sábado, 1 de noviembre de 2014

Emil Lewinski


Emil Lewinski era un polaco alto y flaco de facciones duras. Tenía un pelo de color medio rubio, o sea un pelo de color ratón claro. Cuando Alemania se anexionó Polonia, en la segunda guerra mundial, la familia Lewinski creyó que no tenía nada, pero cuando llegaron los rusos y se llevaron hasta los libros de los niños, entonces vieron que los alemanes les habían dejado algo.

Emil se quedó sin casa, sin familia, y por supuesto sin una peseta. Él y otros amigos comían de lo que les daban algunas familias pro-soviéticas que tenían algo, a cambio de hacer recados y tareas domésticas.

En esas condiciones Emil se fue a Rusia con otros niños polacos, donde el Estado les daba de comer y alguna educación, incluido el aleccionamiento político orientado hacia el comunismo.

Emil era un tipo recio, duro, casi insensible, que no hacía preguntas y cumplía bien las órdenes, puntual y exactamente, por lo que era muy apreciado por sus superiores en Moscú.

Tenía otra ventaja, hablaba bien el italiano, el español y el francés.

De muchacho había pasado las vacaciones con su familia en Italia y España, donde tenía parientes, y el francés lo aprendió en el colegio. Para no olvidar estas lenguas, leía habitualmente periódicos españoles e italianos, con lo que sabía perfectamente lo que ocurría en esos países, lo que transmitía después a los jefes del partido en Moscú. Por eso sabían que en España había dos grandes grupos de comunistas, el de Madrid cuyo jefe era Jesús Santos, y el andaluz, con sede en Sevilla, dirigido por Pepillo García.

En Moscú querían que ambos grupos se fusionaran y formaran un partido comunista español único, fuerte y sólido, pero había problemas, especialmente de liderazgo. Los madrileños apoyaban a Jesús y los andaluces a Pepillo, y ninguno quería ceder.

Esta dificultad exasperaba al Politburó ruso y al Comintern, a quienes les daba igual un líder que otro. Quizá prefería a Jesús Santos porque era ingeniero que trabajaba en una multinacional norteamericana, donde había hecho mucha labor de propaganda, proselitismo y hasta sabotaje, y vivía en un piso céntrico donde daba alojamiento gratis a cualquier comunista que lo necesitase. Además hacía reuniones a diario por las tardes. Su mujer, Ofelia era también del partido y hacía tortillas y daba vino para merendar a todo el que fuera por allí. En otras palabras, el partido tenía en Madrid piso, oficina, bar y hotel; todo gratis.

Pepillo no tenía nada, excepto deudas, una madre vieja y algunos amigos. Había estado enganchado a las anfetaminas de estudiante y, aunque ahora ya apenas tenía adicción, le había quedado como secuela cierta apatía y desgana tanto física como intelectual que solo desaparecía con la ingesta de anfetaminas, que ahora ya no podía ni comprarlas. Trabajaba como camarero en un bar de Sevilla, pero tampoco eso lo hacía con estímulo y viveza a menos que estuviera bajo los efectos de la droga.

Pepillo y Jesús eran relativamente amigos a través de las reuniones del partido, pero las diferencias de carácter, de situación y la soterrada pugna por la dirección de un futuro partido único comunista español unificado, hacía que la estima fuera más superficial que profunda. Aún así, Pepillo, cuando estaba en Madrid, iba a las reuniones diarias de casa de Jesús, o incluso se hospedaba allí. Se llevaba muy bien con Ofelia, que le trataba con afecto y delicadeza.

Emil Lewinski llegó a Madrid y el primer día después de instalado en una pensión fue a ver a Jesús en una de las reuniones vespertinas. Allí comió tortilla, bebió vino y se enteró de todos los chismes de comunistas.

Todos querían hacer un partido único, pero persistió la cuestión del liderazgo y no se terminaba de lograr. Los más interesados eran los rusos. Desde la Alta edad media, Rusia ansiaba una salida al mar. El del Norte solía estar helado, y la salida al Mediterráneo estaba controlada por los turcos, enemigos tradicionales de Rusia, y desde el tiempo de los zares. Ahora acariciaban la posibilidad de quedarse con España. Tendrían miles y miles de kilómetros de costa, una tradición marinera incomparable y la llave del Mediterráneo en Gibraltar. Era vital para Rusia que España fuera un satélite más.

En Estados Unidos no estaban ignorantes de estos problemas. Sabían de la existencia de dos secciones en el partido comunista de España y de la intención de fusionarse en un partido fuerte y único.

Tenían un agente que conocía estos entresijos y hablaba el español. Era un tejano alto y fuerte, llamado Tom, que había vivido en Méjico varios años. Su aspecto físico recordaba al del actor Anthony Quinn, por lo que algunos le llamaban Quinn. En pocos días el gobierno de EEUU envió a Tom a Madrid a ver lo que podía ver y evitar.

Tom se instaló también en una pensión, y por las tardes rondaba la casa de Jesús habiéndose hecho amigo del portero de la finca, llamado Claudio, al que había conocido tiempo atrás. Claudio había sido en tiempos comunista y Tom había luchado en las brigadas internacionales, lo que les daba tema de recuerdos y de charla.

Una tarde, en la portería de Claudio (que era la finca en la que vivía Jesús Santos) se juntaron Emil, Tom y Claudio. Estos dos últimos fueron a merendar a un bar cuando Emil subió a casa de Jesús a hacer lo propio.

Pepillo no quería ir a casa de Jesús porque se sentía muy atraído por Ofelia y suponía que ese sentimiento solo le iba a traer problemas. De hecho se sabía profundamente enamorado de ella, pero no correspondido, lo que le hacía sufrir mucho.

Claudio era un hombre sensato, castellano viejo lleno de refranes, que todo lo sabía por experiencia propia. A Pepillo le dijo directamente:
  • Ya puedes andar con tiento al menos en un mes. Tendrás que atarte los machos.
  •  ¿Por qué me dices eso?
  •  Porque ha venido un ruso a Madrid, que anda por ahí, y esos solo vienen a cumplir misiones, casi siempre secretas y de sangre. Ahora está arriba, con el ingeniero. Estará merendando y ultimando sus planes. En la guerra civil, al final, vinieron bastantes, y siempre se cumplía el refrán: “Reunión de pastores, oveja muerta”.
Tom, que había permanecido en silencio, terció, dirigiéndose a Pepilllo:
  •  A los rusos les vendría muy bien que desaparecieses. Harían un solo partido español con Jesús como líder. Estoy con Claudio, debes andar con cuidado. Yo trataré de ayudarte.
Al anochecer, Jesus bajó a la portería, saludó a Pepillo y le presentó a Emil. Al cabo de unos minutos de conversación insulsa, Jesús le pidió a Claudio que les enseñara las calderas de la calefacción, que estaban en los sótanos.

Bajaron por unas escaleras estrechas y caminaron por unos pasillos estrechos y oscuros. Claudio encendía algunas luces que apenas iluminaban. En una de las habitaciones había una gran caldera, llena de carbón ardiendo. Claudio dijo:
  • Mirad, la temperatura ahí dentro es de casi mil grados. Es como un horno crematorio.
  • Entonces Emil sacó un cuchillo de grandes dimensiones haciendo ademán de apuñalar a Pepillo, pero la férrea mano de Tom, agarrando su antebrazo, lo impidió.
  • ¿Qué ibas a hacer? preguntó Pepillo.
  • Matarte, fue la seca respuesta.  
  • Bien, bien… ya nos vamos conociendo…
Volvieron a la superficie y Tom dijo:
  • Voy a cargarme a ese ruso y echaremos su cadáver a las calderas. Solo quedarán cenizas.
  • No, déjamelo a mí, dijo Pepillo. Sé de unos conocidos que amablemente nos harán gratis el trabajo sucio
  • ¿Puedes conseguir una cámara fotográfica? 
  •  Sí, creo que sí.
  • Pues hazle una foto al tal Emil…
Al día siguiente, con la foto en mano, fueron a la comisaría más próxima donde los comisarios franquistas se mostraron encantados de saber que un agente ruso en misión especial andaba por Madrid y por su barrio.

Pepillo subió a casa de Jesús y le pidió a Ofelia un aperitivo, que recibió enseguida en forma de tortilla de patata, pan y vino. Lo tomó con avidez y le dijo a Ofelia:
  • Mañana me voy a Sevilla, ¿quieres acompañarme? Te enseñaré la ciudad que vale la pena.
  • No creo que a Jesús le haga gracia.
  • Quizá no se entere.
  • Antes de ver La Giralda ya lo sabría. Sería el fin de mi matrimonio y un gran disgusto para Jesús y mis hijos.
  • Bueno, bueno, lo comprendo… ya habrá ocasión…
  • No creas, no tengo ninguna intención de disgustar a Jesús. Tampoco me vale la pena pasar unos días contigo a ese precio.  
  • Un fin de semana podrías acompañarme a Moscú.
  • Ya veremos, de momento estoy bien aquí, además tu ya tienes compañía.
  • Sí, pero te quiero a ti.
  •  Eso debes ir olvidándolo. Esto no es Rusia.
  • Hoy el compañero Emil quiso matarme. 
  • Ya supongo por qué. Seguramente traerá órdenes de Moscú.
  • Seguramente. 
  •  ¿Lo sabía Jesús? 
  •  Estoy convencido de que sí. No creo que le molestase que yo desapareciera. ¿Sabe que estoy enamorado de ti? 
  •  Lo sospecha, pero no tiene pruebas. 
  •  Aun así creo que le gustaría que yo desapareciera.
  • Eso pregúntaselo a él.
  •  Lo haré, aunque no creo que me conteste.
La policía franquista no tardó ni dos horas en trincar a Emil Lewinski, y ya que estaba en el nido, trincó a todos los pájaros que pudo, de modo que Jesús también durmió en la cárcel.

Emil empezó a pensar que había fracasado en su misión y que eso no iba a gustar en Moscú. También se dio cuenta de que a todos los efectos era igual hacer desaparecer a Pepillo que a Jesús, de modo que iba pensando también en liquidar a éste. Prefería a Pepillo, que era de aspecto débil y enfermizo. Jesús, en cambio era un buen deportista y muy activo. Con un cuchillo parecía más sencillo liquidar a Pepillo que era apático y de aspecto flojo.

El jefe oficial del partido en Madrid era un tal Carretillo, que tenía amigos en política. Incluso un influyente ministro de Franco se trataba bastante con él. Carretillo quería sacar de la cárcel a sus amigos y empezó a usar de sus influencias.

Carretillo comía todos los días en una cafetería cercana a la plaza del Perú y su plato preferido eran las angulas. Con el ministro franquista compartía casi a diario un kilo de angulas, una botella de Rioja y algo de coñac Martel. Eso unía más que la coincidencia en puntos de vista sobre la democracia, que no siempre era vista del mismo modo.

Carretillo, al ir a ver a un camarada, habló con Emil y estuvo de acuerdo en que convenía liquidar a Pepillo, por lo que no le gustó saber el fracaso habido, del que –no sin razón– responsabilizaban a Tom.

Pronto logró el político Carretillo la liberación de sus camaradas y para celebrarlo les invitó a comer una buena cazuela de angulas. Mientras Santiago Carretillo y Emil comían las angulas a bocados, el pobre Pepillo, poco acostumbrado a ese plato, comía los pescaditos de uno en uno. Al poco tiempo dijo:
  • Gracias Carretillo, pero esta noche os invitaré yo a un asado de cordero que es más fácil de comer.
  • Bien, como quieras, yo os llevaré en mi coche. Iremos nosotros y Jesús. 
  • Jesús, dile a Ofelia que venga con nosotros. 
  • Se lo diré, pero no le gusta mucho salir a cenar, dijo Jesús.
  • Emil, remarcó Carretillo, si viene Ofelia es seguro que vendrá Pepillo.  
  • Ya sé por dónde vas. Estaré preparado.   
  • Bien, os recogeré a todos en la Plaza de Cristo Rey, delante de la Concepción, a eso de las nueve y media.
  • De acuerdo, dijeron todos. Seguro que cenaremos mejor que en la cárcel.
A las 9:30h estaban todos: Tom, Pepillo, Jesús, Ofelia y Emil delante de la entrada de la clínica, cuando puntualmente llegó Carretillo con un coche grande al que subieron todos. Pepillo les guió hasta un restaurante de La Florida, un barrio de chalets que está a la derecha de la carretera de La Coruña, según se sale de Madrid, a unos once kilómetros más o menos. Terminaron de cenar ya de noche cerrada. Volvían por un oscuro camino que pertenecía a una maraña de pequeñas carreteras estrechas buscando la salida a la autopista. No había nadie, ni tampoco alumbrado público. El conductor aparcó en un lugar retirado y oscuro. Ante la cara de estupor de los viajeros dijo:
  • Se ha parado, no sé qué es, voy a echar un vistazo.
Se bajó, abrió el capó del coche e inspeccionó el motor. Pepillo bajó para tratar de ayudar. El chófer le dijo:
  •  Sujétame esta luz aquí, por favor. Voy a cambiar las bujías.
Pepillo cogió la luz portátil y se agachó bajo el capó para iluminar el motor.

En ese momento Emil cogió un afilado cuchillo y se lo clavó con fuerza a Pepillo en su costado derecho. El joven andaluz cayó herido sin poder hablar. Carretillo y Tom dijeron:
  •  Vamos a llevarle deprisa al hospital.
Al fin el coche arrancó y se dirigieron al hospital.
Pepillo aprovechó el momento para coger de la mano a Ofelia, que no la retiró.
Emil se quedó ya más tranquilo por el aparente final de su misión. Carretillo también parecía satisfecho. Tom, en cambio, se culpaba por no haber protegido mejor a Pepillo. Ofelia también parecía triste.

La policía lo tuvo todo claro desde el principio, lo interpretó como si lo hubiera visto todo. Detuvo a Emil –manchado de sangre– y fichó a todos, incluido Tom.

Pepillo se veía morir. Sentía un dolor vivo en el costado derecho y una notable dificultad para respirar. Oía también un leve borboteo que parecía salir de su herida y que aumentaba al respirar fuerte. Cuando se dio cuenta de que entraba en el hospital se calmó. Se abandonó a las circunstancias.

Entonces ya no pensó en nada. Se abandonó a su suerte. Tenía plena confianza en los médicos y en el hospital, y por tanto no necesitaba tomar ninguna decisión “esto es como en la mili, pensó” ya te lo dan todo hecho. Sólo el recuerdo de Ofelia le llegaba a la mente.

Oía a médicos y enfermeras como en la lejanía y dedujo que le iban a llevar al quirófano.

Cuando salió del quirófano ya respiraba mucho mejor y el borboteo había desaparecido. Su corazón estaba lleno de amor hacia Ofelia y de rencor hacia Emil. Estaba convencido de que Carretillo y Jesús estaban también metidos en el asunto.

A los diez días ya estaba en una habitación normal y paseando por el pasillo. Respiraba bien y tenía buen apetito. Ofelia le iba a ver a diario. Pepillo le pidió directamente que se fuera con él a Sevilla a pasar una semana.

Ofelia rechazó la proposición, pero le agradó. Unos días más tarde, cuando Pepillo repetía la oferta, Ofelia, para sorpresa de Pepillo, aceptó. La alegría del joven fue indescriptible, y comenzó a hacer los preparativos. Reservó habitación en un pequeño hotel que conocía y dos billetes en el tren.

Pasaron una semana magnífica, especialmente Pepillo, que estaba muy enamorado de Ofelia. Pasaban gran parte del día en la cama, haciendo el amor cada quince minutos, entre ducha y ducha. Salían a pasear, a desayunar y a tomar algún aperitivo. La vida así de fácil les daba tranquilidad. Se levantaban a las nueve de la noche con mucha hambre. Iban a tomar unas cañas de cerveza y un bocadillo de calamares fritos que lo disfrutaban tremendamente. Lo pagaba todo Pepilllo con unas pocas pesetas que diariamente le daba su madre, que las ganaba cosiendo todo lo que le encargaban: lo mismo subía la bastillla de los pantalones de un soltero, que bordaba sábanas o manteles para las aristócratas sevillanas.

Pepillo empezó a pensar que todo eso de la política y los partidos era un error, que lo bueno era la vida que estaba llevando con Ofelia en Sevilla: siestas de seis horas sin parar de hacer el amor, cenas de bocadillos exquisitos y clima templado. Se encontraba ya absolutamente recuperado y con ganas de vivir… con Ofelia, aunque eso parecía imposible pues ella seguía diciendo que jamás abandonaría a Jesús.

Pepillo estaba molesto con su compañero de partido, pues tenía claro que había querido asesinarle para unir los partidos andaluz y madrileño.

Carretillo, de casualidad, había visto en un restaurante lujoso de Sevilla cómo Pepillo y Ofelia se besaban apasionadamente. No le gustó, pero no pensó en decírselo a Jesús, aunque aumentó sus ganas de hacer desparecer a Pepillo, por lo que le pidió a Emil que insistiera y que siguiera al andaluz esperando una oportunidad.

Pero Tom también estaba ojo avizor y procuraba acompañar a Pepillo a todos lados.

Finalmente, una noche, mientras Carretillo entretenía a Pepillo, Emil tomó una pistola y se acercó al andaluz con aviesas intenciones. Tom no perdía detalle, cogió la muñeca de Emil con la izquierda, y de un fuerte puñetazo con la derecha lo derribó y le arrebató el arma. Pepillo se dio cuenta de todo, lo que aumentó su rechazo hacia sus conmilitones comunistas. Por otra parte, Pepillo era consciente de que Ofelia lo pasaba muy bien con él en la cama. Se atrevería a suponer que mucho mejor que con Jesús, quizá por eso no se extrañó cuando la chica aceptó sin dudarlo quedarse con él dos semanas más en Sevilla. Pero tres días más tarde se enteró Ofelia que la policía franquista iba a soltar a Jesús y eso le hizo cambiar de opinión:
  • Debes comprenderlo, Pepillo, no puedo dejarle ahora solo; Jesús no sabe ni freír un huevo, ni lavar un calzoncillo. No sabría desenvolverse; tengo que estar a su lado. Me necesita.
  •  Es un cabrón con pintas que me ha querido asesinar dos veces.
  • Eso es el partido, no es cosa de él.
  • Bueno, … el que ríe el último ríe mejor. 
  • ¿Qué quieres decir?
  • Que yo no me chupo el dedo. Jesús es un cabrito que ha querido asesinarme ¿Es que quieres proteger a un asesino?
  • No hay que ponerse trágico. Sólo quiero ayudar a alguien que me quiere y me quiso mucho.
  • Yo también te quiero y no soy un asesino.  
  • Cada uno es como es; no me obligues a elegir.  
  • Yo podría devolverle a Jesús la jugada. Sabrás que llevo sangre gitana, que mi primo Heredia “el pinchaúvas” no falla con la navaja y que está deseando cumplir con nuestra ley, que exige venganza, y más si la ofensa es grave y proviene de un payo, como en este caso.
  • Supongo que no te sería difícil acabar con él, pero el pobre Jesús ya no debe de tener ni donde pincharle.
No iba muy descaminada Ofelia, que cuando vio a su marido al salir de la cárcel, se quedó asombrada; era como un muerto que se movía. Con una delgadez claramente enfermiza, tenía los ojos hundidos, el color pajizo, verdoso y el desánimo escrito en la cara. Visiblemente emocionado se echó en los brazos de Ofelia mientras musitaba:
  • Gracias, muchas gracias por venir.
  • De nada, anda vamos a casa y te prepararé algo para comer…
  • Pero no tendrás dinero…
  • Bueno, algo me queda, me han prestado unas pesetas… poca cosa, pero hay para un buena tortilla…
  • Cuánto he echado de menos tus tortillas y las meriendas que nos hacías 
  • En tres días volverán a estar listas. Además tengo algo de jamón. Te repondrás enseguida. 
  • Con tus tortillas, vino y jamón, seguro que sí; le pediré dinero al Jefe o al ruso ese, el Emil. Cuando salen a misiones especiales suelen venir forrados. 
  • Se lo habrán quitado en la cárcel
  • No creo que haya sido tan tonto como para llevarlo encima. Lo tendrá guardado o escondido. Quizá se lo haya dado al Jefe. Ya veremos.
Mientras Jesús se reponía, Pepillo vivía de recuerdos sevillanos y trataba de ayudar a su madre. Quería buscar un trabajo estable, dejar el partido, al que ahora veía como una partida de egoístas asesinos, y pedirle a Ofelia que viviera con él en Sevilla, al menos a temporadas.

Antonio Heredia, “el pinchaúvas” accedió a vengar a su primo. Sacaba una navaja de seis muelles, la abría despacioso y cuando estaba abierta la dirigía al cuello de su oponente en cuestión de décimas de segundos.

Así lo hizo con Emil, que terminó en la caldera de Claudio, reducido a cenizas.

Pepillo aprovechó para darle un tiento a Ofelia, que estaba en un mar de dudas. En Moscú estaban molestos y veían que se les escapaban los deseados puertos españoles, pero Franco, buen conocedor de la Historia, lo tenía todo claro. Encarceló a Jesús, a Carretillo y vigiló el piso de Ofelia, que pasaba largas temporadas con Pepillo en Sevilla. Ofelia ahora deseaba que llegasen esos días, de auténticas vacaciones en las que disfrutaba de la música, la comida y el cariño de Pepillo; de Jesús ni hablaban. El partido comunista les parecía una pandilla de ilusos crueles e interesados subordinados a Rusia, que sólo buscaban enriquecerse sin trabajar. Ya ni se molestaban en hablar de ellos.