Yo acababa de regresar de Suiza. Había terminado la carrera dos meses antes, y cuando tuve el resguardo del título en el bolsillo me fui a Basilea con una carta de recomendación para el neurocirujano de allí. Como no llevaba contrato de trabajo los suizos me largaron sin contemplaciones, a pesar de que era médico, joven y robusto; no como en España, que entra y se queda quien quiere. El caso es que volví a Oviedo algo desilusionado. Mi madre me dijo:
- Lo que tienes que hacer es ir a trabajar con Obrador en Madrid. Te recibirá bien pues era amigo de tu padre.
No contesté, pero el proyecto no me hacía gracia. Madrid me parecía una ciudad demasiado grande y complicada. De Obrador había oído que pasaba visita con veinte médicos detrás, y lógicamente suponía que yo haría el veintiuno; también se decía que tenía un mal genio insufrible. Sin embargo el tono de mi madre había sido claro y seguro. Era una mujer inteligente y conocía el ambiente médico, por lo que no eché el consejo en saco roto.
Recuerdo que acababan de inaugurar la cafetería San Remo, cercana a mi casa, y me fui allí a tomar algo y a pensar en el asunto. Antes miré el número de teléfono del domicilio de Obrador. También recuerdo perfectamente que le llamé desde la cafetería. Serían las nueve de la noche. Cogió él mismo el teléfono y ciertamente estuvo amable.
- No necesitas carta de presentación. Ven el sábado a La Paz y allí charlamos.
Allí empecé el mismo sábado a trabajar. Estuve cuatro años y aprendí la base de lo que fue la neurocirugía que ejercí durante más de cuarenta años.
***********
Hace poco, el pasado día 16 de Noviembre del año pasado (2011), Sixto Obrador, si viviera, habría cumplido cien años. El ilustre médico nació en Santander y allí pasó sus primeros años. Fue el único hijo de Sixto Obrador, Jefe de Estación de esta ciudad del llamado ferrocarril de la Costa o del Cantábrico –que enlazaba con Bilbao-, y de Luisa Alcalde, ama de casa y excelente cocinera.
El padre era un hombre simpático y extravertido, muy conocido y querido en la ciudad, que tenía infinidad de amigos por los frecuentes favores que siempre estaba dispuesto a hacer a los viajeros. El hijo sólo heredó parte de ese carácter, pues tenía mal genio. En una ocasión, me dijo Severo Ochoa, su gran amigo, que Obrador era muy simpático. Yo le hice notar que tenía mucho genio y un “pronto” temible. Me dijo que sí, que tenía genio, pero que era simpático. No es que sea imposible ese binomio, pero probablemente sacaba el genio en el hospital y reservaba la simpatía para los amigos.
Estudió el bachiller en el que se consideraba mejor colegio de la ciudad, el Cántabro, trasladándose después a Madrid para cursar Medicina. Parece que su vocación fue clara, pues no tuvo dudas ni veleidades en la toma de esta decisión. Terminó la carrera en 1933, año en el que Hitler fue nombrado Canciller de Alemania y las mujeres españolas ejercitaban por primera vez su derecho de voto. Fue estudiante de aprobado y notable. No perdía curso pero tampoco destacaba por sus calificaciones.
Cuando terminó la carrera empezó su formación en Medicina y especialmente en las ciencias neurológicas. Tuvo a los mejores maestros: Jiménez Díaz en Medicina Interna; Rio-Hortega en neurohistología; Sir Charles Sherrington y Jonh Fulton en neurofisiología; Gonzalo R. Lafora en neurología; Wilson en cirugía experimental, y Föerster, Cairns, Dott, Dandy y otros en neurocirugía.
Después de la guerra estuvo ejerciendo en México cinco años. Volvió a España y organizó en Madrid varios servicios de neurocirugía. Primero el Instituto de Neurocirugía en un pequeño chalet que habilitó –con E. Ley y P. Urquiza- como clínica. Después los de la Clínica de la Concepción, Hospital de la Princesa (más tarde Gran Hospital de la B.G.E.), Instituto del Cáncer, Clínica del Trabajo, C.S. La Paz y finalmente el Ramón y Cajal.
Como acertadamente dice Castilla del Pino: “la llegada de Sixto Obrador a Madrid es decisiva. Sus relaciones con el mundo anglosajón, su ímpetu incontenible, su capacidad de trabajo poco común, al mismo tiempo que una trayectoria previa de neurofisiólogo y luego directamente de neurocirujano, la campaña de conferencias por todas las capitales de provincia para dar cuenta de las posibilidades de la cirugía específicamente cerebral, hacen que con él la Neurocirugía adquiera en España su identidad…”.
Nada hay que añadir. Obrador, en dos palabras fue el introductor de la Neurocirugía en España.
De su obra, baste decir que editó 16 libros, colaboró en otros 31, publicó 400 trabajos y formó a un centenar de neurocirujanos, no sólo españoles sino de once distintos países. Creo que hacia los años 60 y 70 probablemente era el médico español en activo más conocido y respetado fuera de España.
Respecto a su personalidad, difícil, poliédrica, contradictoria a veces, escribí en una ocasión: “Muchos de los que le conocieron le odiaron aunque le admirasen, no pocos le estimaron aunque le temiesen, la mayoría le respetaba, algunos le quisimos, todos le discutíamos y para nadie fue indiferente. Puede comprenderse que su personalidad fue poco común”.
El rasgo dominante de su carácter era la vehemencia, especialmente en lo referente a la Neurocirugía, que fue su gran pasión. También tuvo en la buena mesa, las competiciones deportivas, la belleza femenina y el coloquio amistoso, las pequeñas pasiones en que aquella se distendía y humanizaba.
Por mi parte puedo decir que Obrador fue uno de los maestros que tuve que más influyó en mi manera de ser médico y de entender la Medicina, y también de ser hombre y entender la vida.