Fue una pequeña sorpresa comprobar que esos árboles cenceños, adustos, fuertes, que adornan los paseos de nuestras costas, que resisten la galerna y el temporal de nuestros inviernos y que retoñan en primavera como si nada hubiera ocurrido, no se llaman tamarindos, como siempre había oído decir, sino que -según indican carteles oficiales-, su nombre es tamariscos.
Alguna sospecha ya tenía. El nombre de tamarindo lleva resonancias de Iberoamérica, quizá porque la conocida canción que se refiere a la pulpa del tamarindo suena a música hispanoamericana, y no me parecía que un árbol de por allá, es decir mas o menos tropical, se adaptase tan bien por aquí como para resistir el viento del norte, el frío del invierno y la sal de la mar. Por otra parte, nunca había visto pulpa alguna en los frutos de nuestros recios arbustos costeros, que son más bien secos y ásperos.
Supe después que el tamarindo es originario de Asia, de zonas cálidas de la India, que se aclimató bien en América y que tiene, efectivamente, un fruto con pulpa comestible de sabor agradable.
Caminando en invierno por el Paseo de San Pedro, en Llanes, o por el Sardinero, en Santander, donde abundan los tamariscos, resulta asombroso comprobar la resistencia de estos árboles, que son de los pocos que crecen y viven al borde de nuestros acantilados. Con frecuencia sus troncos son azotados por la borrasca, pero aún así permanecen fijos, retorcidos, anclados a la tierra, como símbolo del vigor de la vida vegetal.
El tamarisco, tamariz o taray es nuestro árbol costero, el que lucha contra el vendaval, que parece seco en invierno, pero que reverdece en primavera, y con frecuencia retuerce su tronco como para mejor vencer a los elementos. No tiene fruto comestible y probablemente no se parece mucho al cálido tamarindo.
Incluso las palabras tienen distinto origen: tamarindo viene del árabe y significa “dátil hindú”, pues “tamar” es dátil, lo que hace referencia al fruto pulposo comestible, e “indo” a su país originario. En cambio tamarisco viene del latín tamariscus, que designa directamente al arbusto que adorna nuestras costas.
Se comprende que haya dudas en los nombres y en los significados, tanto por su semejanza fonética como por referirse a árboles no muy frecuentes entre nosotros. Además, sin duda por error, en algún diccionario parecen hacer sinónimos a tamarindos y tamariscos, con lo que se puede generar confusión. Quizá algún botánico experto pudiera decirnos algo sobre este asunto.
Por mi parte, aseguro que siempre les tuve cariño, respeto y admiración a los que creía tamarindos y son tamariscos. Por eso en una ocasión escribí erróneamente:
Tamarindo desnudo del invierno
Tamarindo florido del estío
tienes el alma recia y marinera
y salitre en las gotas del rocío
Con humildad resistes la galerna
y soportas sin queja el temporal,
enraizado, cenceño, retorcido,
siempre tranquilo a la vera del mar.
La verdad es que para los versos queda mejor tamarindo, que parece nombre más musical y eufónico, pero habrá que cambiarlo por el más propio de tamarisco. Menos mal que no sufre el metro ni la rima.
Gracias por la aclaración!!!
ResponderEliminarDicen que rectificar es de sabios, bien por ti!!