Don Cándido de la Higuera ni era tan cándido como podría suponerse por su nombre, ni estaba en la higuera como cabría deducir de su apellido. Antes al contrario, el antiguo ingeniero de minas -ya jubilado- conservaba el juicio claro, la memoria entera y la mente despejada, por lo que en la tertulia sidrera a la que solía acudir, sus opiniones eran escuchadas con atención. Aquel día estaba glosando la muy usada frase de llamar a las cosas por su nombre:
- Digan lo que quieran los políticos a mí me parece que Cataluña nunca ha sido nación. Nunca en casi dos mil años de historia. Primero formó parte de la Hispania romana y después sucesivamente de la España visigoda, de la al-Andalus árabe, del reino de Aragón y de la España más o menos actual, excepto un tiempo corto, hace siglos, que perteneció a Francia, etapa de la que salieron bastante escaldados, por cierto. Nunca, que yo sepa, fue nación.
- A ver qué dice el Tribunal Constitucional, dijo D. Calixto.
- ¿Es eso un tribunal?, siguió don Cándido. Más me parece una partida de ineptos politizados. Ya sabéis que es un principio jurídico que a igual delito corresponde idéntica pena, y que según el artículo 14, creo que es, de la Constitución los españoles serán iguales ante la ley y no habrá discriminación alguna por raza, sexo, religión, etc. Bueno, pues por el mismo delito a los hombres nos castigan con mayor pena que a las mujeres, y lo curioso del caso es que el tal tribunal lo aprueba. Si uno de nosotros le da una bofetada a una mujer puede ir a la cárcel varios años, pero si es al contrario, la chica lo arregla con unos euros de multa ¿no es eso discriminación por sexo? ¿Es eso constitucional?
- Como el hombre tiene más fuerza…
- Entonces ya no somos iguales ante la ley. ¿Qué pasaría si ese sedicente tribunal dijera:”Como los hombres tienen más fuerza, deben tener más sueldo”? ¿Qué pasaría, eh? ¿Qué dirían las feministas?
Don Cándido se había embalado. Todos le escuchaban con interés y hasta “Pin el Repeinau”, escanciador habitual de la tertulia, había aparcado vaso y botella.
- ¿Y qué me dices de los Albertos? Si llamamos a las cosas por su nombre esos individuos son unos estafadores que ni siquiera han devuelto lo estafado a las pobres gentes. Bueno, pues va el Constitucional y los absuelve, y creo que el Supremo no anda lejos. Incluso he oído que ambos primos se han dado alguna vuelta en helicóptero por los cielos de Madrid con el mismísimo Rey, que parece que no escarmentó con lo de Mario Conde, a quien, si llamamos a las cosas por su nombre, debíamos llamar el ladrón de Mario Conde.
- Hombre, dijo don Calixto, todo eso es un poco fuerte ¿no te parece?
- Es como lo de las banderas, continuó don Cándido sin contestar a su contertulio. Tú te retrasas unas horas en pagar el IVA y te meten un cuerno. Si tomas una botellina de sidra al atardecer en la romería, vuelves a casa en coche y te hace soplar la guardia civil, te quedas allí tirado, te quitan el carné y te meten una multa que te abrasan. Si protestas te dirán eso de “dura lex sed lex”. Ahora bien, en Vascongadas varios alcaldes no ponen la bandera española en el balcón del Ayuntamiento, según dice la ley que es obligado, y no pasa nada. ¿Es eso discriminación o no? Muchos pensamos que al Tribunal Constitucional le mueve la política y la ambición, y que en Vascongadas se quiebra de continuo la autoridad del Gobierno, que traga carros y carretas con los revoltosos, mientras que a los cumplidores no nos deja pasar ni una.
Uno de los oyentes era don Plácido Agudo, quien, haciendo honor a nombre y apellido, sugirió con toda calma:
- Seguramente tragan porque quieren el apoyo de los nacionalistas vascos en las Cortes.
- Seguramente. Esos nacionalistas vascos son otros que juegan a dos cartas. Si llamáramos a las cosas por su nombre deberíamos decirles hipócritas fariseos, por más que les pese a distinguidos miembros del nacionalismo y del clero, como el prelado Setién y el sacerdote Arzallus. Encienden una vela a Dios y otra al diablo. Fingen apenarse cuando muere un guardia civil, pero alimentan en secreto a la serpiente y dificultan acabar con ella. Está muy claro que ellos no son claros.
En ese momento “El Repeinau” echó un culín que ofreció en primicia a don Cándido, quizá porque le parecía muy acertada su perorata, con lo que éste se vio obligado a interrumpirla. Justo entonces “Xuanón el Castañu”, el dueño de la sidrería que estaba detrás de la barra, estornudó tan fuerte que todos miramos para él con asombro. Después del potente estornudo, que casi nos asusta, no es extraño que la conversación eligiera otros caminos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario