miércoles, 4 de abril de 2007

De reyes, escrófulas y países

Una de las ventajas de estos días de fiestas es que se puede leer el periódico con calma y detenimiento y fijarse en los detalles y en las minucias. Tal me ocurrió a mí con el artículo del señor Gracia Noriega en el que leo: «Lástima que sólo a los reyes de Francia les correspondiera imponer las manos y curar las escrófulas». Esto, así expresado, es inexacto, pues también los reyes de Inglaterra y Escocia fueron grandes «tocadores»; incluso es probable que ejerciesen este curioso método de intención sanadora antes y con tanto o más entusiasmo que sus vecinos franceses.
El escrofulismo era y es una forma de tuberculosis que afecta a los ganglios linfáticos, que aumentan de tamaño, se hacen visibles y pueden incluso abrirse al exterior dejando salir el pus tuberculoso. Era frecuente en la Edad Media, y en Gran Bretaña se le conocía como «mal de rey». Durante siglos, tanto en Francia como en Inglaterra, se pensaba que el rey tenía poder para curar la enfermedad por el simple tacto, de ahí su nombre. Carlos II de Inglaterra «tocó» un promedio de cuatro mil pacientes cada año.
Como dice Bishop, refiriéndose a Gran Bretaña: «La cura era realizada solemnemente y estaba regulada por un protocolo especial comprendido en el Libro de Plegarias. Cada paciente recibía una moneda de oro o "pieza de toque", y alguien hizo notar que algunos eran curados del mal del rey, aunque no tenían otro mal que la pobreza». Quizá por la misma razón se decía en Londres, refiriéndose a esta costumbre, que «lo que no cura el soberano, lo cura el medio soberano».
Esta práctica supersticioso-terapéutica tiene raíces antiguas. Plinio afirma que Pirro, rey del Épiro, tenía el poder de curar el «mal de bazo» (esplenomegalia, frecuente en enfermedades infecciosas) simplemente con tocar al enfermo. Tácito asegura que Vespasiano curó a algunos ciegos con este método, que también fue usado con éxito por Adriano en la hidropesía.
El mundo cristiano sabe de la curación de leprosos después de ser tocados por las manos de Cristo. Si el rey lo es por derecho divino y su poder emana de Dios, quizá le corresponda al monarca algo del poder sanador milagroso referido a las manos. Tal vez sea éste el «fundamento» de tan curiosa costumbre.
Según Santo Tomás de Aquino, esta facultad terapéutica arranca en Francia de Clovis, que «tocó» con éxito a su paje Leonicet. Los ingleses afirman que es prerrogativa suya propia y que sólo se transmitió a Francia por herencia colateral, a través de unos parientes de los reyes de Inglaterra que reinaron en Francia.
Eduardo III el Confesor (que reinó en Inglaterra del 1042 al 1066) practicó gran número de «toques reales». El pueblo decía que a este rey, pío y virtuoso, se le había aparecido San Pedro y le había dado un anillo milagroso. Lo cierto es que el monarca hizo construir la abadía de Westminster en honor de este santo.
Las ceremonias tenían lugar -preferentemente- tras las coronaciones reales. La mayoría de los médicos eran más bien escépticos acerca de la eficacia del procedimiento, pero casi todos registraban cierto número de curaciones reales. El gran cirujano inglés Wiseman escribió hacia 1676: «Yo mismo he sido testigo presencial de centenares de curas efectuadas por el simple toque de Su Majestad, sin ninguna ayuda de la cirugía», si bien el mismo Wiseman recomendaba el tratamiento quirúrgico cuando no había un rey disponible.
Esta curiosa costumbre perduró hasta bien entrado el siglo XIX. El gran cirujano francés Dupuytren acompañó al rey Carlos X al Hospital Saint-Marcoul, en Reims, donde el 31 de mayo de 1825 el rey tocó a unos 125 escrofulosos, de los que cinco curaron en el curso de los tres meses siguientes.
En Gran Bretaña el hábito decayó con Guillermo de Orange, que «tocaba» muy poco, probablemente por su escepticismo hacia el método, ya que cuando lo empleaba, decía por lo bajo al paciente: «Dios os conceda más salud y mejor juicio.

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