Resulta difícil de explicar el sentimiento insolidario para con el resto de los españoles que manifiestan al menos la mitad de los vascos. Los resultados de las eleciones demuestran que los nacionalistas del P.N.V. más los extremistas batasunos y similares, constituyen mayoría. Sabemos -porque así lo han dicho- que el fin común de todos ellos es la independencia del País Vasco. Separarse de España. Es evidente que no se sienten solidarios con sus actuales compatriotas. Quieren ser diferentes, distintos, “otros”.
Por otra parte, es claro que las ideas -o lo que es peor- los sentimientos divergentes, los que distinguen entre “nosotros” y “ellos”, se abonan y favorecen desde el actual gobierno nacionalista vasco. Se echa leña al fuego y también se echa la culpa a “Madrid” de todo lo que disgusta, como ya hacía Sabino Arana en algunos de sus escritos, que adolecían de idiocia, es decir que eran propios de un idiota, y la palabra no debe ser tomada como un insulto sino como un diagnóstico.
¿Por qué esta insolidaridad en tantos vascos? ¿Por qué esa necesidad de marcar diferencias? ¿Por qué esa agresividad en los más extremistas que llega a los crímenes más viles que conoce nuestra historia y que manchan el nombre de Vasconia?
No es fácil encontrar respuesta. El sentimiento tribal de “nosotros” frente a “ellos” es muy humano, aunque primitivo. Quizá algunos pueblos que nunca han sido nación y desean serlo, tengan exaltado ese sentimiento tribal y quieran reafirmar su identidad marcando las diferencias que puedan existir o inventando otras nuevas.
Resulta curioso que las regiones que han sido reinos completamente independientes, como Asturias, Castilla, Navarra, León, Valencia o Aragón, sean mucho más solidarias que las que nunca lo han sido, como Vascongadas o Cataluña.
Nada hay que oponer a que estas últimas busquen su identidad, si así lo desean, mientras no hagan daño a las demás, lo que, evidentemente, no ocurre en Euskadi.
Sin embargo, más bien pienso que esta necesidad de identidad que manifiestan algunos vascos, esa ansia de diferenciarse de lo español que parece haber atacado a muchos de ellos, obedece al rechazo que muestran a su propia historia, indisolublemente entrelazada -volens nolens- con la de España. Este rechazo es a su vez consecuencia de las idioteces y falsedades que escribió Sabino Arana, que buscaban exaltar el sentimiento tribal y que por tanto prenden muy bien en las mentes juveniles, especialmente en las poco maduras y escasamente racionales.
Hace poco, en un autobús turístico de Bilbao, en el que viajaban personas cultas, una joven locutora explicó sin el menor rebozo que Unamuno había sido miembro de la Academia Española por despecho tras no haber logrado serlo de la Vasca. Lo dijo completamente seria y convencida. Sin duda lo habia leido u oido. Sabino Arana envenenó y envenena a los jóvenes haciéndoles creer que los vascos eran “más que” y “mejores que”, lo cual -no sé si será una paradoja- resulta muy español.
Exaltar a los jóvenes irreflexivos con sentimientos tribales no es difícil. Convencer a los adultos sensatos con argumentos irrebatibles ya es otra cosa.
Ciertamente, cualquier aficionado a la historia de España sabe que la identidad del País Vasco está intimamente ligada a la del resto de España, ya desde que formaron parte del Reino de Asturias. Su auténtica identidad es esa, la compartida, que incomprensiblemente parece molestar a algunos. Como les molesta esta identidad auténtica, histórica, compartida con España, necesitan crear una identidad nueva, inventada, “pura”, llena de diferencias más o menos verdaderas, y por tanto más o menos falsas. De esta necesidad de una identidad nueva que implique el “ser más que” o “ser superior a” quizá surja el sentimiento de insolidaridad, el de “nosotros” frente a “ellos”, es decir el que busca a toda costa las diferencias.
Si, racionalmente, aceptasen su auténtica identidad histórica siempre compartida con el resto de España (que es, por otra parte, una de las más destacadas de la Historia Universal), no necesitarían nada. Sencillamente convivirían en paz. Pero el que a toda costa quiere una identidad nueva, está forzado a pasar por el quirófano para modificar sus facciones, sus pómulos y su nariz, y después tiene que hacerse otro carnet de identidad. O sea sangre y tinta, lo que resulta -paradójicamente- muy español.
Dime de que presumes...
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