miércoles, 4 de abril de 2007

Las clases de don Ramón Velasco

Hace más o menos treinta años, los que vivíamos a orillas del Cantábrico y queríamos hacernos médicos, nos veíamos forzados a trasladarnos a Valladolid. No había aún Facultad de Medicina en Bilbao, ni en Santander, ni en Oviedo, por lo que asturianos, vascos y montañeses llegábamos, con la estrenada mocedad a cuestas, a la Valladolid de la época. Una Valladolid de curas y militares, de olor a Tafisa, de tranvías y de ferrocarril a Rioseco (¿por qué Medina siempre ha sido la del Campo, y nunca la de Rioseco?), de trigo en la Huerta del Rey, de merinas ramoneando en las eras de fuera el puente, de braseros que encendían mujeres en bata y zapatillas en las mañanitas de invierno, por los soportales de la Plaza Mayor, de Fuente Dorada, de Ferrari, y un poco por doquier.
Al llegar a aquella Valladolid, de nostalgia y de añoranza, los estudiantes forasteros que empezábamos a frecuentar las aulas del Prado de la Magdalena aprendíamos en seguida algunos saberes. Nos enterábamos, por uno u otro conducto, que en «el socia» o en «el onsurbe» se tomaba un vino con tapa por una peseta; que en «los vizcaínos» se comía por veinte; que en Portugalete, o en el Val o en el Campillo, al amanecer, se podían ganar diez duros descargando camiones; que en «el Castilla», Eugenio despachaba un blanco superior...
Y en la Facultad, en seguida te enterabas de que don Antonio Pérez Casas, el flamante catedrático de Anatomía, solía suspender en junio a1 80 por ciento de los alumnos; de que don Emilio Romo no le iba muy a la zaga y de que los pocos que lograban pasar a tercero se encontraban con la Patología General, y con su catedrático, don Ramón Velasco, autor del célebre «ladrillo», libro así llamado por su continente (pues era un voluminoso volumen) pero no por su contenido, que era leve, ligero y de fácil lectura y digestión.
En aquella época, los estudiantes forasteros íbamos poco a clase. Acudían más asiduamente los de Valladolid, quizás por la presión familiar, de la que carecíamos los foráneos. De mí, sé decir que -siguiendo la mentada costumbre- asistía a pocas clases. Fui a las de Pérez Casas (a las que aún acudo con deleite) pues eran didácticas, rigurosas, entrañables, llenas de interés por el alumno, de claridad expositiva y de calor docente. Las de Beltrán de Heredia, serias, serenas, esquemáticas, que eran -y son- un modelo de cómo enseñar ”lo que hay que saber”, ni más ni menos, lo que de verdad es útil, práctico y eficaz. Las de Carlos Almaraz y las de Sisinio de Castro, ambas clínica pura; las de Olegario Ortiz, amenas y sentidas, y... las de don Ramón Velasco.
¡Ah!, las clases de don Ramón. Entraba en el aula a las diez, y se ponía la bata blanca. La distinción y la elegancia las llevaba siempre puestas. Los alumnos, en aquellos tiempos, nos poníamos de pie cuando el profesor entraba. Don Ramón comenzaba y se hacía el silencio.
Lo que don Ramón nos transmitía era más que una clase; era el saber médico hecho magisterio, la sagacidad clínica hecha docencia, la elocuencia hecha claridad y sencillez, la dicción hecha belleza, la lengua castellana hecha maravilla...
Don Ramón, más que hablar declamaba discretamente, mientras nos ofrecía un puro destilado de lógica, de razón, y de arte de curar.
Recordar a don Ramón es recordar su palabra, su facundia, su buen decir, su castellano acendrado, su peculiar acento...
Hoy, querido don Ramón, estoy gozosamente seguro que en los brumosos valles de Vasconia, en las verdes vegas de Cantabria y en los bravíos acantilados de las Asturias, más de un médico cabal y entero, antaño estudiante en Valladolid, al saber que ya te has ido, no podrá dejar de recordar su mocedad y tus clases, y en sus oídos sonará de nuevo tu voz, tu dicción, tu verbo, que –gracias sean dadas a Dios- siguen en nuestra memoria.

2 comentarios:

  1. Siendo nieto de Ramón Velasco (el divino), es un orgullo leer este artículo. Muchas gracias.

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  2. Hoy por casualidad, sentado ante el computador y buscando a un amigo en Internet, que por casualidad se llama como yo, he encontrado este articulo, tan bien redactado por alguien que en vez de medico parece un escritor.

    Me ha hecho revivir mis recuerdos de Ramon de tal forma que me parecia verlo ante mi, en su consulta de Valladolid con su bata blanca y su mirada intensa y azul.
    Ahora lamento no haber estado mas cerca de el.

    Pero entonces yo era demasiado joven para darme cuenta cuando acompanaba a mi padre desde Barcelona a visitar a su hermano en Valladolid.

    Si, el tambien sigue vivo en mi memoria.

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