preferida de Ángel:

-        Vaya papeleta que tenemos, compañeru…

A la que yo solía responder:

-        A ver cómo vamos saliendo de esta…

Ángel, optimista contestaba:

-        De otras peores hemos salido.

Yo asentía y la esperanza, que todo lo suaviza, nos inundaba y hasta sonreíamos.

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