Son dos palabras que a mi al menos me ponen enfermo, pues me parece que las han traído los traficantes, en patera, sin papeles y sin que hicieran ninguna falta, pues estamos sobrados de otras que expresan lo mismo, pero mucho más clásicas, castizas y bellas. Me refiero a dos vocablos que nos inundan, especialmente entre los que quieren presumir de saber inglés, como son “privacidad” y “testar” en el sentido de probar, ensayar.
En realidad, ninguna de las dos palabras está en el diccionario. Son por tanto inmigrantes ilegales, aunque se dejan ver y escuchar sin el menor rebozo. Privacidad es una mala traducción de “privacy”, que equivale a nuestra “intimidad”, que es palabra clásica y clara, y que todo el mundo entiende. Si tenemos “intimidad”, que tiene su D.N.I. ¿por qué usar ese barbarismo de “privacidad”?
Lo mismo se puede decir de testar, que en castellano tiene varias acepciones, siendo la más conocida la de hacer testamento.
No es que el incorporar palabras de otras lenguas sea malo para la nuestra, que así se enriquece, pero sí creo que puede ser nocivo cuando se hace a costa de perder exactitud, propiedad, precisión o casticismo. Decir “testar” con el sentido originario anglosajón de probar, comprobar, ensayar, verificar, examinar, etc. me parece que no hace sino confundir, pues la mayoría de los españoles vamos a interpretar “hacer testamento” con lo que ya está el lío armado. Habiendo tantas palabras que traducen perfectamente la idea del “to test”, no parece necesario añadir una nueva que crea confusión y disminuye la precisión.
Soy consciente de que la batalla está perdida y dentro de unos años “privacidad” estará en el diccionario con el sentido de intimidad y “testar” con el de probar y ensayar. La lengua es y debe ser cambiante; pero que la lengua sea viva no quiere decir que sea perversa, y por ello creo que cambios y adopciones deberían hacerse de la forma menos traumática, menos vulgar y menos servil que sea posible.
El lenguaje, que para muchos es el más importante instrumento de trabajo, deberá ser renovado siempre que se necesite, como las herramientas del artesano, pero la renovación debe responder a la necesidad, no al capricho, y las nuevas adquisiciones, además de llenar una necesidad, convendrá que sean útiles y de buen funcionamiento. La compra deberá hacerse con dignidad y decoro. Si además la pieza adquirida es bella, miel sobre hojuelas. Pero ¿por qué adquirir objetos inútiles, herrumbrosos o innecesarios?
Por otra parte, si tenemos ya nuestra propia herramienta y es perfectamente útil y bella ¿por qué coger la del vecino? Bien está pedir prestado lo que nos falta, pero con mesura, decoro y prudencia, no por capricho o vanidad. Y esto de la vanidad vacía o afán de presumir es, según creo, una de las causas de la proliferación de barbarismos mal injertados. Ahora está de moda hacer ver que se sabe inglés, y para ello se usan extranjerismos, sean o no necesarios y vengan a cuento o no.
Otra causa es la escasa y cada vez menor formación humanística de la población, especialmente de la juvenil. Se enseña a los jóvenes a comunicarse mediante ordenadores, y bien está esa enseñanza, pero ¿se les enseña a comunicarse en su propia lengua? ¿se les hace ver el placer que proporciona la conversación de lenguaje diáfano, rico y variado; la belleza de la expresión justa y precisa; la satisfacción de la frase castiza y exacta? Sería una gran alegría que la respuesta fuera afirmativa.
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