miércoles, 4 de abril de 2007

Otoño

No sólo se caen las hojas. También los paisanos, que todos somos biología y tenemos que acatar sus inextricables leyes. Noviembre es el mes con más suicidios, y también uno de los de más muertes por cualquier otra causa. No en vano empieza con días dedicados a difuntos y al dudoso más allá.
El hombre posee y conserva genes antiguos, sigue la ley de la Naturaleza, y parece tener un atavismo que le lleva a seguir el camino de las hojas: en Noviembre finamos y nos vamos.
Lo de los suicidios parece explicable. El otoño, la melancolía, los ocres, “les feuilles mortes”, la lluvia, la saudade...También hay razones biológicas. La luz es un buen estimulante de la vida, ya se ve en las plantas, y también en los animales, probablemente a través de la glándula pineal y de la cacareada melatonina. Los pueblos tropicales, inundados de luz y color, son más alegres, vitales y festivos que los polares, que viven entre grises oscuros y no salen de los tonos
pálidos. La luz también favorece la actividad sexual. Una caribeña se hace mujer dos o tres años antes que una escandinava, y las gallinas ponen más huevos cuantas mas horas de luz tienen. Así están las cosas. Habrá que iluminarse.
Cuando la luz empieza a faltar, como en otoño, la vida decae, y quizá por ello Noviembre es un mes tristón y que tira algo a ciprés. Algunas veces el veranín de san Martín nos da un respiro, pero hay años que ni eso. Hasta el propio San Martín debe andar escaso de melatonina. Todos en crisis. Como siempre.
Decía un torero que lo mejor es acostarse mediado el otoño y no levantarse hasta la primavera, o sea hasta la temporada taurina. Una vez más parece que algo tiran nuestros genes atávicos, que tratan de acercarnos al lagarto, a la tortuga o al oso pardo, que padecen ¿o disfrutan? el letargo invernal.
Algunos días de otoño sí que apetece aletargarse un poco. No es mal consuelo ni mal letargo el que sigue a una suculenta fabada o a un reconfortante pote. Tampoco sería torpeza, en los fríos y lluviosos días del bien entrado otoño, dejarse llevar por el dulce letargo de la siesta, costumbre que, por cierto, ahora nos copian por doquier, después de haberla vituperado con saña.
Los altos ejecutivos yanquis acaban de descubrir las bondades del “sueño meridiano”, -como llamaba Feijóo a la siesta- casi al tiempo que las del jamón de Jabugo o las del vino tinto.Al final vamos a tener razón en algunas cosas. Lo que no sé es si nos la querrán dar.

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