miércoles, 7 de febrero de 2007

La actualidad

Dice que será difícil
larga y dura la batalla.
Para él será imposible
porque tiene mano blanda.
Para vencer a la ETA
hay que rendirla y ahogarla
con mano firme, de hierro
no valen las cataplasmas.
Hay que emplear cirugía
gubias, sierras y tenazas
hay que cortar por lo sano
y dejarse de pomadas.

Más que proceso de paz
fue proceso de bajada
de pantalones. Algunos
como Ibarreche y compaña
(que cuando hablan, empiezan
diciendo “vascos y vascas”)
también tendrán que decir
que fue bajada de faldas
para que las feministas
no se sientan olvidadas.

Dice que tendrá coraje
determinación y rabia.
Es difícil de creer
con tanta sonrisa blanda.
Además, no hay que decirlo.
¡Hay que hacerlo sin tardanza!
(el perro que ladra mucho
no suele morder con saña).

Ya estamos hartos de ETA
de procesos y de gaitas
de sonrisas, de promesas
que siempre quedan en nada.
El pueblo quiere justicia
y quiere que les den caña
a los cerdos asesinos
separatistas etarras.

No queremos más procesos
ni sonrisitas de dama
ni tantas declaraciones
ni tantísimas palabras.
Queremos que el Parlamento
reforme lo que haga falta
que haya cadena perpetua
como en la vecina Francia,
queremos que los fiscales
soliciten penas máximas
y que la justicia afile
su antaño temida espada,
que equilibre los platillos
y ponga en fiel la balanza
para meter entre rejas
a los quinquis de la banda
y allí estén íntegramente
todo el tiempo que les caiga.

Ya digo, no más procesos
ni sonrisitas de dama
queremos un par de huevos
y acabar con los canallas.

Romance para un rector

Ha dicho el Sr. Rector
don Gregorio Peces Barba
que en los planes de la Eta
matar a gente no entraba

No parece muy difícil
Y a cualquiera se le alcanza
Comprender que hubiera muertos
Con tantos kilos de carga
Explosiva y detonante
Como fue la de Barajas

No hace falta ser rector
Ni tener mente preclara
Para entender al momento
Que con tan enorme carga
Pudiera haber algún muerto
Y hasta una horrible matanza

Digo yo que si no quieren
Que haya muertos, llantos, lágrimas
Es fácil que se den cuenta
Que es mejor no poner nada
Y dejar los explosivos
Para cohetes y tracas

Y además ¿cómo lo sabe
Don Gregorio Peces Barba?
¿Cómo sabe que la Eta
Esa repugnante banda,
Con centenares de kilos
De explosivos y metralla
Que hace estallar de repente
En el parking de Barajas
Tiene sólo la intención
De asustar a media España?

Ya digo que si no quieren
Que haya ninguna matanza
La solución es muy fácil
Y a cualquiera se le alcanza
Basta no usar explosivos
Nunca jamás para nada
¿Es posible que lo entienda
Don Gregorio Peces Barba?

Tenemos unos políticos
Que están en otra galaxia
En un mundo de ilusiones
De procesos y de alianzas
Ingenuas, voluntaristas
Propias de la edad pediátrica
En un mundo de sonrisas
De deseos y esperanzas
Muy bonito para verlo,
Pero de escasa eficacia
Porque el enemigo es duro
Y maneja bien sus armas
Por eso necesitamos
Arrojo, valor y saña.
Hay que luchar con coraje
Hay que ganar la batalla
Nunca ceder al chantaje
Jamás tratar con la mafia
Tener los pies en el suelo
La cabeza despejada
Pensar como los valientes
Y desenvainar la espada
Y acabar pronto con eta
Para la salud de España

Tamarindos y tamariscos

Fue una pequeña sorpresa comprobar que esos árboles cenceños, adustos, fuertes, que adornan los paseos de nuestras costas, que resisten la galerna y el temporal de nuestros inviernos y que retoñan en primavera como si nada hubiera ocurrido, no se llaman tamarindos, como siempre había oído decir, sino que -según indican carteles oficiales-, su nombre es tamariscos.
Alguna sospecha ya tenía. El nombre de tamarindo lleva resonancias de Iberoamérica, quizá porque la conocida canción que se refiere a la pulpa del tamarindo suena a música hispanoamericana, y no me parecía que un árbol de por allá, es decir mas o menos tropical, se adaptase tan bien por aquí como para resistir el viento del norte, el frío del invierno y la sal de la mar. Por otra parte, nunca había visto pulpa alguna en los frutos de nuestros recios arbustos costeros, que son más bien secos y ásperos.
Supe después que el tamarindo es originario de Asia, de zonas cálidas de la India, que se aclimató bien en América y que tiene, efectivamente, un fruto con pulpa comestible de sabor agradable.
Caminando en invierno por el Paseo de San Pedro, en Llanes, o por el Sardinero, en Santander, donde abundan los tamariscos, resulta asombroso comprobar la resistencia de estos árboles, que son de los pocos que crecen y viven al borde de nuestros acantilados. Con frecuencia sus troncos son azotados por la borrasca, pero aún así permanecen fijos, retorcidos, anclados a la tierra, como símbolo del vigor de la vida vegetal.
El tamarisco, tamariz o taray es nuestro árbol costero, el que lucha contra el vendaval, que parece seco en invierno, pero que reverdece en primavera, y con frecuencia retuerce su tronco como para mejor vencer a los elementos. No tiene fruto comestible y probablemente no se parece mucho al cálido tamarindo.
Incluso las palabras tienen distinto origen: tamarindo viene del árabe y significa “dátil hindú”, pues “tamar” es dátil, lo que hace referencia al fruto pulposo comestible, e “indo” a su país originario. En cambio tamarisco viene del latín tamariscus, que designa directamente al arbusto que adorna nuestras costas.
Se comprende que haya dudas en los nombres y en los significados, tanto por su semejanza fonética como por referirse a árboles no muy frecuentes entre nosotros. Además, sin duda por error, en algún diccionario parecen hacer sinónimos a tamarindos y tamariscos, con lo que se puede generar confusión. Quizá algún botánico experto pudiera decirnos algo sobre este asunto.
Por mi parte, aseguro que siempre les tuve cariño, respeto y admiración a los que creía tamarindos y son tamariscos. Por eso en una ocasión escribí erróneamente:

Tamarindo desnudo del invierno
Tamarindo florido del estío
tienes el alma recia y marinera
y salitre en las gotas del rocío

Con humildad resistes la galerna
y soportas sin queja el temporal,
enraizado, cenceño, retorcido,
siempre tranquilo a la vera del mar.

La verdad es que para los versos queda mejor tamarindo, que parece nombre más musical y eufónico, pero habrá que cambiarlo por el más propio de tamarisco. Menos mal que no sufre el metro ni la rima.

Galácticos

Quizá algunas personas se hayan preguntado por el origen de este adjetivo que tan profusamente se usa ahora, especialmente aplicado a los jugadores de fútbol famosos y muy particularmente a los del Real Madrid.
La evolución de esta palabra es muy curiosa. A los que estudiamos algo de bioquímica lo primero que nos recuerda es a la leche. Leche de vaca, cabra u oveja, básicamente, ya que la galactosa es el azúcar de la leche. Con toda probabilidad eso es debido a que “galactos” significa leche en griego y como los científicos echan mano del griego para designar las novedades que descubren, al encontrar un azúcar típico de la leche le bautizaron como galactosa.
Por otra parte, es obvio que una de las características más notables de la leche es su blancura, por lo que también parece lógico que a los grupos de estrellas que destacan por su blanca luz sobre la oscuridad de la noche se les aplicara el mismo término y se echara mano del “galactos” (leche) para designar a estos grupos de estrellas (y especialmente al muy blanco que cruza de este a oeste los cielos de Europa) y se llamara galaxias a estos blancos grupos de estrellas.
Vemos pues que galáctico puede relacionarse con el azúcar de la leche y por extensión, con su blancura y con los grupos de estrellas que destacan en las noches cerradas formando una blanca estela.
Esta comparación de las estrellas con la blancura de la leche aparece en varios idiomas: recordemos la Vía Láctea (del latín lac-lactis=leche) en castellano, la Milky Way en inglés, la Milchstrasse alemán o la Voie Lactée francesa, todas referidas a la mayor de las galaxias, a la antes citada que por cruzar el firmamento de este a oeste también se llama en España “camino de Santiago”. En esos idiomas es la leche (lácteo, milk, milch) la referencia a la blancura de las estrellas.
La moderna aplicación a los jugadores de fútbol del Real Madrid puede tener varios fundamentos. El más simple puede ser el de relacionar galactos=leche=blanco con el color que habitualmente visten esos jugadores en el campo de fútbol. Pero no creo que sea esa la relación. Más bien pienso que se aplica el adjetivo por tratarse de un grupo de estrellas brillantes, lo que estaría avalado por eso que también oímos ocasionalmente de “la liga de las estrellas”. Si un conjunto de estrellas que relucen constituye una galaxia, sus componentes serán “galácticos”. Vean como el azúcar de la leche y los jugadores de fútbol de fama han venido a tener un parentesco etimológico, estando por medio la luz de las estrellas.
La sociedad actual, si duda, valora más la habilidad con los pies que con las manos. Un jugador de fútbol que maneje bien los pies gana mil veces más que un cirujano que maneje bien las manos. Además de la habilidad con los pies, lo futbolistas tienen la habilidad de hacerse pagar bien por la afición. Seguramente gana más dinero el dedo gordo del pie izquierdo de Beckham en una temporada que los diez dedos de las manos de una instrumentista de quirófano en toda su vida. Estos jugadores deben de ser de otra galaxia...

Parafernalia

Es éste un ejemplo de cómo las palabras vienen y van, y de cómo lo suelen hacer por donde les da la gana, o mejor dicho por donde le da la gana al respetable, que es el que las usa, y las lleva y las trae, y las zarandea de aquí para allá, y muchas veces -las más- sin mucho tino ni demasiada reflexión, aunque casi siempre con instinto, con intuición y con onomatopeya.
Esta palabra, “parafernalia”, hace veinte o treinta años no la usaban, en el lenguaje habitual, ni los abogados, pues resultba muy técnica y hasta un poco pedante. Etimologicamente la palabra proviene del griego, y su ascendencia parece clara, pues “para” en griego significa “junto a” y “ferné” es la dote que una mujer lleva al matrimonio; es decir que parafernalia es lo que va junto a la dote. Si Vds. buscan su significado en un diccionario antiguo podrán leer que la parafernalia era el conjunto de bienes que una mujer aportaba al matrimonio fuera de la dote (bienes parafernales).
Es decir, que la dote era lo fundamental, lo nuclear, y -además de esa dote-, la mujer podía aportar otras cosas, probablemente muchas y variadas, que en la mayoría de los casos serían de menor importancia, y que la esposa llevaba por añadidura. La palabra va tomando así un sentido de accesorio, de algo que acompaña o rodea a lo fundamental, de conjunto de muchas y variadas cosas que giran entorno de algo más importante, que es el sentido que ha ido tomando con los años, de modo que si miran el significado de la palabra en un diccionario moderno, pueden leer: “conjunto de ritos o de cosas que rodean determinados actos o ceremonias”, que es el sentido que se le da hoy día, especialmente cuando esos ritos o cosas son numerosos, variados y aparatosos, que es una nueva connotación que está tomando la palabreja viajera.
Quizá por ello parafernalia se usa hoy día para designar algo complicado, aparatoso, alambicado, quizá ruidoso o molesto, que acompaña a algún acto o situación determinada. Estamos bastante lejos de lo que la mujer lleva al matrimonio además de la dote. El viaje, sin embargo, ha sido tranquilo.

Dos palabras inmigrantes

Son dos palabras que a mi al menos me ponen enfermo, pues me parece que las han traído los traficantes, en patera, sin papeles y sin que hicieran ninguna falta, pues estamos sobrados de otras que expresan lo mismo, pero mucho más clásicas, castizas y bellas. Me refiero a dos vocablos que nos inundan, especialmente entre los que quieren presumir de saber inglés, como son “privacidad” y “testar” en el sentido de probar, ensayar.
En realidad, ninguna de las dos palabras está en el diccionario. Son por tanto inmigrantes ilegales, aunque se dejan ver y escuchar sin el menor rebozo. Privacidad es una mala traducción de “privacy”, que equivale a nuestra “intimidad”, que es palabra clásica y clara, y que todo el mundo entiende. Si tenemos “intimidad”, que tiene su D.N.I. ¿por qué usar ese barbarismo de “privacidad”?
Lo mismo se puede decir de testar, que en castellano tiene varias acepciones, siendo la más conocida la de hacer testamento.
No es que el incorporar palabras de otras lenguas sea malo para la nuestra, que así se enriquece, pero sí creo que puede ser nocivo cuando se hace a costa de perder exactitud, propiedad, precisión o casticismo. Decir “testar” con el sentido originario anglosajón de probar, comprobar, ensayar, verificar, examinar, etc. me parece que no hace sino confundir, pues la mayoría de los españoles vamos a interpretar “hacer testamento” con lo que ya está el lío armado. Habiendo tantas palabras que traducen perfectamente la idea del “to test”, no parece necesario añadir una nueva que crea confusión y disminuye la precisión.
Soy consciente de que la batalla está perdida y dentro de unos años “privacidad” estará en el diccionario con el sentido de intimidad y “testar” con el de probar y ensayar. La lengua es y debe ser cambiante; pero que la lengua sea viva no quiere decir que sea perversa, y por ello creo que cambios y adopciones deberían hacerse de la forma menos traumática, menos vulgar y menos servil que sea posible.
El lenguaje, que para muchos es el más importante instrumento de trabajo, deberá ser renovado siempre que se necesite, como las herramientas del artesano, pero la renovación debe responder a la necesidad, no al capricho, y las nuevas adquisiciones, además de llenar una necesidad, convendrá que sean útiles y de buen funcionamiento. La compra deberá hacerse con dignidad y decoro. Si además la pieza adquirida es bella, miel sobre hojuelas. Pero ¿por qué adquirir objetos inútiles, herrumbrosos o innecesarios?
Por otra parte, si tenemos ya nuestra propia herramienta y es perfectamente útil y bella ¿por qué coger la del vecino? Bien está pedir prestado lo que nos falta, pero con mesura, decoro y prudencia, no por capricho o vanidad. Y esto de la vanidad vacía o afán de presumir es, según creo, una de las causas de la proliferación de barbarismos mal injertados. Ahora está de moda hacer ver que se sabe inglés, y para ello se usan extranjerismos, sean o no necesarios y vengan a cuento o no.
Otra causa es la escasa y cada vez menor formación humanística de la población, especialmente de la juvenil. Se enseña a los jóvenes a comunicarse mediante ordenadores, y bien está esa enseñanza, pero ¿se les enseña a comunicarse en su propia lengua? ¿se les hace ver el placer que proporciona la conversación de lenguaje diáfano, rico y variado; la belleza de la expresión justa y precisa; la satisfacción de la frase castiza y exacta? Sería una gran alegría que la respuesta fuera afirmativa.

Escaquear

Esta palabra ha ido cambiando de significado en los últimos tiempos. Hace años, sólo se usaba en su acepción primitiva, derivada de “escaque”, que es el cuadro del tablero de ajedrez o del muy parecido del juego de damas. Escaquear era pues distribuir en escaques; separar y colocar un conjunto de fichas, figuras u objetos en los cuadrados de estos tableros o de otros similares.
La palabra empezó a ser usada por los militares en un sentido algo más amplio, pero dentro de la misma intención, transmitiendo la idea de distribuirse por zonas, de desperdigarse, de deshacer un grupo compacto. Recuerdo muy bien cuando en el campamento de Montelareina, en un momento de la instrucción en que estábamos todos los componentes de la sección apiñados, nos dijo el teniente:
- Ahora vamos a suponer que viene la aviación. Vds. tienen que buscar cobijo procurando que no se les vea desde la altura, así que lo primero es escaquearse, ¡hala, deprisa, a escaquearse¡
Algunos veteranos salieron corriendo y se colocaron cuerpo a tierra debajo de las encinas y carrascas de la loma Geroma, pero la mayoría nos quedamos mas bien parados sin saber muy bien qué hacer. Para muchos la palabra era completamente nueva; la primera vez que la oían.
El teniente insistía:
- ¡Vamos¡ ¡a escaquearse¡ Busquen rápido un escondrijo. ¿No ven que llega la aviación enemiga?
Por lógica tratamos de separarnos, distribuirnos por la zona y mimetizarnos con el terreno. Los dos o tres últimos se llevaron la riña:
- Pero ¿están Vds. tontos? ¿Cómo se quedan ahí de pie, juntos y parados al sol? La aviación les verá de inmediato; son Vds. un blanco perfecto. Busquen al menos una sombra y escaqueense ya mismo.
La mayoría de nosotros, que no teníamos el diccionario a mano, nada recordábamos de los tableros de ajedrez, y mas bien sacábamos la conclusión de que escaquearse debía de ser, más o menos, pasar inadvertido cuando la aviación o el enemigo te busca para nada bueno.
Al atardecer, ya en la tienda, cuando había que llenar de agua el botijo, para lo que había que ir hasta la fuente, distante medio kilómetro, se oían frases como esta:
- Le toca a Juan ir a por agua, ¿dónde está Juan?
- Está ahí escaqueado detrás de la manta
- Eh tú, Juan, no te escaquees que no viene la aviación. Sólo se trata de llenar el botijo. Te toca a ti hoy.
Y así, escaquearse, que era usado con bastante propiedad por los militares en el sentido de distribuirse por zonas (aunque no fueran exactamente escaques) empezó a derivar hacia pasar inadvertido. Naturalmente uno suele desear pasar inadvertido cuando lo que le espera no es muy grato. De ahí al significado actual de eludir tareas “non gratas” sólo hay un paso. Quizá por ello en las últimas ediciones del diccionario ya se recoge esta acepción, que es ahora la más usada. Incluso creo que podríamos ser mal interpretados si, con toda propiedad, preguntáramos:
- ¿Sabes cómo se escaquean las figuras del ajedrez?

Okey

Leo en un importante periódico de la capital que hace poco se murió un escritor de Estados Unidos que se había pasado varios años intentando saber el origen de esta palabra. Decía la crónica que había encontrado varias explicaciones, y citaba unas cuantas. Debo decir que ninguna me convenció, o al menos ninguna me pareció mejor que la que yo ya sabia, que, por cierto, no se citaba. También pensé que el origen de las palabras es tema curioso e interesante, pero no se si tanto como para pasarse media vida detrás de una de ellas, aunque sea tan sumamente famosa y universalmente empleada como “okey”.
Ciertamente la palabreja ha hecho fortuna y no la usan solo los norteamericanos de Estados Unidos, ni siquiera los que tienen el ingles como lengua madre, sino que se ha extendido a la mayoría de los idiomas, y así resulta que franceses, italianos, hispanoamericanos, portugueses, brasileños, etc. la usan con su claro significado de estar de acuerdo, de aceptar lo que el interlocutor dice, de dar por bueno lo que se escucha.
En lo referente al origen del vocablo, hay algo que no se discute, y es que la palabra viene de la pronunciación de dos letras: la vocal “O” y la consonante “K” , que en ingles se dice “key”, es decir que se puede escribir con toda propiedad “O.K.”. Esto le da facilidad para expresar acuerdo y aceptación con solo dos letras, lo que puede tener ventajas si hablamos en Morse con cualquiera de sus posibles medios: linterna, espejos, telégrafo, etc. A esto de que la palabra viene de la pronunciación en ingles de estas dos letras, la “O” y la “K”, todos diríamos: okey.
Pero ¿por que estas dos letras y no otras? La explicación que me dieron en EE.UU. hace ya años, tiene que ver con la guerra de independencia de ese país y también con la gran frecuencia con la que en ingles se emplea la vocal “O” cuando hay que decir el numero cero. Quizás porque el signo es el mismo, cuando en ingles tenemos que decir “cero”, por ejemplo al pronunciar un numero de teléfono, solemos decir “O”. En realidad la palabra “zero” que es la traducción inglesa de nuestro “cero”, solo se usa en frases relativas a la física; en la conversación normal se dice “O”.
Pues bien, la guerra de independencia de EE.UU. se pareció bastante a una guerra de guerrillas. Los independentistas eran en su mayoría granjeros y ganaderos, civiles que se organizaban en pequeñas unidades de combate que hacían frente a los ingleses. En los combates se producían bajas, pero no resultaba fácil informar a los compatriotas, dispersos por granjas y pequeños poblados, del resultado de dichos combates. Por ello se comenzó a exponer en un papel clavado en la puerta de la oficina de mando norteamericana (cerca del actual Boston) el número de victimas que se había producido durante el día. En ingles, a los que han resultado muertos, se les dice “killed” (“matados”) , de modo que un día podían ser “3 killed” si había habido tres muertos y otro podía ser “O killed” si no había habido bajas. Naturalmente todos respiraban cuando en el cartel se veía el “0 killed”, especialmente las familias que tenían hijos o padre en las partidas que se enfrentaban a los ingleses. Pronto, y quizás por la afición a las siglas de ese pueblo, el deseado “0 killed” se abrevio en “0 K.”, letras que significaban que todo estaba en orden, que no había habido muertos, que podían dormir tranquilos. No es difícil imaginar a los familiares de los combatientes diciendo
-¿Qué ha pasado hoy? ¿has visto el papel de la oficina?
- Tranquilo. O K.
- Ah, bueno, voy a decírselo a los Ferguson
Esta es la explicación que me dieron y que creo, cuando menos, verosímil. En el peor de los casos, me parece que “si non e vero e ben trovato”.

martes, 6 de febrero de 2007

Las tapas

Hay palabras que tienen un origen claro y sus antecedentes están a la vista de todos. Por ejemplo “paraguas” o -en más culto- “microscopio”. Otras, en cambio tienen linaje oscuro, difícil o escondido, pero a cambio tienen su propia historia, que es, a veces, como un cuento, que puede empezar con el “érase una vez” y terminar con el parto feliz y el nacimiento venturoso de una nueva palabra.
Eso creo le ocurre a “tapa”, tomada en el sentido de pequeño bocado, de breve porción de alimento que con frecuencia nos sirven en bares y tabernas para acompañar a las bebidas que pedimos. Sería sinónima o parecida a “pincho” o “banderilla”, si bien estas últimas tienen clara su prosapia y a la vista su abolengo, pues el palillo que ensarta el alimento explica lo de “pincho” y no deja dudas sobre el símil taurino de “banderilla”.
No ocurre lo mismo con “tapa”, que puede existir sin palillo alguno, y sin que el alimento esté clavado ni ensartado, sino libre y a su buen caer y mejor saber.
Esta de “tapa” es palabra muy castiza y de mucha importancia, y tan necesaria que nos la han copiado en muchos otros países y que ha sido, por tanto, exportada a varios idiomas, que la han adoptado sin reservas. El vocablo figura en los anuncios y en las cartas de los mejores restaurantes europeos y americanos que ofrecen comida de influencia española, y lo de tomar “unas tapas” se extiende como mancha de aceite en todo el mundo civilizado. A pesar de ello, el origen de tan española e internacional palabra creo que apenas es conocido, por lo que puede despertar la curiosidad del lector:
La historia empieza en un pueblo de Andalucía. También vale uno de Extremadura, de Levante o hasta de Asturias, pues la única condición necesaria es que hubiera habido moscas y mosquitos abundantes en los bares del pueblo, condición no muy difícil de cumplir hace años y especialmente en lugares calurosos.
Pues bien, al bar de la plaza del pueblo, bien surtido de insectos voladores, solían ir hacia la una del mediodía, después de trabajar y antes de comer, un grupo de trabajadores a tomar unos vinos. El ventero les servía y ellos charlaban y bebían.
Daba la casualidad de que a la una solía llegar también la diligencia o el autobús que dos veces por semana llevaba viajeros y mercancías al pueblo, con lo que el mesonero tenía que salir unos minutos para recoger las mercaderías que le enviaban. Para no hacer esperar a sus fieles parroquianos, cuando a la una tenía que ausentarse por este motivo y los clientes estaban a punto de llegar, les dejaba servidos los vinos sobre el mostrador y se escapaba a la estación para recoger el género. Pero, claro, en los minutos que el hombre estaba fuera y los vasos llenos sobre el mostrador, más de un insecto terminaba ahogado en el vino, lo que producía quejas en la parroquia:
- Oye Juan, que en el vino había una pareja
- ¿Cómo una pareja?
- Mosca y mosquito
- Es por no haceros esperar. Por eso lo sirvo un poco antes de salir
- Bueno, bueno...
Pero como las quejas iban en aumento, se le ocurrió al ventero tapar la boca de los vasos antes de ir al correo, y como no tenía nada mejor a mano, cortó unas rodajas de lomo embuchado que colocó sobre los vasos impidiendo el paso de las moscas. Los parroquianos se encontraron el vino sin insectos y, naturalmente, se comieron la rodaja de lomo.
Cuando no había correo y el mesonero no tenía necesidad de salir, el vaso no tenía rodaja de lomo encima, pues el vino se servia al momento y se bebía en poco tiempo. Los clientes, que habían encontrado sabrosa la rodaja
de lomo, y a esa hora estaban hambrientos, empezaron a quejarse:
- Juan, que queremos el vaso con la tapa
- Pero si estamos aquí todos delante y podemos espantar a las moscas; no hace falta tapar el vaso
- Eso de la tapa está muy bien; sabe mejor el vino y no se sube a la cabeza
Y así empezó la costumbre. Al cabo de unos meses los habitantes del pueblo decían:
- Vamos a tomar un vaso a la taberna de la calle Mayor
- No, espera, mejor vamos al bar de la plaza, que dan el vaso con tapa
-¿Qué es eso?
- Pues que tapan el vaso con una rodaja de lomo o de chorizo
- ¡Ah! bueno, pues vamos
- Juan, danos unos vasos de vino, pero con tapa ¿eh? Ya sabes, por si las moscas...

Guadamía, ¿o aguamía?

Siendo yo mozo, o sea hace más de treinta años, los de Obras Públicas debieron de ser, pusieron carteles en las carreteras con los nombres de los ríos que las cruzaban. Al salir del concejo de Ribadesella y entrar en el de Llanes, colocaron uno muy visible que rezaba : Río
Guadamía.
Pasaba yo un dia de aquellos por allí, en el coche de D. Julio Gavito, padre, que era un Seat 1.400 de los primeros que salieron. Julio Gavito, padre, era un hombre muy culto (también lo es el hijo, pero de otra manera), que según él mismo decía “de Oviedo a Llanes conozco todos los montes, ríos, caminos, y hasta los praos”, lo que se acercaba mucho a la realidad.
Tenía siempre la amabilidad de recogerme en la carretera cuando me veía haciendo auto-stop , y además me invitaba a un café con madalenas en casa Manín, en Ribadesella, cuando la carretera pasaba casi por el centro de la villa. Algunas veces concertábamos el viaje por teléfono. Ambos pasábamos el verano en Llanes, pero trabajando -a días- en Oviedo. De ahí nuestros ocasionales viajes en común, y nuestra relativa amistad a pesar de la diferencia de edad.
Pues bien, el primer día que vimos el cartel, me dijo Don Julio:
- Se han equivocado. No es Guadamía, sino Aguamía. Siempre se ha dicho Aguamía. Como hay tantos ríos en España que empiezan por Guada, de ahí debe venir el error...
Durante muchos años me he estado fijando en el nombre que se le da a este riachuelo. En la mayoría de mapas y planos, especialmente en los modernos, puede verse Guadamía, lo que, sobre ser un cierto error, puede inducir a más error, pues el prefijo “guada”, que significa río en árabe , podría hacer pensar en una influencia árabe en estos territorios, que obviamente no existió.
En algunas obras moderna y bien documentadas (como la Gran Enciclopedia Asturiana o Asturias Concejo a Concejo) se citan los dos nombres, y se refieren al pequeño río con ambos términos: Guadamía o Aguamía, que hacen así sinónimos. En cambio, en los libros antiguos que he podido consultar sólo he encontrado el que creo más auténtico, el de Aguamía.
El diccionario geográfico-estadístico-histórico de Madoz (1845-50) es aquí incuestionable : dedica ocho líneas exactísimas al topónimo Aguamía y no cita el de Guadamía.
A mí me parece que alguna eminencia gris de Obras Públicas de aquella época, seguramente desde Madrid, diría ¿Aguamía?...será Guadamía, como en otros sitios. Y reconfortado con el recuerdo del Guadiana, Guadalquivir, Guadalhorce, Guadalaviar, Guadalete y tantos otros, se quedó tranquilo. Pero no hay ríos cuyo nombre comience por Guada en el norte de España. Se comprende la metátesis, y la lengua está llena de casos similares, pero también se puede comprender un pequeño afán por poner las cosas en su sitio.

“Comanda” y “destazar”

He aqui dos palabras muy distintas en origen y significado, pues mientras la primera es galicismo reciente, la segunda es antigua y de pura prosapia castellana. También difieren en cuanto a frecuencia de uso, ya que “comanda” podemos oirla en cualquier restaurante o cafetería modernos, por lo general en boca de jóvenes, en tanto que “destazar” es término menos usado, propio de algunos viejos pueblos de Castilla la Vieja. Por otra parte, aunque en relación con ello, me parece que el primero de los vocablos lleva un camino ascendente, al contrario del segundo, cuyo uso, al igual que la función que designa, decrece y puede terminar por perderse.
Ninguna de las dos venía en los diccionarios antiguos, pero destazar, con su significado exacto de “despiezar”un animal, generalmente una res, ya se encuentra en las ediciones recientes del de la Real Academia y también en otros actuales. En cambio, la frecuente “comanda”, por ser flagrante barbarismo, no la he encontrado aún en los que manejo, ni antiguos ni modernos.
El sustantivo femenino “comanda” lo emplean los camareros -y especialmente los “maitres”- para designar el pedido que hacen las personas que están en una mesa y desean tomar algo. Por extensión, designa también la hoja de papel en que se suele escribir el encargo. Por eso puede oirse ¡ahí te va la comanda de la cuatro!, refiriéndose al encargo de los comensales de la mesa número cuatro. Creo que la palabra chirría un poco, pues suena extraña y ajena, pero se está imponiendo quizá porque no tenemos otra mejor para nombrar específicamente el encargo de una mesa. Es cierto que “pedido” sirve perfectamente, pero tiene un significado más general que puede aplicarse a cualquier tipo de solicitud o petición, en tanto que el extranjerismo “comanda” se reserva para los pedidos de las mesas en restaurantes, cafeterías y similares. Al menos yo sólo a he oído con ese sentido.
Por otra parte, eso de recibir y anotar los encargos en los restaurantes tiene su importancia y quizá por ello suelen hacerlo los “maitres” (otro galicismo) y no los camareros recién llegados. Todos hemos sufrido alguna vez las desagradables consecuencias de un error en la “comanda” cuando nos traen un plato que no habíamos pedido o dos raciones de algo que sólo queríamos probar. Es frecuente en España que los comensales, antes de hacer el pedido, duden, pregunten, rectifiquen y mareen un poco al camarero, que tiene que tachar y corregir en ocasiones el papel del pedido que llega a la cocina. Muchas veces he admirado su paciencia. Asunto tan importante bien merece palabra propia, aunque chirríe algo y haya que pedirla prestada.
Con toda probabilidad el término viene del francés, donde la “commande” tiene ese uso específico de platos encargados,(aunque también otros similares) y es muy corriente, prácticamente habitual en los restaurantes. Aunque ahora nos llegan más palabras del inglés, ésta, quizá por tratarse de asunto de restaurante, tiene mucho más parentesco con la “commande” francesa que con la “order” inglesa.
Por el contrario, destazar es vocablo castizo que he oído en los pueblos del valle de Esgueva, en la provincia de Valladolid, y en otros de la ribera del Duero. Me vino a la cabeza hace poco, cuando me encargaron que despiezara un lechazo que venía de por allá. El vocablo, de viejo abolengo castellano, lo usaba mucho mi amigo Eusebio, que tenía uno de los mejores hornos de asar de la comarca y se pasaba las mañanas de la Navidad destazando lechazos de churra, que son, con diferencia, los mejores para el asado.

Por sus frutos los conoceréis

Daba un poco de pena ver la fotografía del estadio del Oviedo que apareció el lunes en este periódico. Más o menos como el Parlamento, o sea casi desierto. Recuerdo cuando mi amigo Joaquín y yo, con doce o trece años, no perdíamos un solo partido de fútbol, y veíamos el estadium de Buenavista, domingo tras domingo, completamente lleno. Eso parecía dar ánimos. Entonces era, además, un centro social donde se podía ver a todo el mundo. Desde compañeros de colegio hasta gentes de la llamada buena sociedad. En el improvisado bar, en el descanso, creo que incluso se hacían buenos negocios, alentados por un “sol y sombra”, que era de lo que más se bebía en el fútbol.
Ahora, al ver el magnífico nuevo estadio, tan grande, con tanta capacidad y tan notable cabida, pero más vacío que las Cortes en verano, me vinieron a la cabeza los versos que escribió Góngora cuando los madrileños hicieron un enorme puente sobre el pequeño Manzanares:

Duélete de esa puente, Manzanares
Mira que dice por ahí la gente
Que no eres río para media puente
Y que ella es puente para muchos mares

Algo parecido podría decirse de la categoría del estadio y de la categoría en la que está el equipo.
Como he estado muchos años fuera de Asturias no sé lo que le pudo suceder al Real Oviedo. Cuando hay desastres como ese, lo habitual es que nadie lo sepa, pues los que lo saben no lo dicen, y los que lo dicen no lo saben. Los demás hacemos conjeturas o suposiciones más o menos ciertas, pero difícilmente exactas. Sin embargo, una cosa está clara, y es que el resultado de la gestión ha sido un fracaso. De primera a segunda B o algo así, pues no sé dónde está ahora el equipo, al que, por cierto, contribuyó a crear y capitaneó mi tío Perico Rubín, cuando volvió de Inglaterra, pronto hará un siglo.
Pero España no es país en el que los resultados sean determinantes. Somos más idealistas que prácticos. Podemos matar a quien nos diga que no son gigantes sino molinos, y cuando sentimos el resultado de nuestra acción, que es el gran revolcón que nos dan las aspas, aún podemos inventar cualquier disculpa para justificar nuestro error, lo que haremos antes que reconocerlo y corregirlo.
Un equipo que pasa de primera división a segunda B tan rápidamente, ha tenido que tener una deficiente gestión. Ya sé que a veces las cosas se hacen bien y salen mal, y eso puede pasar alguna vez, pero no es o no suele ser lo habitual. Lo más normal es que si no salen bien es porque ha habido algún fallo. Siempre me ha parecido una solemne tontería eso que dicen que decía algún cirujano: “la operación muy bien, ha salido muy bien” “¿y qué tal está el paciente?” “¡ah, el paciente mal! el paciente se ha muerto” .
Algo similar me viene a la cabeza con la reciente corriente o moda que tiende a hacer apología sin crítica de la segunda república. Bien sé que esos gobiernos hicieron muchísimo por la cultura y la educación de los españoles, que hubo leyes admirables, que las ciencias y las artes se desarrollaron como pocas veces en la historia de España. La segunda república forma parte (aunque pequeña) del “medio siglo de oro” de nuestra cultura, que va de 1886 a 1936. Todo eso y más tengo por cierto. Pero el resultado fue un desastre. Según dicen casi todos, el mayor desastre de nuestra historia. Tengo para mí que un gobierno que termina en guerra civil no es un buen gobierno. Nos quedamos desnudos y pobres cuando antes éramos ricos y cultos. Creo haber leído que era el nuestro uno de los países del mundo que más reservas tenía en oro. El cuarto o el quinto, más o menos. De ahí pasamos a pordioseros ¿Es admirable un Gobierno que termina en guerra civil? ¿No es responsabilidad de un buen Gobierno prevenirla y evitarla? ¿Debió de sacarse de España el oro de todos los españoles? Esas preguntas me he hecho cientos de veces, y la respuesta que me doy mitiga mi admiración por la segunda república.
Ya sé que en España tendemos a glorificar y ensalzar lo que hemos hecho, o lo que han hecho nuestros amigos, olvidándonos de los resultados, que -en definitiva- es lo que vale. Somos apasionados y por tanto poco objetivos. Creo que nos vendría bien más autocrítica y menos “grandonismo”. Más valoración de resultados y menos disculpas. Más plomo en los pies y menos viento en la cabeza. La república terminó en tragedia, los pobres viajeros de Air Madrid siguen en tierra y el Oviedo ya ni sé por donde anda. Sólo nos queda el consuelo de los versos de Góngora cuando criticaba “el grandonismo” de Lope de Vega que se había fabricado “ex novo” un escudo nobiliario lleno de torres:

Por tu vida Lopillo que me borres
Las diecinueve torres del escudo
Porque, aunque todas son de viento, dudo
Que tengas viento para tantas torres.

Estatuas de dictadores

Un dictador de verdad fue Cromwell, que gobernó despóticamente Inglaterra durante muchos años, tras haber inspirado el juicio, la condena a muerte y el ajusticiamiento (algunos dicen asesinato) del rey Carlos I Estuardo en Londres el 30 de Enero de 1649. Curiosamente, este rey inglés, nieto de María Estuardo, había pasado largo tiempo en Madrid durante su juventud, pues pretendía casarse con una hija de Felipe III, pero parece ser que fue rechazado por la infanta, con lo que se volvió a Londres soltero, pero no de vacío, pues había comprado algunos cuadros a los excelentes pintores españoles de la época.
Tras ajusticiar o asesinar al rey, el puritano Cromwell organizó un ejército llamado “el ejército de los santos” (ya el nombre da que pensar), con el que impuso el terror en Inglaterra. El catedrático de Historia y gran historiador Pérez Bustamante dice de él: “Hipócrita y ambicioso, cometió crímenes explotando el fanatismo de los demás. Fue nombrado Generalísimo...disolvió el Parlamento Largo e hizo otro a su gusto (Parlamento Pequeño) y después recibió el título de Lord Protector vitalicio...persiguió ferozmente a los católicos...protegió a los protestantes y gobernó de un modo despótico, pero beneficioso para su país. Falleció en 1658, convencido de haber sido un instrumento del Todopoderoso. La vida inglesa durante ese periodo fue tristísima. Se prohibieron todos los espectáculos favoritos de los ingleses y se cerraron los teatros...Su hijo Ricardo carecía de condiciones para ejercer la dictadura y abdicó en 1659”.
Este sí era dictador de verdad, pues además de creerse tocado por Dios, cerrar los teatros y prohibir cantar en todo el pais excepto en la Iglesia, colocó a su hijo como sucesor.
Pues bien, cualquiera que pasee por el centro de Londres puede ver la estatua del sanguinario dictador Cromwell, que curiosamente está muy cerca del Parlamento del Reino Unido. Allí sigue el militar puritano sin que le moleste nadie, excepto las palomas.
No es, por tanto, cierto que los paises democráticos prohiban o retiren recuerdos de dictadores. No sé si los monarcas absolutistas franceses, los que van de Luis XIII a Luis XVI por ejemplo, pueden ser considerados dictadores. A mi me parece que aún más que dictadores (recuerden aquello de “El Estado soy yo”), pero lo que sí afirmo es que tienen docenas de estatuas, especialmente en las proximidades de sus fabulosos “Chateaux”.
Pero si de los monarcas absolutistas franceses puede discutirse su condición de dictadores, no creo que nadie le dispute a Napoleón su categoría de máximo dictador. Su curriculum dictatorial es perfecto: militar de profesión, acceso al poder mediante golpe de Estado, mando personal, único y supremo del Ejército, del Estado, del Gobierno...de todo. Hasta se permitió colocar a sus amigos y parientes en los tronos de las naciones que iba sometiendo. En vez de Lord Protector, éste se hizo llamar Emperador, lo que no impidió que dejase arruinada a Francia.
Pues bien, cualquiera que haya visitado París, habrá visto la estatua del super-dictador sobre el bellísimo, altísimo y riquísimo pedestal decorado con relieves en bronce de todas sus victorias. Hay que tener demasiado interés en ver a los famosos que entran y salen del Ritz o en las exclusivas joyerías de la Place Vendome para no levantar la vista al cielo y encontrarse con la estatua de Napoleon.
Lo que ocurre es que esos paises democráticos asumen su historia. No tratan, como el gobierno vasco,de crear de la nada una historia “limpia y pura”, favorable...y falsa.
Con frecuencia los políticos refuerzan sus argumentos tomando como ejemplo las formas de actuar de algunos paises que han destacado en convivencia, educación y democracia. Suelen citarlos mucho, aunque los conozcan poco. Para conocer bien un país y la cultura de un pueblo parece lógico conocer - como primer paso-, su lengua, cosa a la que parecen alérgicos nuestros gobernantes. Si los conocieran mejor sabrían que el espíritu de esos países es -en general y en primer lugar- el de no falsear la historia, el de aceptarla pura y simplemente, lo que revela madurez y sensatez.
Un pueblo que erige una estatua, o que permite que se erija y al poco tiempo la retira, lo único que demuestra es su incongruencia o su versatilidad. A menos que se lo hagan los de fuera, por imposición incoercible, como les pasó a los iraquies. Miren Vds. por donde Rodriguez Zapatero ha seguido, en esto, fielmente los pasos de Bush en Irak. Parece evidente que están muy de acuerdo al menos en un punto: en cuanto pueden se cargan la estatua del dictador.

La altura de las banderas

Decía hace poco una separatista vasca que tiene alto cargo político, que esperaba que pronto su bandera estuviera a la misma altura que la de las naciones de la Unión Europea. Parece que hay quien cree que la altura de las banderas se mide por su distancia al nivel del mar, o tal vez por los metros que la separan del suelo. Creo que no somos pocos los que pensamos que la altura de una bandera se mide por lo que representa la tal bandera, y hasta creo que el Sr. Presidente del Gobierno estaría de acuerdo con esto, si hemos de juzgar por lo acontecido no hace mucho en un desfile militar en Madrid.
La altura de una bandera viene dada por la educación, formación conducta e idiosincrasia (entre otras cosas) de las gentes del país que representa. Es probable que muchas personas respeten más la bandera de una nación generosa, solidaria y justa que la de una república egocéntrica, tiránica y bananera.
Alguien dijo que ni siquiera Dios puede hacer que lo que pasó, no haya ocurrido. Somos bastantes los que pensamos que la independencia vasca, si algún día se produjera, se habría apoyado -mucho o poco, pero siempre algo- en el terrorismo, es decir en el asesinato por la espalda, en el tiro en la nuca, en la extorsión, en la muerte de inocentes, en la tiranía y en el miedo. Nada bueno puede salir de un proyecto que se sustenta, aunque sea en pequeña parte, en el asesinato de niños y de ancianos, en tener atemorizados a honrados ciudadanos y en el odio a gentes que -por mucho que se empeñen en “hechos diferenciales”- son muy parecidas.
Ya supongo que algunos podrán objetar que la independencia de un país, en muchas ocasiones, se logró con sangre, y así lo muestra la historia, pero una cosa es sangre de batalla y otra sangre de terrorismo. La sangre de los niños no es igual que la de los combatientes que llevan armas. Brindar con champán tras la masacre de inocentes o amenazar y vejar a la viuda de un asesinado el mismo día que se quedó viuda, no es la conducta de ningún ejército, por criticables que puedan ser éstas en ocasiones. En Vascongadas se han producido los más horibles crímenes y los ultrajes más atroces a la dignidad humana que se han visto en España en muchos años. Una bandera de un estado vasco independiente no podría estar a la altura de otras banderas que representan a países que no han empleado nunca el terrorismo.
Tampoco hay libertad en el País Vasco. Un país que no permite que sus ciudadanos sean libres, es una tiranía. Pocos respetarían la bandera de una nación en la que hubiera ciudadanos de primera y de segunda, con derechos y libertades muy diferentes. El respeto se logra con la honradez, con la hombría de bien, con la solidaridad y - por encima de todo- con el respeto a los demás, obviamente incluidos los que no piensan como nosotros...pero nos respetan.
No soy optimista acerca del futuro de esa región en la que viví algún tiempo. Quizá por eso, parafraseando a Machado, podría decir:

Pobre del niño que nace
en Euzkadi o Vascongadas
una de las dos Vasconias
le dejará el alma helada.

El mito de la igualdad

Yo, la verdad, nunca lo pude entender y sigo sin entenderlo. Ya de pequeño, estudiando para la reválida de cuarto, oi eso de que todos somos iguales, dicho por un señor antipático y maleducado, por lo que dije muy tranquilo:
- No señor, no somos todos iguales. Yo no soy igual que Vd. y mi hermana tampoco
Con lo que me gané un castigo por “insolente” y por “contestar a las personas mayores”.
- ¿Y por qué a las personas mayores no se les puede contestar y a mis amigos sí?
- Porque las personas mayores son distintas de los muchachos
- Pues eso es lo que yo decía

Naturalmente deduje que no era conveniente decir que todos somos diferentes porque te puedes quedar sin cine los domingos. Hay que decir que somos todos iguales, aunque sea lo mas contrario a la simple observación de las personas que nos rodean.
Con el correr de los años comprobé que las diferencias se iban haciendo mayores y más evidentes. De niño, como decía, ya me daba cuenta de que mi prima Fefi era muy distinta de mi hermano Ramón, y ambos diferentes de mi abuelo Juan. De mayor empecé a valorar también aspectos intelectuales y éticos, observando que hay personas mejores y peores, más listas y menos listas, altas y bajas, sanas y enfermas, de las que te puedes fiar y de las que no, etc. A pesar de tan evidente verdad, seguía oyendo, especialmente a ciertos políticos, lo que ya empezaba a llamar para mis adentros “el mito de la igualdad”. Probablemente a alguna gente le encantaría que fuesemos todos iguales, y desarrollan un mito y tratan de extenderlo, incluso llegando a creérselo; pero los hechos son tozudos, la realidad está delante y las cosas son como son y no como querríamos que fuesen.
Cuando estudié algo de biología me di cuenta de que la igualdad era imposible. Los genes se recombinan al azar y basta el cambio de una base púrica o pirimídica en el triplete de un codón para que la función de un gen cambie por completo. Eso sin entrar en las experiencias vitales y educación de cada uno, que hace que incluso personas con idéntica dotación genética, como los gemelos uivitelinos, lleguen a ser personas distintas.
Llegué a una conclusión: “No sólo no somos iguales, sino que no hay dos personas iguales. Somos todos distintos”. Esto parece obvio, pero casi nadie lo dice. Mas bien dicen lo contrario, especialmente en ambientes políticos, donde he visto escenas que rozan el misterio. Hace poco, en la tele, salía el Sr. Cuevas representando a los patronos junto al Sr. Fidalgo representando a los obreros. El uno pequeño, vivaracho, menudo, movedizo, con cara de listo, y muy probablemente de derechas. El otro alto, fuerte, corpulento, macizo, con cara de bonachón y muy probablemente de izquierdas. Alguien, en medio de tanta diferencia física y psíquica, aseguraba muy serio que “todos somos iguales”. Para mi, esta negación de la realidad sigue siendo un misterio inexplicable.
Por otra parte, la natualeza nos va haciendo a todos diferentes para que podamos vivir. ¿Qué pasaría si fuéramos de verdad iguales, clónicos, y a todos nos gustase la misma comida, la misma mujer o el mismo hombre, idéntica profesión o trabajo? Si realmente fuéramos iguales la vida sería imposible.
Yo ya entiendo y veo muy claro que todas las personas tienen la misma dignidad, los mismos derechos y han de ser valorados con la misma medida, pero veo igual de claro que son los derechos, la dignidad y la medida los que tienen que ser iguales e idénticamente aplicados... a personas diferentes. También entiendo perfectamente que debamos tender hacia la igualdad, pero resulta obvio que si debemos buscar la igualdad es porque no la tenemos.
Pese a todo, se oye repetidamente el mito de la igualdad de las personas. Llegué a estar preocupado.¿Cómo podía ser que yo viera claramente que no hay dos personas iguales y que tanta gente afirmara lo contrario? Estuve a punto de caer en la esquizofrenia. Menos mal que un día, hablando de este asunto, un amigo que no tenía mucho éxito con las mujeres me dice todo serio:
- Tienes toda la razón. Eso de la igualdad es un mito. Seremos todos iguales el día que yo sea igual de alto y de guapo que Robert Redford.
Aquello me consoló mucho y me libró de la psicosis. Nunca se lo agradeceré bastante.

El miedo guarda la viña

Cuando era poco mas que un niño, hacia los trece años, me tuve que ir a estudiar a Valladolid interno, pues, en aquella época, a los huérfanos de médicos de toda España nos llevaban allí. Entonces la distancia entre Valladolid y Oviedo era muy grande, y las diferencias entre las ciudades muy notables. Una de las cosas que más me llamaba la atención era la profusión de sentencias y refranes que profesores y alumnos soltaban a diario. Incluso los niños pequeños los decían con cara seria, grave y solemne, como si fuera el oráculo de Delfos, quizá porque así se lo habían visto hacer a sus abuelos.
Un día, un profesor dijo mientras salía de la clase: estaré fuera unos minutos; si me entero de que alguien habla, se quedará todo el mes sin recreo. Nadie habló, excepto yo, que le dije a mi compañero de pupitre:
- Es mucho castigo para falta tan pequeña
El muchacho respondió todo serio:
- El miedo guarda la viña
Y a la salida de clase me explicó que en su pueblo (que creo que era Torrecilla de la Orden) no había guardas en las viñas, pero que si veían a alguien cogiendo uvas ajenas sin más preámbulos le metían una perdigonada. Yo dije asustado:
- ¿Pero con perdigones de verdad?
- De verdad de la buena. Si son niños pequeños algunos usan cartuchos cargados de sal, que hace menos herida, pero duele más. Pero así hemos acabado con hurtos y robos. En otros pueblos también lo hacen. Sienta muy mal podar y cuidar el majuelo para que las uvas se las lleven otros, que encima después se rien de ti, por tonto.
La verdad es que no volví a pensar en el refrán hasta veinte años más tarde cuando una amiga me contaba un viaje por un pais árabe, entonces pobre, y se quejaba de la miseria que había y de lo que la habían importunado los miles de pedigüeños que rodeaban a los turistas. Sin prestar mucha atención le dije:
-Supongo que habrá muchos robos, con tanta necesidad...
- Nadie roba. Piden, pero no roban. Allí se rigen por el Corán y al que roba le cortan las manos. He visto a algunos hombres así, mancos totales, pero escasos. Se roba menos que aquí.
Entonces me acordé otra vez del refrán castellano y pensé que efectivamente tenía su aquél.
Pasaron de nuevo años sin que me volviera a las mientes, hasta antes de ayer, que lei lo del etarra convicto de 25 asesinatos que va a salir a la calle. También saldrán enseguida los que llevaban a Madrid dinamita bastante para causar miles de muertos. Recordé que Atucha se cisca en el Tribunal Supremo y aquí no pasa nada. Robar y matar sale muy barato en España. Unos meses de carcel por cada millón de euros robado o por cada asesinato, y eso en prisiones en las que algunos brindan con champan y se alimentan de caviar.
Podríamos poner docenas de ejemplos de robos casi impunes, de ladrones que no devuelven lo robado, de partidos que se financian ilegalmente, de asesinos confesos que son absueltos, de jueces que se ríen de la ley, de políticos rebeldes, etc.. Está muy claro que aquí el miedo no guarda la viña. Aquí sólo se cumple la ley con los honrados ciudadanos que se retrasan o se olvidan un sólo día de pagar a Hacienda, o que salen a cenar en coche y toman un parde vinos. Esos sí que estamos acojonados con que nos retiren el carnet de conducir o con las inexorables y elevadas multas. Pero los ladrones y los asesinos y los que se pasan la ley por el arco de triunfo son otra cosa... mientras anden en política o sus aledaños, o estén protegidos por políticos y asimilados.
Aqui, si eres honrado ciudadano y se te olvida pagar la viñeta del coche, estate cierto de que te embargarán la cuenta corriente sin contemplaciones, pero si eres político nacionalista ten por seguro que puedes ciscarte en lo que quieras, incluidas las que pomposamente llaman “Altas Instituciones del Estado”, pues en este caso las autoridades, antes de castigar, se la cogerán con papel de fumar y buscarán sutilezas legales antes de molestar a sus compañeros de oficio. Probablemente tenemos el terrorismo que nos merecemos. Es una frase muy dura, pero quizá tenga parte de razón. En la época franquista, los ingleses, para fastidiarnos, solían decirnos a los españoles que andábamos por allí: “cada pais tiene el gobierno que se merece”. Tal vez sea así. Aquí, en vez de reformar la Constitución para introducir la cadena perpetua, como en Francia, algunos la quieren reformar para que asesinos y amigos de asesinos vivan aún mejor. Ahora en España el miedo no guarda la viña. Por eso nos vamos a quedar sin uvas...y sin viña. Y después, mientras otros se las comen, se reirán de nosotros.

Lenguaje ministerial

Con lo que cobran los ministros y las pensiones que les quedan cuando se retiran creo que podrían ser un poco más cuidadosos con lo que dicen y muy especialmente con cómo lo dicen. Una de las últimas perlas la soltó hace poco el de Interior cuando dijo que iba a hacer controles de velocidad “más exhaustivos” y controles de alcoholemia también “más exhausivos”. Pues por muy ministro que sea y póngase como se ponga, nunca logrará el Sr.Alonso hacer controles más exhaustivos. O son exhaustivos, es decir que se ha agotado todos los medios para hacerlos, o no lo son, es decir que se estaban haciendo de modo incompleto. No se puede ser más exhaustivo o menos, como no se puede estar más muerto o menos muerto.
Probablemente el señor ministro simplemente quería decir que pensaba hacer un mayor número de controles. De lo contrario estaría admitiendo que los controles que se venían haciendo eran incompletos o que faltaban algunos detalles por hacer, puesto que no eran exhaustivos. Es difícil entender por qué no dice simplemente”vamos a hacer más controles” o bien “vamos a hacer controles más frecuentes”. Estas frases más sencillas e inteligibles les parecen a los políticos indignas de sus sueldos.
Ahora está de moda el lenguaje alambicado y lleno de barbarismos, especialmente entre los políticos. Las películas ya no se ven, sino que se “visionan” o se “visualizan”, ya no hay plantillas sino “staff”, las empresas no tienen personal, sino “recursos humanos” , en vez de existencias hay “stock” y algunos actos personales no se hacen en la intimidad, sino con “privacidad”, horrible palabro este último que ni siquiera existe oficialmente. Esperemos que el señor ministro sea receptivo y simpatice con el lenguaje castizo. Un poco de sencillez nunca viene mal. Tampoco demasiado, en esto no hace falta ser “exhaustivo”.

Historia y autonomías

Leía hace poco en este periódico, en una “Carta al Director”, un par de frases que me gustaría comentar. En relación con la autonomía, decía el autor de la carta que no sabía de nadie que quisiera entrar o asociarse con la autonomía de Cantabria. Respetuosamente disiento, pues sé de mucha gente que quiso y quiere asociarse con Cantabria, y así lo procuró hace años, aunque sin éxito. Son gentes de la autonomía en la que ahora vivo, que es Asturias.
Cuando se forjaron las autonomías, no pocos asturianos pensamos que nuestro destino natural e histórico era asociarnos con Cantabria. En realidad tenemos problemas y economía muy similares, paisaje casi idéntico, clima parecido, paisanaje no muy distinto, etc. Vacas, prados, pesca, turismo, belleza natural...todo casi superponible.
En cuanto a la historia, la cosa está clara: juntos resistimos a Roma e hicimos venir a Augusto, juntos vencimos al Islam y juntos hicimos España.
Se decía también en la carta que Castilla y León tienen gran historia. Nadie lo duda. Una historia que empieza en Cantabria y en Asturias muchos siglos antes, en Altamira, en Tito Bustillo y en Candamo, y que sigue cuando peleamos contra Roma, y que continúa cuando don Pelayo deja su embrionario reino a su yerno, el cántabro don Alfonso I, hijo de Pedro, duque de Cantabria, que fue así uno de los primeros reyes de Asturias y de Cantabria, entonces unidas, cuando a Castilla le faltaban varios siglos para empezar a existir.
Nuestra historia está indisolublemente entrelazada y ha sido el origen de la nación española. Conviene quizá añadir que el actual rey de España no lleva sangre (genes) de don Pelayo, pero sí de Pedro, duque de Cantabria, que es por tanto la cabeza de la dinastía.
Como es sabido, el hijo de D. Pelayo, llamado Favila, murio joven, segun se cree a resultas de las heridas que un oso le infirió en una cacería. Le sucedió el yerno de Pelayo, de nombre Alfonso, que era hijo de Pedro, duque de Cantabria, y que estaba casado con Ermesinda, hija de Pelayo. Este gran guerrero reinó en Asturias y en Cantabria como Alfonso I y amplió y consolidó el primitivo reino.
Del matrimonio entre Alfonso I y Ermesinda nació Fruela I, hombre de carácter áspero, que mató “por su mano” a su hermano Vimara, y fue a su vez asesinado en Cangas de Onís. Antes se había enamorado de una “cautiva vasca” llamada Munia, de la que nació Alfonso (después sería Alfonso II), que sólo tenía cinco años de edad cuando su padre fue apuñalado.
Quizá por ello, a Fruela I no le sucede su hijo, demasiado joven, sino su primo Aurelio (hijo de otro Fruela, hermano de Alfonso I y por tanto también hijo del duque de Cantabria, Pedro) , y a éste Silo, que accedió al trono por haberse casado con Adosinda, hija del rey Alfonso I y por tanto hermana de Fruela I y nieta de D. Pelayo por parte de madre y de Pedro por parte de padre. Silo y Adosinda no tuvieron descendencia, por lo que parecía lógico que, muerto Silo, el trono fuera para Alfonso II, hijo de Fruela I, bisnieto de Pelayo, bisnieto de Pedro, duque de Cantabria, y sobrino de Adosinda, reina viuda de Silo. El muchacho, que ya tenía unos quince años, parecía que valía para el oficio, pero un hijo bastardo de su abuelo Alfonso I (es decir un tío bastardo) llamado Mauregato, dio un “golpe de estado” y reinó durante cinco años. A su muerte subió al trono Bermudo el diácono, que era hijo del Fruela cántabro hermano de Alfonso I. Este Bermudo era por consiguiente hermano de Aurelio y nieto de Pedro, duque de Cantabria.
Bermudo, poco guerrero en tiempos violentos, abdicó al poco a favor de su joven primo segundo Alfonso, con lo que al fin reinó Alfonso II el Casto, que lo hizo durante cincuenta años, pero - haciendo honor a su sobrenombre- no dejó descendencia.
A Alfonso II le sucede Ramiro, que era hijo de Bermudo y por tanto nieto del Fruela cántabro (el hermano de Alfonso I) y bisnieto de Pedro, duque de Cantabria. Ni Bermudo ni su hijo Ramiro tienen, según creo, genes provenientes de Pelayo, que se acaban en la castidad de Alfonso II, pero sí de Pedro, duque de Cantabria.
Desde Bermudo y Ramiro hasta Juan Carlos sin duda hay sucesión mas o menos directa, incluso cuando la casa de Borbón sucede a la de Austria. Pero parece poco probable que nuestro actual rey tenga sangre pelagiana, aunque sí la tiene de Pedro, duque de Cantabria y de su hijo Fruela (el Fruela cántabro, que no reinó, aunque fue padre de reyes), y también del hijo de este último, el rey de Asturias D. Bermudo I el Diácono, y -obviamente- de todos sus sucesores hasta nuestros días.
Difícil es que dos pueblos tengan una historia más noble, antigua y entrelazada.
Nadie duda de que la historia de Castilla y León es rica y antigua, pero la de sus progenitores lo es tanto o más.

Humano, humanitario, humanista

He aquí tres palabras que, pese a su semejanza fonética, casi siempre he oído emplear con mucha propiedad. Los pacientes las utilizan con frecuencia referidas a médicos, e incluso las personas de apariencia iletrada suelen usarlas muy correctamente. Llaman “humano” no sólo a lo perteneciente a nuestra especie biológica, sino a la persona compasiva, entrañable, que al ejercer su trabajo u obligación no se limita a cumplir con su estricto deber, sino que se interesa por las circunstancias de los demás, por la situación que atraviesan, con el fin de ayudar, si fuera posible, o cuando menos de “acompañar” en la tribulación o en la necesidad. Se puede aplicar al que ejerce cualquier profesión o actividad; desde el mecánico que no sólo arregla la avería del coche sino que nos indica dónde podemos comer algo o dónde pueden hacer pis los niños, hasta el gran directivo empresarial que se interesa por los problemas personales de sus empleados y trata de echarles una mano.
En Medicina suele emplearse con mucha propiedad en este sentido expuesto, pues la he oído aplicar a grandes maestros o profesores a quienes “no se les subió el prestigio a la cabeza” y siguen preocupándose por los pequeños detalles que tanto contribuyen al bienestar del paciente. No sólo prescriben el tratamiento sino que charlan con el enfermo y le preguntan por los estudios de sus nietos o por la marcha de sus negocios. Supongo que le será más difícil mostrarse “humano” al recaudador de Hacienda o al alguacil del Ayuntamiento, pero a veces basta una mirada, un gesto, una sonrisa...
Humanitario suele aplicarse en un sentido más general a quien hace el bien a un grupo o una colectividad, es decir que sería más o menos sinónimo de “benéfico” y -para los católicos- de “caritativo”. Oímos con mucha frecuencia lo de “ayuda humanitaria” para los países muy pobres o muy empobrecidos, lo que viene a ser una ayuda para hacer el bien a unas personas que lo necesitan. En los ambientes sanitarios suele aplicarse, en idéntico sentido, a los grupos que tratan de mejorar las condiciones de salud de una colectividad, o -lo que viene a ser lo mismo- a los médicos que ejercen en áreas pobres, con muchos enfermos y poca o nula remuneración. El médico “humanitario” sería aquel que trabaja mucho y para muchos y cobra poco y de pocos, como los que ejercen en países o pueblos subdesarrollados. Es muy probable que la mayoría de los “humanitarios” sean también “humanos” en su actitud, aunque lo contrario no tiene por qué ser necesariamente cierto y cabe que un médico muy “humano” en su talante, sea también muy cuidadoso con las facturas de sus clientes. Es claro que algunas profesiones lo tienen muy difícil para mostrarse humanitarias. Un recaudador de impuestos humanitario podría terminar como Cervantes, con problemas con sus superiores. Incluso a un profesor de Universidad o a un juez les podría crear conflictos ser humanitarios, es decir benéficos y caritativos.
Con todo, y aunque creo que las expuestas son las connotaciones peculiares de las mencionadas palabras, hay diccionarios que las dan como muy relacionadas e incluso sinónimas. Ciertamente hay semejanzas.
Humanista se diferencia más claramente de los dos anteriores vocablos pues se aplica a las personas versadas en humanidades, es decir en letras. Se refiere especialmente a los saberes poco o nada técnicos, y por consiguiente con escasa o nula aplicación práctica, en el sentido material del término, tales como historia, literatura, lenguas clásicas, etc.
También en los ambientes sanitarios han existido grandes humanistas. Médicos muy versados en historia y en literatura ha habido muchos, como Laín Entralgo y Marañón, ambos académicos de la Lengua y de la Historia, además de la Medicina. Creo que es Cruz Hermida quien distingue, acertadamente, entre médicos escritores y escritores médicos. Los primeros son clínicos que ejercen su profesión, pero que además escriben, como Marañón, Vallejo Nájera o Jaime Salom. Los segundos son licenciados en Medicina, pero no han ejercido nunca o durante muy breve tiempo, y se dedicaron plenamente a escribir, como Pío Baroja o Laín Entralgo.

Un anónimo dudoso

Leiamos hace poco en este periódico, en uno de los reportajes dedicados a la retirada de Alvarez-Cascos de la vida pública, los versos que el ilustre político citó en su alocución de despedida, que se atribuyen en mas de una ocasión a “autor anónimo”.
No es que tenga yo autoridad alguna en estos menesteres, ni aún menos afán polémico, pero creo que mucha gente, especialmente en Sevilla, puede quedar sorprendida de esa afirmación. Los versos en cuestión constituyen la quinta estrofa de la “Epístola moral a Fabio”, escrita -segun los expertos y los libros de texto- por el capitán D.Andrés Fernández de Andrada, sevillano de nacimiento y poeta ilustre del Barroco.
Los versos citados dicen así:

Más triunfos, más coronas dio al prudente
que supo retirarse, la fortuna,
que al que esperó obstinada y locamente

Es cierto que esta “Epístola moral” se atribuyó antiguamente a otros escritores, como Bartolomé Leonardo de Argensola o Fancisco de Rioja, pero las investigaciones llevadas a cabo ya en el siglo XIX por Adolfo de Castro y muy especialmente las de Dámaso Alonso en el siglo pasado ( La “Epístola moral a Fabio” de Andrés Fernández de Andrada; edición y estudio. 1978) atribuyen con escaso margen de duda la autoría de la maravillosa Epístola a D. Andrés Fernández de Andrada, a quien bastó esta sola obra para entrar por la puerta grande en la Historia de la Poesía Española. Dámaso Alonso incluso aventura la identidad del “Fabio” a quien iba dirigida la obra ( El Fabio de la “Epístola Moral” en cara y cruz en Méjico y en España.1959) , tesis admitida por algunos otros autores, como Carmen Fernández-Daza, que también sugiere que el “Fabio” era D. Alonso Tello de Guzmán, corregidor de la ciudad de Méjico (Revista de Filología Moderna, 1994).
No sabemos mucho del presunto autor. Nació en Sevilla en 1575 y falleció en Nueva España (Méjico) en 1648. Vivió pues 73 años, dilatada existencia en una época en la que la vida media andaba por los treinta años. Quizá plasmó con tanta perfección la sabiduría que encierra la renuncia a las ambiciones de la Corte porque en sus años maduros le acompañó la pobreza, de lo que cabe deducir que no tuvo gran éxito en las “esperanzas cortesanas”. De hecho murió en la miseria. Algunos autores, sin embargo, creen que la obra fue escrita hacia 1612, es decir cuando el autor tenía 37 años. De ser así, el contenido de la poesía de Andrade respondería más a sus ideas o principios que a su experiencia.
La “Epístola” es de una belleza escalofriante. Son versos sencillos, serenos, suaves, sedosos, que se deslizan en silencio y que nos dan paz y sosiego. Nos traen a
la memoria el “Beatus Ille” y la “Oda a la vida retirada” de Fray Luis, elogios también famosos de la “aurea mediocritas” y del desprecio a las vanidades mundanas.
Si Alvarez-Cascos cita la Epístola y su espíritu sintoniza con el de la obra, es que se siente desengañado. El trasunto de los versos de Andrade es el desengaño; la pequeña -o grande- decepción del que descubre que las esperanzas cortesanas son prisiones, que al ambicioso también termina por llegarle la muerte y que -a veces- ni siquiera la astucia sirve para conseguir el fin propuesto.
La digna y noble melancolía que destilan los primorosos tercetos de la obra, refleja la desilusión del que se cree querido y estimado y -traumaticamente- descubre que no lo es tanto como pensaba. Ignoro si ese es el caso del Ministro cuyo buen hacer nos permite ir a Santander en menos de dos horas, pero, si así fuese, los versos y la obra, sea quien sea su autor, están perfectamente elegidos.

Ruidos y silencios

A mi me parece que Oviedo es una ciudad ruidosa. Ya sé que todo es relativo, y siempre cabe preguntarse ¿comparada con qué? , pero así, en conjunto, creo que las autoridades no se preocupan lo suficiente de esta agresión que nos perjudica a todos.
Hace años, cuando regresé a vivir a Oviedo, me llamó la atención el excesivo ruido urbano, que parecía importarle poco a la ciudadanía. Un día, paseando a la vera del Campo de San Francisco, un casco de color vivo cabalgaba sobre un ruido atroz e insoportable y pasaba justo a mi lado. Me armé de valor y me acerqué a un guardia:
- ¿No cree Vd. que la moto de ese chico hace más ruido del permitido?
Me miró como a un extraterrestre. Yo esperaba una respuesta como las que solían dar los guardias del Campo cuando yo era niño, o sea:
- ¿ Y a Vd. qué coño le importa?
Pero no; siguió mirándome con extrañeza, dándome así oportunidad para insistir:
- Yo creo que debería Vd. detenerle; pasa de 100 decibelios
Juraría que el guardia pensó por un instante que yo estaba de coña, pero al ver que mi cara continuaba seria e impertérrita, dijo titubeante:
- No tenemos aparatos para medir el ruido. Y añadió:
- Bueno, tenemos algunos, pero mientras se mide el ruido el motorista ya ha escapado
- Pues hagan como con la velocidad; un guardia aquí midiendo y otro al extremo de la calle deteniendo.
El agente no estaba entusiasmado con la idea de multar a los ruidosos. La cosa acabó en nada, lo que nunca es mal final cuando se dialoga con una autoridad.
Hace ya años pasé una temporada en un pueblo de la montaña suiza llamado Wengen en el que se preocupaban más del silencio que de la comida. El motor de explosión estaba prohibido en todo el municipio y en varios kilómetros a la redonda, con lo que ni coches ni motos podían entrar, ni siquiera acercarse a la pequeña villa. Yo creía que era por mor del aire puro, o sea por evitar la contaminación, pero pronto me explicaron:
- Más que nada es por el ruido, por la contaminación acústica. Aquí tenemos un turismo muy selecto, que busca paz y silencio. No podemos arriesgarnos a perderlo.
Era curioso ver cómo se hacía todo el transporte urbano en carritos eléctricos o en carruajes tirados por caballos.
Oviedo presume de ser ciudad limpia, y bien está eso de la limpieza, pero a continuación, es decir el paso siguiente, es conseguir que sea silenciosa, o cuando menos, poco ruidosa. Con las ciudades pasa como con las personas. Lo primero que sean limpias, o sea que no hagan marranadas y que no huelan mal, pero -a poco que se pueda- que no hagan ruidos desagradables.
El silencio suele ser buscado por las gentes con vida interior casi tanto como el ruido por los vacíos. Esto alcanza también a la charla fútil y vocinglera, generalmente inútil y molesta. El charlatán suele ser ruidoso, y viceversa. Como se decía en el alambicado lenguaje de la oratoria decimonónica: nada aureola tanto de dignidad a la persona como el silencio. El pueblo, a su manera, también valora el silencio:
- En boca cerrada no entran moscas
- Y quien mucho habla mucho yerra
- Y por la boca muere el pez
- Y al buen callar llaman Sancho
Los proverbios acerca de las ventajas del silencio sobre el ruido, o simplemente sobre el hablar por hablar, son numerosos y a mí me parece que, por lo general, acertados:
- Un hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice
- Haz que tus palabras sean mejores que tu silencio
Este último es particularmente sabio, pues no es fácil mejorar el silencio. Quizá por ello, cuando estoy en una reunión y me apetece decir algo, trato de seguir el consejo que dice: “ En una reunión es preferible permanecer callado, aun a riesgo de pasar por tonto, que abrir la boca y despejar definitivamente todas las dudas”.

Dar y quitar carnés

Como decía el clásico, el sentido común es la cosa mas abundante y mejor repartida del mundo, pues todos creemos tener suficiente y pensamos que no necesitamos más y que hasta podríamos dar a otros algo de lo que nos sobra. No es que yo me considere sobrado de tan bien repartido sentido, pero, como hijo de vecino, creo que tengo mi porción, que trato de aplicar a los problemas cuyos entresijos desconozco. Por ello, aunque no soy experto en leyes ni en procedimientos legales, mi sentido común me previene contra la nueva norma que permite a los guardias retirar el carné de conducir.
En primer lugar, el asunto no está claro. Lo pueden retirar ¿por cuánto tiempo? Lo lógico sería durante unas horas, mientras existe “la evidencia” de que el conductor no puede ejercer su función. Pero en este caso ¿no basta con inmovilizar el vehículo y prohibir directamente la conducción al interesado?
Por otra parte, el concepto de “evidencia” es relativo. Basta ir a un partido de futbol para comprobarlo. El penalti que es evidente para unos resulta dudoso para muchos e inexistente para otros. Si no hay partido de futbol a mano, vale también una sesión de las Cortes. Lo evidente para los que se sientan a la derecha resulta abstruso para los que se sientan enfrente, y vicecersa.
Pero las mayores reservas vienen por el camino de la proporcionalidad que creo debe haber entre el modo de conceder un título y el modo de retirarlo. Comprendería que los guardias retirasen un carné de conducir si para obtenerlo bastase con solicitarlo y pagar unas tasas. Pero no es así. Obtener el carné de conducir se ha convertido en una pequeña oposición con al menos dos ejercicios. Creo que ahora hay que acreditar unas horas de academia, pasar un reconocimiento médico, hacer un examen teórico y otro con el vehículo apropiado en marcha y acreditar las habilidades pertinentes. El que examina es un señor ingeniero que supongo también ha hecho una oposición previa para poder examinar. Por otra parte, sacar ahora el carné cuesta mucho dinero y no poco tiempo y dedicación. Sé de personas, muy competentes en sus trabajos respectivos, a las que obtener el carné les ha supuesto muchas horas de estudio, de preocupaciones y de prácticas, además de cientos de miles de pesetas. No todo el mundo está dotado para todo.
Si se precisan varios exámenes para obtenerlo parece lógico que sea necesario al menos uno para retirarlo, y si los exámenes para sacarlo los hacen personas especialmente cualificadas para ello (médico e ingeniero) parece lógico que tambien para retirarlo se acuda a alguien cualificado, como es el juez. El asunto tiene su vertiente ética, pues no pocas familias viven gracias al carné de conducir de alguno de sus miembros, y si se le retirase, la familia puede verse en graves apuros. Estoy seguro de que los guardias tienen en su mayoría muy buen sentido, pero también creo que sería sobrecargarlos con una responsabilidad excesiva, pues se les obliga a dictar una sentencia sin juicio previo, y por tanto sin poder escuchar a defensores ni a fiscales. Sería una sentencia sin juicio, un juicio sin instrucción, una instrucción sin defensa...
En el fondo, esta medida disminuye la importancia del carné. Lo devalua, que supongo es lo contrario de lo que se busca. Algo que cuesta mucho obtener debe ser tratado con más miramientos. Esto me recuerda un episodio curioso sucedido hace muchos años en Oviedo, al lado de la Universidad: el padre de un alumno de Derecho llegó a la capital y trató de ver al catedrático de Civil para recomendar a su hijo. Como no lo conocía personalmente, se informó. Alguien le dijo:
- Mire, es ese señor del paraguas que sale ahora de Alvabusto
El padre del alumno abordó al señor indicado
- Perdone...¿es usted por casualidad el catedrático de Civil?
El profesor se para, le mira con severidad y contesta con cierta indignación:
- Por casualidad no, señor, ¡por oposición!

La fabada transgénica

Con frecuencia se habla ahora de los alimentos transgénicos, y aunque todavía no hay mucha información disponible, me parece que muchas personas desconfían de estas técnicas e instintivamente adoptan una actitud contraria, o al menos recelosa. Así suele ser con las innovaciones, por excelentes que sean. La electricidad, las primeras bombillas, el teléfono, la radio, etc.tuvieron muchos detractores y se les atribuían numerosos males y no pocas enfermedades. Hasta la anestesia, que no hacía sino eliminar dolores, fue muy contestada en su tiempo. No pocos cirujanos la rechazaban y tardaron en adoptarla, pues, como dijo uno de ellos: “intentar eliminar el dolor en las operaciones es una utopía que el hombre no alcanzará jamás”. La Iglesia también puso sus pegas, por aquello del “parirás con dolor” de la Biblia, pero ya ven ustedes que todo quedó en nada. Al contrario, cuando hay un apagón, se demanda a las eléctricas.
Personalmente no tengo ningún recelo de los transgénicos, quizá porque estoy convencido de que todos somos transgénicos. El hombre es un transgénico de algunos primates, estos de algunos simios, y así sucesivamente. Sin el menor reparo comemos una lubina recién pescada, que a su vez es transgénica de sus predecesores en la escala filogenética. Incluso la fruta recién cogida del árbol es transgénica, pues su genoma es producto de algún cambio producido antaño en alguna especie próxima.
Lo que ocurre habitualmente es que los cambios en los genes los hace la naturaleza. Los rayos solares, muchos productos químicos (algunos sencillos y abundantes), el calor, los virus, ciertos traumatismos repetidos, etc.pueden cambiar el genoma de una especie, cambiando igualmente las propiedades y el comportamiento de dicha especie. La adaptación al medio, la selección natural, las mutaciones por los agentes antes mencionados, (y probablemente por otros agentes aún no bien conocidos) hacen que las especies evolucionen, cambien, se extingan o se desarrollen, según una mezcla de azar y necesidad. Actualmente, estos cambios en el genoma de una especie se pueden hacer en el laboratorio, con lo que están mucho más controlados y dirigidos, y son por tanto poco o nada peligrosos. En realidad, el hombre viene buscando especies transgénicas cuando selecciona, cruza e injerta individuos peculiares o especies próximas aunque ligeramente diferentes, como cuando busca trigo de ciclo corto, frutas sin pepitas, mulos de carga, gallinas ponedoras, vacas lecheras, melocotones sabrosos, etc. Ahora esto se puede hacer “de una vez” , en poco tiempo y perfectamente controlado, aunque aún en muy pequeña escala.
Todo esto viene a cuento de una conversación que mantuve hace ya muchos años con nuestro ilustre paisano Grande Covián en la Facultad de Medicina de Valladolid, en una limpia y fresca mañana de primavera. Él pronunciaba una conferencia sobre nutrición y a mi me correspondía presidir el acto. Al terminar charlamos unos minutos. Pronto salió a relucir nuestro común origen asturiano y empezamos a hablar de la fabada y de sus excelencias, aunque yo me quejaba de su difícil digestión y de la habitual flatulencia que produce. Paco “el Grande” me dijo que era debido a unos oligosacáridos propios de esta legumbre, pero que no sería difícil obtener por ingeniería genética una especie que careciera de ellos, retirando del genoma de “les fabes” los genes responsables de la síntesis de los nefastos oligosacáridos, con lo que la fabada resultante resultaría más o menos sólida o más o menos líquida, pero nada gaseosa. Esto ya lo pensaba D. Francisco hace más de veinte años. También en esto fue un precursor.
Creo que éste sería un gran avance que los agricultores asturianos deberían considerar, pues una vez eliminado este pequeño escollo digestivo, la fabada vería aumentado su consumo y los cultivadores la venta de su delicado y sabroso producto. Con un poco de suerte podríamos empatar con la paella, que ocupa el número uno en la preferencia de los españoles por sus platos regionales, seguida de cerca por nuestra fabada, a pesar de sus inconvenientes gaseosos.
Los transgénicos son el futuro de la humanidad. Cuando era niño siempre que veía una vaca, preguntaba si era de las que daban leche merengada, tal como decía la canción que algunas hacían. La gente se reía. Los niños de ahora es probable que lleguen a ver esa vaca, obviamente transgénica, y que beban confiadamente su delicioso producto.

Sólo necesita identidad quien cree no tener la suficiente

Resulta difícil de explicar el sentimiento insolidario para con el resto de los españoles que manifiestan al menos la mitad de los vascos. Los resultados de las eleciones demuestran que los nacionalistas del P.N.V. más los extremistas batasunos y similares, constituyen mayoría. Sabemos -porque así lo han dicho- que el fin común de todos ellos es la independencia del País Vasco. Separarse de España. Es evidente que no se sienten solidarios con sus actuales compatriotas. Quieren ser diferentes, distintos, “otros”.
Por otra parte, es claro que las ideas -o lo que es peor- los sentimientos divergentes, los que distinguen entre “nosotros” y “ellos”, se abonan y favorecen desde el actual gobierno nacionalista vasco. Se echa leña al fuego y también se echa la culpa a “Madrid” de todo lo que disgusta, como ya hacía Sabino Arana en algunos de sus escritos, que adolecían de idiocia, es decir que eran propios de un idiota, y la palabra no debe ser tomada como un insulto sino como un diagnóstico.
¿Por qué esta insolidaridad en tantos vascos? ¿Por qué esa necesidad de marcar diferencias? ¿Por qué esa agresividad en los más extremistas que llega a los crímenes más viles que conoce nuestra historia y que manchan el nombre de Vasconia?
No es fácil encontrar respuesta. El sentimiento tribal de “nosotros” frente a “ellos” es muy humano, aunque primitivo. Quizá algunos pueblos que nunca han sido nación y desean serlo, tengan exaltado ese sentimiento tribal y quieran reafirmar su identidad marcando las diferencias que puedan existir o inventando otras nuevas.
Resulta curioso que las regiones que han sido reinos completamente independientes, como Asturias, Castilla, Navarra, León, Valencia o Aragón, sean mucho más solidarias que las que nunca lo han sido, como Vascongadas o Cataluña.
Nada hay que oponer a que estas últimas busquen su identidad, si así lo desean, mientras no hagan daño a las demás, lo que, evidentemente, no ocurre en Euskadi.
Sin embargo, más bien pienso que esta necesidad de identidad que manifiestan algunos vascos, esa ansia de diferenciarse de lo español que parece haber atacado a muchos de ellos, obedece al rechazo que muestran a su propia historia, indisolublemente entrelazada -volens nolens- con la de España. Este rechazo es a su vez consecuencia de las idioteces y falsedades que escribió Sabino Arana, que buscaban exaltar el sentimiento tribal y que por tanto prenden muy bien en las mentes juveniles, especialmente en las poco maduras y escasamente racionales.
Hace poco, en un autobús turístico de Bilbao, en el que viajaban personas cultas, una joven locutora explicó sin el menor rebozo que Unamuno había sido miembro de la Academia Española por despecho tras no haber logrado serlo de la Vasca. Lo dijo completamente seria y convencida. Sin duda lo habia leido u oido. Sabino Arana envenenó y envenena a los jóvenes haciéndoles creer que los vascos eran “más que” y “mejores que”, lo cual -no sé si será una paradoja- resulta muy español.
Exaltar a los jóvenes irreflexivos con sentimientos tribales no es difícil. Convencer a los adultos sensatos con argumentos irrebatibles ya es otra cosa.
Ciertamente, cualquier aficionado a la historia de España sabe que la identidad del País Vasco está intimamente ligada a la del resto de España, ya desde que formaron parte del Reino de Asturias. Su auténtica identidad es esa, la compartida, que incomprensiblemente parece molestar a algunos. Como les molesta esta identidad auténtica, histórica, compartida con España, necesitan crear una identidad nueva, inventada, “pura”, llena de diferencias más o menos verdaderas, y por tanto más o menos falsas. De esta necesidad de una identidad nueva que implique el “ser más que” o “ser superior a” quizá surja el sentimiento de insolidaridad, el de “nosotros” frente a “ellos”, es decir el que busca a toda costa las diferencias.
Si, racionalmente, aceptasen su auténtica identidad histórica siempre compartida con el resto de España (que es, por otra parte, una de las más destacadas de la Historia Universal), no necesitarían nada. Sencillamente convivirían en paz. Pero el que a toda costa quiere una identidad nueva, está forzado a pasar por el quirófano para modificar sus facciones, sus pómulos y su nariz, y después tiene que hacerse otro carnet de identidad. O sea sangre y tinta, lo que resulta -paradójicamente- muy español.
Dime de que presumes...

De los genes del rey

He leido ya varias veces - y recientemente en un gran anuncio en La Nueva España- que nuestro rey D. Juan Carlos desciende de D. Pelayo, primer rey de Asturias. Si esta descendencia se entiende como mera linea sucesoria en el trono, nada hay que objetar a la afirmación, aunque - en ese caso- poco tiene de peculiar. Si por el contrario se entiende como descendencia genética, es decir, como parentesco de sangre mas o menos directo, creo que la afirmación no es exacta. Como quiera que siempre he pensado que nuestro rey no desciende de D. Pelayo, sino de Pedro, duque de Cantabria (y de Bermudo I el diácono, rey de Asturias) y a la espera de más autorizadas plumas que me corrijan, quisiera exponer brevemente las razones que me llevan a sustentar la mencionada opinión.
Como es sabido, el hijo de D. Pelayo, llamado Favila, murio joven, segun se cree a resultas de las heridas que un oso le infirió en una cacería. Le sucedió el yerno de Pelayo, de nombre Alfonso, que era hijo de Pedro, duque de Cantabria, y que estaba casado con Ermesinda, hija de Pelayo. Este gran guerrero reinó en Asturias como Alfonso I.
Del matrimonio entre Alfonso I y Ermesinda nació Fruela I, hombre de carácter áspero, que mató “por su mano” a su hermano Vimara, y fue a su vez asesinado en Cangas. Antes se había enamorado de una “cautiva vasca” llamada Munia, de la que nació Alfonso (después sería Alfonso II), que sólo tenía cinco años de edad cuando su padre fue apuñalado.
Quizá por ello, a Fruela I no le sucede su hijo, demasiado joven, sino su primo Aurelio (hijo de otro Fruela, hermano de Alfonso I y por tanto también hijo de Pedro) , y a éste Silo, que accedió al trono por haberse casado con Adosinda, hija del rey Alfonso I y por tanto hermana de Fruela I y nieta de D. Pelayo por parte de madre y de Pedro por parte de padre. Silo y Adosinda no tuvieron descendencia, por lo que parecía lógico que, muerto Silo, el trono fuera para Alfonso II, hijo de Fruela I, bisnieto de Pelayo y sobrino de Adosinda, reina viuda de Silo. El muchacho, que ya tenía unos quince años, parecía que valía para el oficio, pero un hijo bastardo de su abuelo Alfonso I (es decir un tío bastardo) llamado Mauregato, dio un “golpe de estado” y reinó durante cinco años. A su muerte subió al trono Bermudo el diácono, que era hijo del Fruela cántabro hermano de Alfonso I. Este Bermudo era por consiguiente hermano de Aurelio y nieto de Pedro, duque de Cantabria.
Bermudo, poco guerrero en tiempos violentos, abdicó al poco tiempo a favor de su joven primo segundo Alfonso, con lo que al fin reinó Alfonso II el Casto, que lo hizo durante cincuenta años, pero - haciendo honor a su sobrenombre- no dejó descendencia.
A Alfonso II le sucede Ramiro, que era hijo de Bermudo y por tanto nieto del Fruela cántabro y bisnieto de Pedro, duque de Cantabria. Ni Bermudo ni su hijo Ramiro tienen, según creo, genes provenientes de Pelayo, que se acaban en la castidad de Alfonso II.
Desde Bermudo y Ramiro hasta Juan Carlos sin duda hay sucesión mas o menos directa, incluso cuando la casa de Borbón sucede a la de Austria. Pero parece poco probable que nuestro actual rey tenga sangre pelagiana, aunque sí la tiene de Pedro, duque de Cantabria, de su hijo Fruela (el que no reinó, aunque fue padre de reyes), del hijo de este último, el rey de Asturias D. Bermudo I el Diácono y -obviamente- de todos sus sucesores hasta nuestros días.

Violencia de género (sólo gramatical)

A mi me parece que Oviedo es una ciudad ruidosa. Entre las motos, las bocinas de los coches (que suelen sonar para descargar un enfado o para saludar a un conocido, rara vez por necesidad) y las frecuentes y abundantes obras urbanas, hay más decibelios que amabilidad y más ruido que silencio. Hace pocos días, a los mencionados tormentos se unió el del altavoz instalado en un coche que, con elevada intensidad de sonido e insuperable vehemencia, solicitaba de los ciudadanos la asistencia a determinada manifestación. Se lo pedía con insistencia a “todos y a todas”...
Lo de “todos y todas” añadió tormento gramatical al suplicio acústico. Recordaba eso de “ciudadanos y ciudadanas” o lo de “vascos y vascas” del señor Ibarreche, pero que -por referirse ya inicialmente a “todos”- todavía chirriaba más. La señora del altavoz, como muchos políticos, ignora que en castellano, como en muchas otras lenguas, el masculino, sobre todo en plural, es género también inclusivo del femenino. Si decimos: “ todos los jubilados recibirán una paga extra” estoy seguro de que las mujeres que ya no trabajan también exigirían su dinero. Si dijeran “todos los jubilados y todas las jubiladas recibirán etc.” sería una cursilería, un pleonasmo y -sobre todo- una incorrección gramatical. Si leemos “los perros ladran”, ya entendemos que las perras tambien lo hacen.
Eso es así mientras los españoles hablemos como hablamos y la gramática sea la que es, aunque pueda disgustarles a algunas feministas y a no pocos “feministos”.
Cuando se habla de estos temas y como para compensar, casi siempre hay alguien que dice: “también hay palabras que son siempre femeninas e incluyen a los hombres, como periodista o artista”. Esto, en realidad, no es exacto, pues esas palabras no son femeninas, sino comunes, y ésto es harina de otro costal y nada tiene que ver con lo anterior. Lo que ocurre es que en castellano hay nombres comunes en cuanto al género y también nombres epicenos. Los nombres comunes “no poseen género gramatical determinado y se construyen con artículos, adjetivos y pronombres masculinos o femeninos” , por ejemplo los mencionados artista y periodista. Para referirnos al género tendremos que decir “el artista o la artista”, segun los casos. Buen periodista o buena periodista. Estos son los nombres comunes. Los epicenos tienen un solo género y este género designa a ambos, como hormiga, ballena, milano, etc. Estos no admiten mas que el artículo de su género, y así no podemos decir “el hormiga”; en “la hormiga” van incluidos el macho y la hembra.
Otro asunto distinto y que conviene deslindar de los anteriores, es el que se plantea con los nombres de algunas profesiones, que antaño eran privativas de los hombres pero que ahora las desempeñan también mujeres, como médico, abogado, juez, etc. Ahí se demuestra que el lenguaje es algo vivo que cambia sin cesar, y así como hace años solía decirse “la ministro” o “la catedrático” o “la médico”, ahora casi todos decimos ministra, catedrática o médica. Es la evolución de la lengua, que -en este caso- es notable evolución, pues no sólo ha cambiado el género, sino también el significado de la palabra, ya que hace años, al menos en los pueblos de Castilla, “la jueza” designaba a la mujer del juez. Recordemos “La Regenta”, que no era sino la mujer del regente. Ahora en cambio, si oímos hablar de la médica, todos pensaremos en una profesional de la Medicina y no en la mujer del médico.
En resumen, que “todos” ya incluye a “todas”, y no es necesario especificar el género tan extremosamente. A veces las hipercorrecciones también son faltas. Espero que “todos” estemos de acuerdo.

La diferencia

Recuerdo muy bien el primer asesinato de ETA. La víctima que abrió la sanguinaria cuenta fue un joven guardia civil gallego apellidado Pardines, que creo no pasaba de los veinticinco años. Fue asesinado en Guipúzcoa, en la carretera, cuando cumplia con su deber de vigilar el tráfico. Lo tengo muy presente porque yo hacía entonces la mili en el cuartel de Loyola, en San Sebastián, y en todo el recinto militar no se hablaba de otra cosa. Además, en ese mismo cuartel se celebró el juicio del etarra asesino, (quien, por cierto, a los muy pocos años ya estaba libre dando mítines en la calle).
Era la primavera-verano de 1968. Desde entonces, la inmensa mayoría de los españoles hemos vivido en la “rabia e impotencia” y -sobre todo- en el sacrificio de “mantener la serenidad” tras cada uno de los cientos de asesinatos de la banda terrorista, tal como nos recomendaban nuestras autoridades. En todas las manifestaciones populares de condena de los atentados se distinguía perfectamente entre “vascos sí” y “eta no”, a pesar de que alrededor de doscientos mil vascos votaban a batasuna y no condenaban los asesinatos (quizá por ello alguna pancarta exhibida en tierras orgullosas de llamar al pan pan y al vino vino rezaba “algunos vascos sí, eta no”). Cuando pensábamos que había y hay etarras en las cárceles que brindaban con champán tras cada asesinato, el cuerpo nos pedía hacer algo, que algunos llamarían venganza, pero otros justicia. Pero la serenidad se impuso siempre, por la suprema razón de que nosotros no somos asesinos. Esa era la gran diferencia. Nosotros teníamos que detener a los etarras y buscar pruebas para condenar a los asesinos, dejando libres a todos los demás, incluso a los que arropan a los terroristas, y hasta a algunos convictos y confesos de asesinato, a los que un tribunal popular absolvió poco antes de que huyeran. A nadie se le pasó por la cabeza bombardear los pueblos de Guipúzcoa o de Vizcaya en los que hacen “hijos predilectos” a terroristas que han matado o van a matar a docenas de inocentes. La gran diferencia, digo yo, es que nosotros no somos asesinos.
Y entonces, me pregunto, si nosotros venimos haciendo esa distinción entre asesinos y no asesinos (a veces sutil), y respetamos a los amigos de los terroristas de herri batasuna (hasta el punto de que muchos cobran del erario público, es decir que les estamos pagando nosotros) ¿cómo es que ahora estamos ayudando a una nación que no distingue nada de eso y bombardea indiscriminadamente?
Yo no tengo claro si al terrorismo hay que tratarlo con algodones y miramientos, con dengues y remilgos, como venimos haciendo en España, o con mano de hierro como hacen otros países, pero lo que sí tengo claro es que nuestra postura es incoherente, y parece que nuestras autoridades se vuelven más agresivas frente al terrorismo que padecen otros países que frente al propio.
No es fácil de entender que ayudemos a bombardear afganos y entremos en una indiscriminada guerra contra el terrorismo en Asia mientras que aquí muchos etarras con delitos de sangre estan saliendo de las carceles en las que han bebido champán en abundancia.
Lo coherente sería que nuestros gobernantes aconsejaran a los yanquis lo importante que es en estos momentos “mantener la serenidad” y tragarse “la rabia e impotencia”, que es lo que siempre nos han dicho a nosotros, en vez de ayudarlos a tirar bombas. Tendrían que enseñarles a condenar atentados, a hacer misas por las víctimas, a expresar repulsas y a aguantar impertinencias macabras de los terroristas encarcelados y de los no encarcelados.
Aqui se llamó “guerra sucia” a la que usa métodos parecidos a los de los terroristas. Cabe pensar que la “guerra limpia” es la que se dirige sólo contra ellos, los detiene, busca pruebas, los juzga y los condena si procede. Si esto es así, ¿qué tipo de guerra hacen ahora los yanquis y sus aliados, o sea nosotros?
Por otra parte, no hay duda de que el fervor antiterrorista es ahora mayor que nunca en los paises de la OTAN, pero sólo para ayudar a USA. Si volvemos la vista atrás, no puede decirse que en los últimos veinticinco años algunos paises, como Bélgica por ejemplo, nos hayan ayudado mucho en la lucha contra eta. La misma Francia tardó en echar una mano.
Personalmente me alegro de que se endurezca la lucha contra el terrorismo, pero me resulta difícil de entender que nos rasguemos las vestiduras por la guerra sucia de casa y participemos en la de afuera.