Daba un poco de pena ver la fotografía del estadio del Oviedo que apareció el lunes en este periódico. Más o menos como el Parlamento, o sea casi desierto. Recuerdo cuando mi amigo Joaquín y yo, con doce o trece años, no perdíamos un solo partido de fútbol, y veíamos el estadium de Buenavista, domingo tras domingo, completamente lleno. Eso parecía dar ánimos. Entonces era, además, un centro social donde se podía ver a todo el mundo. Desde compañeros de colegio hasta gentes de la llamada buena sociedad. En el improvisado bar, en el descanso, creo que incluso se hacían buenos negocios, alentados por un “sol y sombra”, que era de lo que más se bebía en el fútbol.
Ahora, al ver el magnífico nuevo estadio, tan grande, con tanta capacidad y tan notable cabida, pero más vacío que las Cortes en verano, me vinieron a la cabeza los versos que escribió Góngora cuando los madrileños hicieron un enorme puente sobre el pequeño Manzanares:
Duélete de esa puente, Manzanares
Mira que dice por ahí la gente
Que no eres río para media puente
Y que ella es puente para muchos mares
Algo parecido podría decirse de la categoría del estadio y de la categoría en la que está el equipo.
Como he estado muchos años fuera de Asturias no sé lo que le pudo suceder al Real Oviedo. Cuando hay desastres como ese, lo habitual es que nadie lo sepa, pues los que lo saben no lo dicen, y los que lo dicen no lo saben. Los demás hacemos conjeturas o suposiciones más o menos ciertas, pero difícilmente exactas. Sin embargo, una cosa está clara, y es que el resultado de la gestión ha sido un fracaso. De primera a segunda B o algo así, pues no sé dónde está ahora el equipo, al que, por cierto, contribuyó a crear y capitaneó mi tío Perico Rubín, cuando volvió de Inglaterra, pronto hará un siglo.
Pero España no es país en el que los resultados sean determinantes. Somos más idealistas que prácticos. Podemos matar a quien nos diga que no son gigantes sino molinos, y cuando sentimos el resultado de nuestra acción, que es el gran revolcón que nos dan las aspas, aún podemos inventar cualquier disculpa para justificar nuestro error, lo que haremos antes que reconocerlo y corregirlo.
Un equipo que pasa de primera división a segunda B tan rápidamente, ha tenido que tener una deficiente gestión. Ya sé que a veces las cosas se hacen bien y salen mal, y eso puede pasar alguna vez, pero no es o no suele ser lo habitual. Lo más normal es que si no salen bien es porque ha habido algún fallo. Siempre me ha parecido una solemne tontería eso que dicen que decía algún cirujano: “la operación muy bien, ha salido muy bien” “¿y qué tal está el paciente?” “¡ah, el paciente mal! el paciente se ha muerto” .
Algo similar me viene a la cabeza con la reciente corriente o moda que tiende a hacer apología sin crítica de la segunda república. Bien sé que esos gobiernos hicieron muchísimo por la cultura y la educación de los españoles, que hubo leyes admirables, que las ciencias y las artes se desarrollaron como pocas veces en la historia de España. La segunda república forma parte (aunque pequeña) del “medio siglo de oro” de nuestra cultura, que va de 1886 a 1936. Todo eso y más tengo por cierto. Pero el resultado fue un desastre. Según dicen casi todos, el mayor desastre de nuestra historia. Tengo para mí que un gobierno que termina en guerra civil no es un buen gobierno. Nos quedamos desnudos y pobres cuando antes éramos ricos y cultos. Creo haber leído que era el nuestro uno de los países del mundo que más reservas tenía en oro. El cuarto o el quinto, más o menos. De ahí pasamos a pordioseros ¿Es admirable un Gobierno que termina en guerra civil? ¿No es responsabilidad de un buen Gobierno prevenirla y evitarla? ¿Debió de sacarse de España el oro de todos los españoles? Esas preguntas me he hecho cientos de veces, y la respuesta que me doy mitiga mi admiración por la segunda república.
Ya sé que en España tendemos a glorificar y ensalzar lo que hemos hecho, o lo que han hecho nuestros amigos, olvidándonos de los resultados, que -en definitiva- es lo que vale. Somos apasionados y por tanto poco objetivos. Creo que nos vendría bien más autocrítica y menos “grandonismo”. Más valoración de resultados y menos disculpas. Más plomo en los pies y menos viento en la cabeza. La república terminó en tragedia, los pobres viajeros de Air Madrid siguen en tierra y el Oviedo ya ni sé por donde anda. Sólo nos queda el consuelo de los versos de Góngora cuando criticaba “el grandonismo” de Lope de Vega que se había fabricado “ex novo” un escudo nobiliario lleno de torres:
Por tu vida Lopillo que me borres
Las diecinueve torres del escudo
Porque, aunque todas son de viento, dudo
Que tengas viento para tantas torres.
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