miércoles, 4 de abril de 2007

De afasias y corrientes eléctricas

Dice Jimenez Lozano en su artículo “Tristuras de Otoño”(ABC, 23-XI,03), que el médico de Molière que diagnosticó afasia a una niña que no podía hablar, se limitaba a hacer descripcionismo, o sea, a decir eso mismo, el hecho de no poder hablar, pero con otra palabra. Se refiere después a las tautologías, es decir a la repetición de un mismo pensamiento expresado de otra manera.
Sin duda el gran escritor, lógicamente de acuerdo con su oficio y su linaje, aplica
criterios etimológicos a la palabra “afasia” (“sin hablar”), con lo que nada hay que
objetar a sus razonamientos. Sin embargo, los que desde hace tiempo nos dedicamos al
estudio de las afasias y tenemos un oficio clínico, podemos pensar que el diagnóstico del médico francés era algo más que descripcionismo, y no creo que pueda considerarse una tautología. Esto me salió de ojo cuando leía y disfrutaba la ya mencionada tercera del ABC.
En el lenguaje médico y también en los diccionarios al uso, se llama afasia a la
imposibilidad (o gran dificultad) para hablar, pero con la condición de que este
transtorno reconozca un origen cerebral. No es pues afasia sinónimo de mudez o de mera imposibilidad de hablar. El afásico tiene conservados los órganos de la fonación, y - en la mayoría de los casos- también las vías motoras nerviosas que van desde el cerebro a los nervios. Igualmente conserva en perfecto estado dichos nervios periféricos que desde la base del cráneo llevan las órdenes verbales a las cuerdas vocales, al paladar blando, a la lengua y a los labios. Al afásico le falla la búsqueda y la organización de los vocablos adecuados. Puede incluso tener un lenguaje interior conservado, pero será incapaz de elegir la palabra que corresponde a cada idea. No es raro que un afásico, al enseñarle un bolígrafo y preguntarle cómo se llama, nos responda con una palabra que nada tiene que ver y que carece de sentido, por ejemplo “cicha”. Otras veces puede entreverse una lejana relación, y nos dirá vg. “bolfo” y -en casos- puede haber alguna remota relación de asociación, y dice:” escrijo” acordándose de que sirve para escribir. En algunos casos el paciente no encuentra ninguna palabra, aunque se nota que las busca y las quiere decir y en otros el enfermo habla en una jerga absolutamente incomprensible. Esto es obviamente distinto de una imposibilidad para hablar causada por una inflamación de las cuerdas vocales, por una faringitis, por una parálisis de la lengua, o simplemente por una traqueotomía.
Hay muchos tipos de afasias y aún más tipos de clasificaciones, por lo que en
conjunto son un auténtico galimatías. Cada neurólogo de fama ha propuesto la suya
propia, con lo que se ha llegado a un laberinto del que no se sale ni con el hilo de
Ariadna, pues termina enredándose también el hilo. Sin embargo, lo que sí es claro es
que hay un lugar en el cerebro, en la zona fronto-temporal izquierda, que es donde se
eligen los vocablos correspondientes a cada idea, y cuya lesión produce el tipo más
común de afasia, la llamada afasia motora o motriz, en la que el paciente es incapaz de
expresarse.
Hace ya tiempo que mantengo que las ideas no son sino corrientes eléctricas que
circulan por nuestros circuitos cerebrales. La corriente eléctrica que constituye nuestra
idea de “mesa” o de “Zidane” ha de encajar con otra corriente que es la orden que hace
pronunciar dicha palabra a los órganos fonadores. No es difícil que encajen puesto que se aprendieron juntas, unidas. El acoplamiento de ambas descargas eléctricas es lo que
probablemente se hace en el área fronto-temporal izquierda antes mencionada, la del
lenguaje hablado, también llamada área de Broca porque este cirujano francés, ya en
1861, observó que un conserje que en sus últimos años sólo podía pronunciar una única
palabra (palabra-émbolo), tenía una grave lesión en esta área, como reveló la autopsia. El propio Broca, dos años más tarde, confirmó su deducción con un caso semejante.
En resumen, que si el médico de Molière diagnosticó afasia, no hizo un maltrabajo, pues ya llegó, cuando menos, a un diagnóstico topográfico, localizando la lesión en el cerebro; aunque resulta poco probable que dicho médico de Molière usase esta palabra “afasia” pues, según creo, fue introducida (al menos en el lenguaje médico) por Trousseau, quien vivió en la primera mitad del siglo XIX , en tanto que Moliere lo hizo en el XVII, casi dos siglos antes de que el vocablo fuese empleado por los médicos.

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