Doña Paula era una mujer muy piadosa. Llevaba casada unos treinta años y en todo ese tiempo nunca había faltado a la misa mañanera ni al rosario vespertino de su parroquia. Mantenía excelente relación con el clero local y hasta se apellidaba Iglesias Santos, de lo que se sentía muy orgullosa. Le parecía que eso la acercaba a la santidad.
Julián, su marido, en cambio, tenía hacia los asuntos religiosos un escepticismo socarrón que a veces sacaba de quicio a su mujer.
-Pero bueno, Paula, si Dios hizo el sol, la luna y las estrellas el cuarto día, ¿qué coño de luz hizo el primer día? ¿Las bombillas?
Doña Paula no sabía qué responder, iba a contárselo al confesor y al día siguiente le repetía a su marido las abstrusas explicaciones que había recibido.
-Pero si todo es confuso, Paula; vamos a ver: en el otro mundo ¿no te dicen ya inmediatamente después de muerto si vas a ir al cielo o al infierno?
-Si, claro
-Entonces ¿para qué está el juicio final? ¿Hay que esperar al fin del mundo para ir al cielo o te vas ya recién muerto? ¿Llevan algunos muertos esperando mil años sin saber a dónde ir? Eso sería peor que los juzgados o las listas del seguro. A ver si nos aclaramos.
Cuando doña Paula, tras la visita a la parroquia, había logrado una respuesta más o menos coherente, Julián ya tenía preparada la siguiente:
-Si no hay que preocuparse por las cosas de este mundo, como dice el evangelio, ¿por qué los obispos se meten en política? A ver, ¿por qué? ¿No tienen que dar ejemplo? ¿No es la política asunto mundano? ¿Qué me dices de Setién?
Doña Paula, quizá para compensar lo que sufría con las preguntas de su marido, mantenía y alentaba -casi en secreto- dos pequeñas pasiones, el orgullo de sus apellidos y el de un incipiente feminismo. Contra las dos combatía Julián con sus armas predilectas: la ironía y la reducción al absurdo.
-La religión siempre ha discriminado a la mujer, Paula. ¿Quieres que te lea algún párrafo de la Biblia en el que se cuenta cómo hombres religiosos repudian mujeres como si tal cosa? A ver, ¿por qué no hay mujeres curas u obispos?, o un Papa mujer, a ver ¿por qué?
Doña Paula no supo qué contestar.
Pero la cosa pasó a mayores cuando, casi sin querer, Julián criticó los sagrados apellidos de su esposa:
-Tus apellidos son como los demás, Paulita. En realidad son los que ponían en los hospicios a los niños abandonados. Son apellidos incluseros. Eso no es nada malo, pero tampoco es para estar tan orgullosa.
Doña Paula se quedó pensativa. Nunca lo hubiera supuesto, y sin embargo, no carecía de lógica. Trató de enterarse. Efectivamente, en hospicios de Galicia y de Asturias habían dado el apellido Iglesias a muchos niños expósitos, y en Badajoz, Cádiz, Vizcaya, Madrid, Sevilla, etc., el de Santos. En otras ciudades ocurría algo parecido con apellidos del estilo: San José en Valladolid, San Emeterio en Santander, etc.
Doña Paula estuvo unos días triste y apagada. Había perdido, casi de repente, uno de sus grandes orgullos, pero afortunadamente reaccionó bien. Ahora iba muchos días al hospicio y llevaba regalos para los niños, mayormente cosas de comer. Julián lo aprobaba sin reservas.
-Mejor esto que tantas misas y rosarios, decía con satisfacción.
Publicado en "La Nueva España" el 13 de Agosto de 2007.