Julito Cortines García era de los pocos hombres del pueblo que, de vez en vez, aún se comían alguna rata guisada cuando las había en la taberna del Croadio. Y lo hacía con mucho gusto, cierta ansiedad y no poca satisfacción. El inusitado placer se reforzaba con la obligada compañía del blanquísimo pan candeal de Castilla la Vieja y del cuartillo de clarete de la bodega del Olegario. Un día, teniendo yo 11 años, todavía le oí decir que de siempre le gustaban, que ya las tomaba de chico y que estaba hecho a ellas; y también le oí ponderar las que hacía la Felisa, la mujer del Croadio, que iban sofritas primero, guisadas después y llevadas a la mesa con abundancia de salsa picante.
El Julito debía de tener experiencia en el asunto, pues afirmaba todo serio que -para la cazuela- los machos eran mucho mejores que las hembras. Después de decir esto, esperaba unos segundos, sonreía socarronamente enseñando unos dientes negros y desiguales, y remataba: «Como para casi todo».
En la vieja taberna, para que nadie pusiera el grito en el cielo cuando hablaban entre ellos de ese peculiar plato, los parroquianos más asiduos le decían «faisán» al guiso de rata de agua, de modo que el Julito, a veces, entraba sudoroso después de la faena y preguntaba a gritos y sin el menor reparo: «Croadio ¿tienes hoy faisán?» y todos se entendían divinamente y nadie se rasgaba las vestiduras.
Lo que ya no hacía el Croadio era escribirlo en la pizarra, porque años atrás, al poco de ocurrírseles lo de «faisán», lo solía anunciar con ese nombre junto con otras ofertas culinarias de la taberna, (entre la «ensalada mixta» y el «hígado encebollado», porque el Croadio era muy respetuoso con el orden del abc), y un día llegó un forastero con su mujer, ambos con la intención de comer algo, y el hombre, con toda lógica y no menos seriedad, tras mirar la pizarra, pidió un par de raciones de faisán, pájaro que jamás había sido visto por la zona y del que el Croadio no sabía absolutamente nada.
El tabernero se vio en un aprieto. Le sabía mal decirle que en realidad se trataba de ratas del arroyo, cazadas artesanalmente, bien limpias y mejor guisadas, pero ratas al fin; aunque peor le sabía engañarle y darle gato por liebre, o -en este caso- rata por faisán.
No puede decirse que el Croadio fuera un lince, pero destellos sí que tenía; de modo que con la misma seriedad que el forastero, casi de inmediato y sin pestañear, respondió con tono lastimero:
-Lo siento mucho, señores, pero acabamos de servir la última ración. No he tenido ni tiempo de borrarlo de la pizarra. Ya disculparán ustedes...
Desde entonces, lo de «faisán» quedó sólo para hablarlo o, como decía Félix el sacristán, que era un poco redicho, «era un asunto exclusivamente verbal». Y como a todo hay quien gane, Higinio, el practicante, que además de redicho estaba influenciado por su profesión, apostillaba: «Esto del faisán es sólo para uso oral», o sea, como los comprimidos o las cápsulas.
Con el tiempo, el Sátur, el primo del Croadio por parte de madre, que era quien cazaba las ratas, enfermó de cuidado y dejó de suministrar la materia prima a la taberna, que tuvo así que reducir su oferta de carnes finas. Nadie quiso sustituir al Sátur en su antiguo pero poco lucrativo oficio, de modo que la viuda vendió las artes de caza que usaba, o sea, el pincho y la red, a un cazador de conejos con «bicho», que es como llaman en Castilla al hurón.
Julito, que para entonces ya era viejo, (aunque en el pueblo le seguían llamando Julito), pedía una ración de conejo, mientras decía por lo bajo, recordando el «faisán»:
-A falta de pan, buenas son tortas. Es lo que más se le parece. Todos los oficios se van perdiendo; no sé adónde iremos a parar.
Publicado en "La Nueva España" el 30 de Diciembre de 2007.
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