A mi me parece que Oviedo es una ciudad ruidosa. Ya sé que todo es relativo, y siempre cabe preguntarse ¿comparada con qué? , pero así, en conjunto, creo que las autoridades no se preocupan lo suficiente de esta agresión que nos perjudica a todos.
Hace años, cuando regresé a vivir a Oviedo, me llamó la atención el excesivo ruido urbano, que parecía importarle poco a la ciudadanía. Un día, paseando a la vera del Campo de San Francisco, un casco de color vivo cabalgaba sobre un ruido atroz e insoportable y pasaba justo a mi lado. Me armé de valor y me acerqué a un guardia:
- ¿No cree Vd. que la moto de ese chico hace más ruido del permitido?
Me miró como a un extraterrestre. Yo esperaba una respuesta como las que solían dar los guardias del Campo cuando yo era niño, o sea:
- ¿ Y a Vd. qué coño le importa?
Pero no; siguió mirándome con extrañeza, dándome así oportunidad para insistir:
- Yo creo que debería Vd. detenerle; pasa de 100 decibelios
Juraría que el guardia pensó por un instante que yo estaba de coña, pero al ver que mi cara continuaba seria e impertérrita, dijo titubeante:
- No tenemos aparatos para medir el ruido. Y añadió:
- Bueno, tenemos algunos, pero mientras se mide el ruido el motorista ya ha escapado
- Pues hagan como con la velocidad; un guardia aquí midiendo y otro al extremo de la calle deteniendo.
El agente no estaba entusiasmado con la idea de multar a los ruidosos. La cosa acabó en nada, lo que nunca es mal final cuando se dialoga con una autoridad.
Hace ya años pasé una temporada en un pueblo de la montaña suiza llamado Wengen en el que se preocupaban más del silencio que de la comida. El motor de explosión estaba prohibido en todo el municipio y en varios kilómetros a la redonda, con lo que ni coches ni motos podían entrar, ni siquiera acercarse a la pequeña villa. Yo creía que era por mor del aire puro, o sea por evitar la contaminación, pero pronto me explicaron:
- Más que nada es por el ruido, por la contaminación acústica. Aquí tenemos un turismo muy selecto, que busca paz y silencio. No podemos arriesgarnos a perderlo.
Era curioso ver cómo se hacía todo el transporte urbano en carritos eléctricos o en carruajes tirados por caballos.
Oviedo presume de ser ciudad limpia, y bien está eso de la limpieza, pero a continuación, es decir el paso siguiente, es conseguir que sea silenciosa, o cuando menos, poco ruidosa. Con las ciudades pasa como con las personas. Lo primero que sean limpias, o sea que no hagan marranadas y que no huelan mal, pero -a poco que se pueda- que no hagan ruidos desagradables.
El silencio suele ser buscado por las gentes con vida interior casi tanto como el ruido por los vacíos. Esto alcanza también a la charla fútil y vocinglera, generalmente inútil y molesta. El charlatán suele ser ruidoso, y viceversa. Como se decía en el alambicado lenguaje de la oratoria decimonónica: nada aureola tanto de dignidad a la persona como el silencio. El pueblo, a su manera, también valora el silencio:
- En boca cerrada no entran moscas
- Y quien mucho habla mucho yerra
- Y por la boca muere el pez
- Y al buen callar llaman Sancho
Los proverbios acerca de las ventajas del silencio sobre el ruido, o simplemente sobre el hablar por hablar, son numerosos y a mí me parece que, por lo general, acertados:
- Un hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice
- Haz que tus palabras sean mejores que tu silencio
Este último es particularmente sabio, pues no es fácil mejorar el silencio. Quizá por ello, cuando estoy en una reunión y me apetece decir algo, trato de seguir el consejo que dice: “ En una reunión es preferible permanecer callado, aun a riesgo de pasar por tonto, que abrir la boca y despejar definitivamente todas las dudas”.
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