martes, 6 de febrero de 2007

La diferencia

Recuerdo muy bien el primer asesinato de ETA. La víctima que abrió la sanguinaria cuenta fue un joven guardia civil gallego apellidado Pardines, que creo no pasaba de los veinticinco años. Fue asesinado en Guipúzcoa, en la carretera, cuando cumplia con su deber de vigilar el tráfico. Lo tengo muy presente porque yo hacía entonces la mili en el cuartel de Loyola, en San Sebastián, y en todo el recinto militar no se hablaba de otra cosa. Además, en ese mismo cuartel se celebró el juicio del etarra asesino, (quien, por cierto, a los muy pocos años ya estaba libre dando mítines en la calle).
Era la primavera-verano de 1968. Desde entonces, la inmensa mayoría de los españoles hemos vivido en la “rabia e impotencia” y -sobre todo- en el sacrificio de “mantener la serenidad” tras cada uno de los cientos de asesinatos de la banda terrorista, tal como nos recomendaban nuestras autoridades. En todas las manifestaciones populares de condena de los atentados se distinguía perfectamente entre “vascos sí” y “eta no”, a pesar de que alrededor de doscientos mil vascos votaban a batasuna y no condenaban los asesinatos (quizá por ello alguna pancarta exhibida en tierras orgullosas de llamar al pan pan y al vino vino rezaba “algunos vascos sí, eta no”). Cuando pensábamos que había y hay etarras en las cárceles que brindaban con champán tras cada asesinato, el cuerpo nos pedía hacer algo, que algunos llamarían venganza, pero otros justicia. Pero la serenidad se impuso siempre, por la suprema razón de que nosotros no somos asesinos. Esa era la gran diferencia. Nosotros teníamos que detener a los etarras y buscar pruebas para condenar a los asesinos, dejando libres a todos los demás, incluso a los que arropan a los terroristas, y hasta a algunos convictos y confesos de asesinato, a los que un tribunal popular absolvió poco antes de que huyeran. A nadie se le pasó por la cabeza bombardear los pueblos de Guipúzcoa o de Vizcaya en los que hacen “hijos predilectos” a terroristas que han matado o van a matar a docenas de inocentes. La gran diferencia, digo yo, es que nosotros no somos asesinos.
Y entonces, me pregunto, si nosotros venimos haciendo esa distinción entre asesinos y no asesinos (a veces sutil), y respetamos a los amigos de los terroristas de herri batasuna (hasta el punto de que muchos cobran del erario público, es decir que les estamos pagando nosotros) ¿cómo es que ahora estamos ayudando a una nación que no distingue nada de eso y bombardea indiscriminadamente?
Yo no tengo claro si al terrorismo hay que tratarlo con algodones y miramientos, con dengues y remilgos, como venimos haciendo en España, o con mano de hierro como hacen otros países, pero lo que sí tengo claro es que nuestra postura es incoherente, y parece que nuestras autoridades se vuelven más agresivas frente al terrorismo que padecen otros países que frente al propio.
No es fácil de entender que ayudemos a bombardear afganos y entremos en una indiscriminada guerra contra el terrorismo en Asia mientras que aquí muchos etarras con delitos de sangre estan saliendo de las carceles en las que han bebido champán en abundancia.
Lo coherente sería que nuestros gobernantes aconsejaran a los yanquis lo importante que es en estos momentos “mantener la serenidad” y tragarse “la rabia e impotencia”, que es lo que siempre nos han dicho a nosotros, en vez de ayudarlos a tirar bombas. Tendrían que enseñarles a condenar atentados, a hacer misas por las víctimas, a expresar repulsas y a aguantar impertinencias macabras de los terroristas encarcelados y de los no encarcelados.
Aqui se llamó “guerra sucia” a la que usa métodos parecidos a los de los terroristas. Cabe pensar que la “guerra limpia” es la que se dirige sólo contra ellos, los detiene, busca pruebas, los juzga y los condena si procede. Si esto es así, ¿qué tipo de guerra hacen ahora los yanquis y sus aliados, o sea nosotros?
Por otra parte, no hay duda de que el fervor antiterrorista es ahora mayor que nunca en los paises de la OTAN, pero sólo para ayudar a USA. Si volvemos la vista atrás, no puede decirse que en los últimos veinticinco años algunos paises, como Bélgica por ejemplo, nos hayan ayudado mucho en la lucha contra eta. La misma Francia tardó en echar una mano.
Personalmente me alegro de que se endurezca la lucha contra el terrorismo, pero me resulta difícil de entender que nos rasguemos las vestiduras por la guerra sucia de casa y participemos en la de afuera.

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