miércoles, 4 de abril de 2007

Recuerdo del Prof. Pérez Casas

Se cumple el primer aniversario de la muerte del profesor Pérez Casas, catedrático de Anatomía Humana de la facultad de Medicina e hijo adoptivo de Oviedo. Fue don Antonio Pérez Casas uno de los pocos catedráticos que vivió casi exclusivamente dedicado a la Facultad, a la investigación y -por encima de todo- a la docencia de sus alumnos y discípulos amados. No hay la menor hipérbole en decir amados, pues creo que nunca hubo maestro que tanto sintiera que la enseñanza, para ser de verdad noble y completa, ha de ir unida al amor, a la amistad que nace y se desarrolla entre docente y discente, entre profesor y alumno, entre maestro y discípulo.
Siempre he tenido para mí que no es lo mismo el profesor que el maestro y así lo he manifestado en alguna otra ocasión. El profesor expone y transmite los conocimientos concretos de una determinada disciplina. Ordena la lección y la dispone para que sea recogida y asimilada por el alumno. Emplea la palabra, el esquema y los métodos audiovisuales. El maestro es algo distinto, porque a los conocimientos, a la exposición, a la lección, añade cariño, vida y deseo de que el alumno aprenda y se forme. El maestro enseña cuando habla y cuando calla. Enseña con su mirada, con sus gestos, con su ánimo, y hasta con sus cambios de humor. Una alteración, apenas perceptible, en el tono de voz, un fulgor que aparece brevemente en sus ojos, una leve indicación de sus manos, enseñan más al discípulo atento y compenetrado con su maestro que lecciones, libros y tratados. Por eso decía Marañón que el maestro no enseña cosas, enseña modos, y yo me atrevería a decir que si el profesor enseña ciencia, el maestro enseña estilo.

Un extraordinario profesor

Fue, Pérez Casas, expertísimo y extraordinario profesor. Sus lecciones eran modelo de orden, método y claridad. Eran lecciones organizadas, vertebradas, didácticas, en las que cada idea, cada nuevo conocimiento, se fundaba en el anterior y predisponía para el siguiente. No podía ser de otro modo, pues don Antonio conocía como nadie la anatomía humana y muy especialmente la del sistema nervioso. Un día, en una lluviosa y desapacible mañana del invierno asturiano, me dijo con un punto de vergüenza: «José María, podría decir en todo momento y sin ninguna preparación cualquier lección de Anatomía...» Bien lo sabía yo, que le había oído hasta tres veces la misma lección todos los días, sin el menor asomo de fatiga, ni en él ni en los alumnos, y sin ayudarse jamás de esquema conductor alguno, ni siquiera de un breve guión orientador.
A la vuelta de 30 años de haber cursado las Anatomías con don Antonio, en la Facultad de Valladolid, por azares de la vida, volvimos a coincidir ambos en la Facultad de Oviedo, no hace más de 3 ó 4 años. Disponía yo entonces de algún tiempo libre durante las mañanas, y decidí volver a oír las clases de don Antonio. A los cuarenta y tantos años repetí la Anatomía dos y volví a deleitarme con sus clases, preñadas entre otras muchas virtudes de clase, calidad y cariño. Tal era su vocación profesoral que un día, creo que en uno de los muchos viajes que hicimos desde Oviedo para asistir a las sesiones de la Real Academia de Medicina de Valladolid, entre la nieve y la ventisca del puerto de Pajares, me dijo: «Si pudiera elegir el momento de mi muerte, pediría que fuese durante una clase». Quería, como buen soldado, morir con las botas puestas.
Pero si inconmensurable fue su dimensión como profesor, infinita fue su proyección como maestro. Nadie que le haya conocido, siquiera someramente, puede dudar que después de su querida esposa doña Esperanza lo que más amaba don Antonio en este mundo eran sus alumnos, sus colaboradores, sus discípulos.
Puede ser oportuno recordar ahora que a los pocos días y aún horas de comenzar el curso ya conocía a buen número de sus alumnos por su nombre y apellidos, que por Todos los Santos ya estaba enterado de los que estudiaban y de los que no, que para Santo Tomás ya sabía de qué pie cojeaba cada cual y que por San José tenía conocimiento acabado no sólo de cada alumno, sino hasta de las parejas que se hubieran ido formando durante el año. Para San Isidro todo el curso era ya para él nítido y transparente, sin enigma alguno, claro como el agua clara. Nunca olvidaré la última clase que dio a nuestro curso, el primero que tuvo como catedrático, en junio de 1963. Terminó el último tema y se adentró en el campo de la educación universitaria, y de la moral médica, dándonos unos consejos, que -de seguirlos- intachable sería la conducta de los que los oyesen. Al comenzar a despedirse del curso, le embargó la emoción, el sentimiento se adueñó de él, se le quebró la voz y brotaron abundantes las lágrimas. No pudo terminar aquella lección. Abandonó momentáneamente el aula y regresó, ya sosegado, a los pocos minutos. Un espontáneo y atronador aplauso le recibió. Terminó su despedida cuajada de reglas y normas éticas y salió acompañado por otro aplauso que me pareció interminable.

Aptitud y vocación

Don Antonio había nacido para la docencia, y tenía las condiciones precisas para esta noble actividad, entre las que sobresalían a mi juicio dos: la aptitud y la vocación.
Respecto a la aptitud, es clara su trayectoria. En 1949 comienza su labor docente como profesor ayudante de clases prácticas, en la Facultad de Medicina de Valladolid. En 1960 obtiene la cátedra en esa ciudad, y después, en 1973, la de Oviedo, donde crea y consolida la Facultad de Medicina. Desempeña en estos años, especialmente en Oviedo, distintos cargos académicos siempre en relación con la docencia.
Su acabadísimo conocimiento de la materia que impartía quedó patente no sólo en sus clases y conferencias, sino en sus publicaciones, básicamente libros y artículos. De los primeros, uno vio la luz en Alemania: Der Anatomische aufbau der Peripheren Neurovegetativen System, y 5 en España, siendo de destacar su “Morfología, estructura y función de los centros nerviosos”, obra erudita y monumental, una de las mejores, si no la mejor, de cuantas se han escrito sobre el asunto; libro que alcanzó 3 ediciones. Es también de destacar la “Anatomía funcional del aparato locomotor y de la inervación periférica”, reimpresa en 5 ocasiones.
Publicó más de 120 trabajos, entre ellos 4 en Alemania, 5 en Inglaterra y EE UU, 8 en Francia, y alguno en Polonia y Checoslovaquia.
Dirigió más de 115 tesis doctorales, y entre los doctorandos que recibieron su orientación y enseñanzas se encuentran importantes figuras de la medicina española.
En cuanto a la vocación, decía Pedro Pons que el maestro vocacional no ama la soledad, sino la vida en medio de sus colaboradores. Nada cumple y cuadra mejor a don Antonio, que tanto gustaba de la compañía de discípulos, que eran también sus amigos. La vocación, dice el mismo autor, implica generosidad, y, llegados a este punto, ¿qué decir de su generosidad para con todos, pero muy especialmente para con sus alumnos? Sus casas de Valladolid y de Oviedo siempre estuvieron abiertas para cualquiera que fuese o hubiera sido alumno o colaborador suyo. Algunos hubo que vivieron en su casa durante todo un curso, de forma totalmente desinteresada y sin que mediara relación alguna de parentesco o de otro tipo. Inolvidables eran las paellas de los jueves, en las que el matrimonio Pérez Casas-Bengoechea nos ofrecía a alumnos, colaboradores y amigos no sólo el sabrosísimo y castizo plato, precedido de abundantes entremeses, sino lo que era más importante, su conversación, su compañía, su amistad, su consejo, su ayuda. No sabía uno qué admirar más, si la diligencia y actividad de doña Esperanza, que dejaba el microscopio a las dos y media y a las tres ya tenía dispuestos mesa y manteles, paella y entremeses, aperitivos y cafés para más de una docena, o la profunda generosidad del matrimonio, generosidad que latía tras aquellas entrañables comidas, sobremesas y tertulias, siempre breves por el agobio del trabajo pendiente.

Bondad exquisita

¿Será preciso recordar aquí la ayuda que don Antonio prestó siempre a los cientos de doctorandos que a él se acercaron en busca de consejo y orientación? Me consta, y así lo manifiesto, que en muchos casos la ayuda que prestó don Antonio fue aún más lejos, llegando a interpretar datos, buscar bibliografía, o incluso redactar pasajes difíciles.
¿Será preciso mencionar la bondad y educación exquisitas que impregnaban todos sus actos, aún los más triviales?
Quizás nada de esto sea necesario. Todos los que fuimos sus alumnos llevamos dentro, sin duda en un menor grado que él, esa corriente de amistad, respeto y cariño que fluye, que debe fluir, entre profesor y alumno, esa corriente que define y ennoblece la enseñanza, esa corriente que le hacía exclamar a Sócrates: «Yo no puedo enseñar a quien no es mi amigo».
Ahora, por desgracia, ya no tenemos a don Antonio entre nosotros.
Inspirándome en Machado, diría:

Ya se ha ido el maestro
con la luz de la mañana
¿Murió? Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara
y hacia otra luz más pura
partió en silencio con la luz del alba.

Ahora, don Antonio, probablemente estés ya en el reino de la luz y de la sabiduría, que, si es que existe nadie, ha merecido disfrutarlo tanto como tú. Ahora, sin duda, ya lo sabes todo, ya has resuelto las dudas científicas y humanas que tanto te preocuparon. Ahora; es seguro que ya conoces la anatomía de las cualidades que derrochaste en vida. Por ello, si pudiéramos hablar sólo un minuto te preguntaría:
Don Antonio, ¿en qué parte del cerebro está el sueño que revolotea sobre los párpados del niño?, ¿en qué centro nervioso se encuentra el cariño?, ¿en dónde la ternura, en dónde la amistad? ¿Qué vías siguen, don Antonio, los sentimientos nobles? ¿Qué fibras conducen la elegancia espiritual? ¿Cuál es el cordón nervioso que sirve de camino a la virtud? ¿En dónde está escondida la generosidad? ¿Por qué se siente, don Antonio, tanto amor a los discípulos?

2 comentarios:

  1. que bonito!!
    mi profesor de Anatomía recuerda mucho al Profesor Pèrez Casas y sólo maravillas!!
    que envidia tengo a los afortunados que le tuvieron de profesor!
    P.D: aunq del mío no me quejo! tuvo que heredar algo de él asi que gracias Profesor Pèrez Casas!

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  2. Fue mi profesor de Anatomia I en Valladolid ( curso 1963 - 64, creo). No voy a hacer aquí un panegírico sobre la "grandeza" del profesor Casas ( como lo llamábamos los estudiantes)puesto que no tuve con él más trato que la pura relación profesor - alumno, sin pasar de ahí. Y, de la misma forma que digo que era bastante "hueso", digo tambien que no he conocido a ningún otro profesor entregado como él en cuerpo y alma a la docencia. Si interesa a alguien, puedo referirle una anécdota muy explícita que se produjo, en ese sentido, el año en que "dí" Anatomía I con él. Bartolomé Lladó ladotul@hotmail.com

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