martes, 6 de febrero de 2007

Un anónimo dudoso

Leiamos hace poco en este periódico, en uno de los reportajes dedicados a la retirada de Alvarez-Cascos de la vida pública, los versos que el ilustre político citó en su alocución de despedida, que se atribuyen en mas de una ocasión a “autor anónimo”.
No es que tenga yo autoridad alguna en estos menesteres, ni aún menos afán polémico, pero creo que mucha gente, especialmente en Sevilla, puede quedar sorprendida de esa afirmación. Los versos en cuestión constituyen la quinta estrofa de la “Epístola moral a Fabio”, escrita -segun los expertos y los libros de texto- por el capitán D.Andrés Fernández de Andrada, sevillano de nacimiento y poeta ilustre del Barroco.
Los versos citados dicen así:

Más triunfos, más coronas dio al prudente
que supo retirarse, la fortuna,
que al que esperó obstinada y locamente

Es cierto que esta “Epístola moral” se atribuyó antiguamente a otros escritores, como Bartolomé Leonardo de Argensola o Fancisco de Rioja, pero las investigaciones llevadas a cabo ya en el siglo XIX por Adolfo de Castro y muy especialmente las de Dámaso Alonso en el siglo pasado ( La “Epístola moral a Fabio” de Andrés Fernández de Andrada; edición y estudio. 1978) atribuyen con escaso margen de duda la autoría de la maravillosa Epístola a D. Andrés Fernández de Andrada, a quien bastó esta sola obra para entrar por la puerta grande en la Historia de la Poesía Española. Dámaso Alonso incluso aventura la identidad del “Fabio” a quien iba dirigida la obra ( El Fabio de la “Epístola Moral” en cara y cruz en Méjico y en España.1959) , tesis admitida por algunos otros autores, como Carmen Fernández-Daza, que también sugiere que el “Fabio” era D. Alonso Tello de Guzmán, corregidor de la ciudad de Méjico (Revista de Filología Moderna, 1994).
No sabemos mucho del presunto autor. Nació en Sevilla en 1575 y falleció en Nueva España (Méjico) en 1648. Vivió pues 73 años, dilatada existencia en una época en la que la vida media andaba por los treinta años. Quizá plasmó con tanta perfección la sabiduría que encierra la renuncia a las ambiciones de la Corte porque en sus años maduros le acompañó la pobreza, de lo que cabe deducir que no tuvo gran éxito en las “esperanzas cortesanas”. De hecho murió en la miseria. Algunos autores, sin embargo, creen que la obra fue escrita hacia 1612, es decir cuando el autor tenía 37 años. De ser así, el contenido de la poesía de Andrade respondería más a sus ideas o principios que a su experiencia.
La “Epístola” es de una belleza escalofriante. Son versos sencillos, serenos, suaves, sedosos, que se deslizan en silencio y que nos dan paz y sosiego. Nos traen a
la memoria el “Beatus Ille” y la “Oda a la vida retirada” de Fray Luis, elogios también famosos de la “aurea mediocritas” y del desprecio a las vanidades mundanas.
Si Alvarez-Cascos cita la Epístola y su espíritu sintoniza con el de la obra, es que se siente desengañado. El trasunto de los versos de Andrade es el desengaño; la pequeña -o grande- decepción del que descubre que las esperanzas cortesanas son prisiones, que al ambicioso también termina por llegarle la muerte y que -a veces- ni siquiera la astucia sirve para conseguir el fin propuesto.
La digna y noble melancolía que destilan los primorosos tercetos de la obra, refleja la desilusión del que se cree querido y estimado y -traumaticamente- descubre que no lo es tanto como pensaba. Ignoro si ese es el caso del Ministro cuyo buen hacer nos permite ir a Santander en menos de dos horas, pero, si así fuese, los versos y la obra, sea quien sea su autor, están perfectamente elegidos.

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