No comprendo cómo tardan tanto en abrir al público el nuevo puticlú de Llanes, ese que han hecho hace poco en el puerto. Es un edificio curioso en forma de cubo, situado en la banda de babor según se sale hacia el mar abierto, cerca de la Marina y enfrente de San Antón, más o menos donde antes estaba la llamada “caseta del criminal”.
Me sorprende que tarden en abrirlo, pues se están gastando una pasta en la iluminación, que es la típica de estos establecimientos, con luces sugerentes, tornasoladas y cambiantes, que viran del azul al verde, para ir después al violeta pasando por un rojo inconfundible. No comprendo cómo lo mantienen así, todas las noches y durante toda la noche, cuando aún no presta servicio. Además, ahora no hay nadie por esa zona, de modo que ni por publicidad. Debe de sobrarles el dinero. Será a los únicos.
Ayer noche, dos jóvenes que estaban en San Antón vieron los colorines que adornan el extraño edificio y comentaron en alta voz que iban a ir a tomar una copa al dicho establecimiento. Buscaron el modo de pasar a la otra orilla, pero no encontraban cómo. Uno decía:
- Te aseguro que tiene que haber un puente. Pasé por él veinte veces.
- Te sentó mal la sidra, chico, por aquí no hay ningún puente.
- Te juro que lo había. Y no hace mucho. Era pequeño, pero hacía mucho servicio…
- A lo mejor lo robaron. Ahora en Navidad lo cogería alguien para el Nacimiento…
- No digas tonterías, ¿cómo van a quitar un puente así como así; sin avisar, sin hacer otro, sin consultar a la gente?
Dieron toda la vuelta y se acercaron a la cúbica caseta, pero aquello estaba cerrado a cal y canto. Se quedaron doblemente frustrados, primero por no encontrar el puente y después por no poder tomarse las copas en compañía. Miraban los colores tornasolados, sugerentes, cuando pasó cerca un paisano al que preguntaron:
- ¿Sabe a qué hora abre el establecimiento?
- Aquí no hay ningún establecimiento.
- ¿Y qué es esto, entonces?
- Pues no lo sé. Antes había una cabaña. La caseta del criminal.
- ¿Del criminal? ¿Es que era un asesino?
- No exactamente. Les puedo contar lo que sé de esa historia.
- Por favor. Se lo agradeceríamos.
- Pues según creo es la siguiente: durante ciertas obras exteriores (no interiores) del puerto de Llanes (1928) se construyó una caseta triangular de hormigón con un añadido superior, semejante a un palomar. La caseta se utilizaba para guardar herramientas.
El foráneo capataz de las obras (no recuerdo su nombre) era hombre muy hábil en su oficio y de talante dictatorial. En una ocasión fue a buscar a tres obreros, pero sufrió un accidente de automóvil, siendo el único superviviente. A los tres obreros los escondió en una cuneta sin informar a nadie del suceso, que poco después fue conocido, por lo que empezaron a llamar al capataz “el criminal”. Durante la Guerra Civil, debido a sus ideas fascistas, teme sufrir represalias y se suicida tirándose contra la roca llamada La Osa, en la barra portuaria. Le sucede, como encargado, Alfonso Meré, de aquí que algunos conozcan la caseta como “la de Alfonso”.
Conocí la caseta que, creo, fue derribada hace unos treinta años. A lado estaba la fábrica de baldosas de Leandro, de la fonda La Guía, que después se convierte en bar y más tarde la vende a Tomás el sastre (hijo de Chucha), denominándose La Marina, restaurante que persiste en la actualidad”.
Los jóvenes le dieron las gracias y yo, que lo había oído todo, me quedé pensando en las vicisitudes del puerto, que no son pocas.
Hoy está una máquina, tan infernal como eficaz, derribando lo que construyeron hace poco, creo que unos diez o doce años. Me refiero a la nueva compuerta y aledaños. La antigua, construida hace más de un siglo, también fue derribada hace unos veinte años. Después hicieron la que ahora derriban, a los diez años, como digo, de ser construida, con mucho ruido, molestias e inconvenientes para los vecinos, y mucho dinero gastado. Parece lógico pensar –pues es lo que vienen haciendo- que pronto destruirán lo que ahora van a construir. Si la primera duró cien años, la segunda diez o doce aproximadamente ¿Cuánto durará lo que ahora construyan? Teniendo en cuenta que la vida cada día se vive más velozmente, lo suyo sería que dentro de tres o cuatro años destruyan lo que ahora construyen.
Si no, al tiempo.
Ya se sabe que “tiran con pólvora del rey”, el problema es que en nuestra constitucional monarquía la “pólvora del rey” es nuestra porque la pagamos nosotros. Los políticos solo la gastan y a veces la derrochan.
Publicado en "El Oriente de Asturias" el 23 de Abril de 2010.