miércoles, 7 de febrero de 2007

Tamarindos y tamariscos

Fue una pequeña sorpresa comprobar que esos árboles cenceños, adustos, fuertes, que adornan los paseos de nuestras costas, que resisten la galerna y el temporal de nuestros inviernos y que retoñan en primavera como si nada hubiera ocurrido, no se llaman tamarindos, como siempre había oído decir, sino que -según indican carteles oficiales-, su nombre es tamariscos.
Alguna sospecha ya tenía. El nombre de tamarindo lleva resonancias de Iberoamérica, quizá porque la conocida canción que se refiere a la pulpa del tamarindo suena a música hispanoamericana, y no me parecía que un árbol de por allá, es decir mas o menos tropical, se adaptase tan bien por aquí como para resistir el viento del norte, el frío del invierno y la sal de la mar. Por otra parte, nunca había visto pulpa alguna en los frutos de nuestros recios arbustos costeros, que son más bien secos y ásperos.
Supe después que el tamarindo es originario de Asia, de zonas cálidas de la India, que se aclimató bien en América y que tiene, efectivamente, un fruto con pulpa comestible de sabor agradable.
Caminando en invierno por el Paseo de San Pedro, en Llanes, o por el Sardinero, en Santander, donde abundan los tamariscos, resulta asombroso comprobar la resistencia de estos árboles, que son de los pocos que crecen y viven al borde de nuestros acantilados. Con frecuencia sus troncos son azotados por la borrasca, pero aún así permanecen fijos, retorcidos, anclados a la tierra, como símbolo del vigor de la vida vegetal.
El tamarisco, tamariz o taray es nuestro árbol costero, el que lucha contra el vendaval, que parece seco en invierno, pero que reverdece en primavera, y con frecuencia retuerce su tronco como para mejor vencer a los elementos. No tiene fruto comestible y probablemente no se parece mucho al cálido tamarindo.
Incluso las palabras tienen distinto origen: tamarindo viene del árabe y significa “dátil hindú”, pues “tamar” es dátil, lo que hace referencia al fruto pulposo comestible, e “indo” a su país originario. En cambio tamarisco viene del latín tamariscus, que designa directamente al arbusto que adorna nuestras costas.
Se comprende que haya dudas en los nombres y en los significados, tanto por su semejanza fonética como por referirse a árboles no muy frecuentes entre nosotros. Además, sin duda por error, en algún diccionario parecen hacer sinónimos a tamarindos y tamariscos, con lo que se puede generar confusión. Quizá algún botánico experto pudiera decirnos algo sobre este asunto.
Por mi parte, aseguro que siempre les tuve cariño, respeto y admiración a los que creía tamarindos y son tamariscos. Por eso en una ocasión escribí erróneamente:

Tamarindo desnudo del invierno
Tamarindo florido del estío
tienes el alma recia y marinera
y salitre en las gotas del rocío

Con humildad resistes la galerna
y soportas sin queja el temporal,
enraizado, cenceño, retorcido,
siempre tranquilo a la vera del mar.

La verdad es que para los versos queda mejor tamarindo, que parece nombre más musical y eufónico, pero habrá que cambiarlo por el más propio de tamarisco. Menos mal que no sufre el metro ni la rima.

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