Resumen en https://josemariaizquierdorojo.blogspot.com/2024/09/resumen-de-el-medio-siglo-de-oro.html
Españoles… siempre críticos con España. No haría falta la “leyenda negra”, en la que los clásicos enemigos de España critican la -a su juicio- escasa contribución española a la cultura y civilización universal.
Sin embargo, digan lo que digan, esta contribución ha sido amplia, intensa y fundamental. No sólo la más reconocida del “Siglo de Oro”, sino la menos apreciada de lo que hemos llamado “el medio Siglo de Oro”. Aquí podemos exponer que España hizo mucho… y bueno por la cultura universal. Es cierto que esa contribución ha sido “distinta” a la que hicieron otros países. Distinta, pero no menor. Bella y certeramente lo dice Laín Entralgo: ‘cuando Harvey descubre la circulación mayor [de la sangre] y Galileo inicia la física moderna, los españoles acaban de crear el derecho de gentes y la doctrina teológica de la ciencia media. A la disputa entre Harvey y Riolano acerca del movimiento de la sangre (el mundo moderno contra los restos del antiguo) corresponde, entre nosotros, la disputa “de auxiliis” entre los jesuitas, con su interpretación “moderna” de la libertad humana, y los dominicos, mucho más fieles a la tradición medieval.’ Laín Entralgo (1963, p. 145)
Pero además de esta contribución “distinta” del siglo XVI, existe otra -muy importante- que aparece más tarde, a finales del siglo XIX, y disminuye o termina unos 60 años más tarde. Este medio Siglo de Oro tiene un comienzo que podemos fijar alrededor de 1880. Podría ser en 1876, año en que terminaron las terribles guerras carlistas que venían destrozando, dividiendo y arruinando a España desde 1833.
En el campo científico, en esta época salió de España la mayor contribución habida en el conocimiento del sistema nervioso de los seres vivos. Sólo la escuela de Ramón y Cajal ya merecería que habláramos de medio Siglo de Oro.
Santiago Ramón y Cajal realizó la mayor parte de sus investigaciones en Madrid. Como dice Laín Entralgo: ‘tal vez no sea inoportuno mencionar aquí la otra obra científica -modesta pero preparatoria- de los precursores españoles de Cajal. En contraste con el saber histológico pura o casi puramente libresco que poco antes dominaba España, varios miembros de la generación médica nacida hacia 1835 crean laboratorios, cátedras y otros centros de trabajo en los que el empleo del microscopio se convierte en hábito. Son, principalmente, Aureliano Maestre de San Juan (1828-1890), autor del primer gran tratado español de la disciplina, el cirujano Federico Rubio (1827-1902), el otorrinolaringólogo Rafael Ariza y Espejo (1826-1887) y el dermatólogo José Eugenio de Olavide (1841-1901). Estos hombres educan a los “seniores” de la generación siguiente y crean entre los médicos españoles el módico interés por el saber histológico en que nace la genial obra de Cajal y se cumple la primera etapa de la formación científica de otras dos grandes figuras de la histología española: Achúcarro y Río-Hortega. Son especialmente dignos de recuerdo Luis Simarro Lacabra (1851-1921), inventor de la tinción argéntica de las neurofibrillas, decisivo consejero de Cajal y primer maestro de Achúcarro, el profesor granadino Eduardo García Solá ([1845-]1922), autor, entre otros muchos trabajos, del primer tratado de micrografía clínica publicado en España, así como de buenos manuales de Histología y de Anatomía patológica, el catedrático vallisoletano Leopoldo López García (1854-1932), discípulo predilecto de Maestre de San Juan y primer maestro, a su vez, de Río-Hortega, el ginecólogo Eugenio Gutiérrez (1851-1914) y el catedrático compostelano Varela de la Iglesia.’ Laín Entralgo (1963, p. 509)
Sólo la obra de Cajal y de su grupo ya merecería que su época se denominase “el medio Siglo de Oro”, pues gracias a ellos se conoció exactamente la morfología y estructura del sistema nervioso.
Una vez más seguimos a Laín Entralgo: ‘La deuda de los españoles con Ramón y Cajal es impagable. Nos ha legado su obra y su ejemplo; ha llevado el ánimo de todos -cuando más intenso era ese “complejo de inferioridad” que ha descrito López Ibor- la convicción de que en España es posible la investigación experimental, si se suscita la firme voluntad de cultivarla; ha demostrado cómo se puede ser a la vez hombre de ciencia y patriota; ha sabido, en fin, fundar una escuela científica del más alto valor. La simple mención de Pedro Ramón y Cajal, Domingo Sánchez, Jorge Francisco Tello, Pío del Río Hortega, Nicolás Achúcarro, Gonzalo R. Lafora, José María Villaverde, Fernando de Castro, Rafael Lorente de No y Julián Sanz Ibáñez es prueba más que suficiente de ese último aserto.’ Laín Entralgo (1963, p. 509)
Y no desmerecen las letras respecto de las ciencias. Si la escuela de Cajal por sí sola ya justifica que hablemos de un medio Siglo de Oro, la “generación del 98” cumple el mismo cometido en las letras.
Aunque somos conscientes de que algunos expertos niegan la existencia de tal generación, pensamos que a finales del siglo XIX y en torno a 1898 hay un grupo de escritores, de gran calidad literaria, que están influidos por la decadencia de España y por la pérdida del Imperio Colonial. La desgarradora y crudelísima guerra civil que fue la carlista también debió de influir lo suyo. Los escritores, entristecidos y preocupados por esta decadencia de su patria, reflejan estos sentimientos en su obra, que es -sin embargo- excelente. Unamuno, “Azorín”, Pío Baroja, Ramiro de Maeztu y quizá José Ortega y Gasset son nombres que pueden ser incluidos en ese grupo.
No fue menos meritoria la filosofía. Claramente lo expresa Julián Marías: ‘La influencia estrictamente filosófica de Ortega ha sido tan profunda, que no hay en la actualidad ninguna forma de pensamiento en lengua española que no le deba alguna porción esencial; pero ese influjo se ha ejercido de modo más directo y positivo en sus discípulos en el sentido más riguroso de la palabra, especialmente los que se han formado en torno suyo en la Universidad de Madrid, o los que, sin darse esta circunstancia, han recibido de Ortega ciertos principios y métodos de pensamiento.’ Marías (1966, p. 449)
En Madrid desarrolló su labor un grupo de pensadores que son la gloria de España: Ortega y Gasset; García Morente; Xavier Zubiri; José Ferrater, José Gaos, José Luis Aranguren, Pedro Laín Entralgo y Julián Marías. A los citados habría que añadir a Alfonso G. Valdecasas y a Luis Díez del Corral. En idéntica idea abunda la autorizada pluma de Salvador de Madariaga cuando, hablando de Américo Castro, dice: “Américo perteneció por natura y derecho a la pléyade de espíritus nobles que iluminó el firmamento español a fines del siglo XIX y primera mitad del XX, y que afortunadamente sigue dando a España una esclarecida aristocracia intelectual” Madariaga (1974, p. 287).
¿Qué decir de la poesía? Baste recordar a Juan Ramón Jiménez (premio Nobel 1956), a los hermanos Machado (Especialmente Antonio), a Federico García Lorca, delicadísimo poeta y genial dramaturgo, y a Vicente Aleixandre (premio Nobel 1977). Sin salir del teatro cabe recordar a José de Echegaray (premio Nobel 1904) y a Alejandro Casona; y en el terreno cómico-humorístico, a Alfonso Paso, Miguel Mihura y otros.
No brilló menos la Medicina que las letras. En Madrid ejercieron grandes internistas como Teófilo Hernando Ortega, catedrático de Terapéutica en la Facultad madrileña, especializado en gastroenterología. Mención especial merece Roberto Nóvoa Santos, catedrático en Santiago y en Madrid, que escribió una “Patología General”, que es un hito en la literatura médica española e influyó notablemente en la formación de los médicos. Otro genio de la época es Gregorio Marañón y Posadillo, médico escritor e historiador, autor de importantes trabajos clínicos, iniciador de la endocrinología en España. De él decía Laín Entralgo: ‘Marañón, médico del Hospital General, catedrático de Endocrinología en la Facultad de Madrid, miembro de cinco Academias y escritor insigne, dirigió -en colaboración con Hernando- un acreditado Manual de Medicina interna, “la primera afirmación -ha escrito Jiménez Díaz- de nuestras posibilidades de originalidad en el campo de la Medicina”.’ Laín Entralgo (1963, p. 603)
No menor que el de la Medicina Interna, fue el esplendor de la Cirugía. Sobre ello, dice Laín Entralgo: ‘El avance de la cirugía española durante la segunda mitad del siglo XIX fue muy considerable. Argumosa, Hysern, Sánchez de Toca y Corral tuvieron dignos sucesores en los dos máximos cirujanos de la España de Alfonso XII: Rubio y Creus. Federico Rubio y Galí (1827-1902), del Puerto de Santa María, hombre de muy amplio y vivo talento, supo aprovechar su estancia en Inglaterra y en los Estados Unidos para mejorar la excelente formación anatómica y quirúrgica que ya en España había adquirido. Alcanzó luego en Madrid un felicísimo crédito profesional, por él utilizado, con generosidad poco frecuente, para fundar el Instituto de Terapéutica operatoria que luego ha llevado su nombre. En el orden técnico, Rubio practicó la disección de los ganglios linfáticos en la operación del cáncer de mama antes que Kocher y Halsted, operó el bocio parenquimatoso, llevó a cabo una ovariotomía en 1860, dos años después de Spencer Wells, y practicó muy tempranamente otras intervenciones de importancia: la histerectomía (1861), la nefrectomía (1874) y la laringectomía (1878). El granadino Juan Creus y Manso (1828-1898), profesor en Granada (1854) y en Madrid (1877), modificó con ventaja la queiloplastia de Buchanan-Syme e ideó un procedimiento personal para la resección del maxilar inferior.’ Laín Entralgo (1963, p. 625)
Hay que destacar también a D. Alejandro San Martín y Satrústegui, que fue, en opinión de Marañón, la mejor cabeza de la Medicina de su tiempo, opinión que debemos creer, ya que Marañón era muy juicioso en sus opiniones y conocía perfectamente la Medicina de su tiempo.
No fue menor el brillo de las artes que el de las ciencias. Si en el Siglo de Oro trabajó Velázquez, en el medio Siglo de Oro lo hizo Picasso, que no fue sólo un excelente pintor, sino un hombre genial que renovó y reformó el propio concepto de la pintura en todo el mundo, en lo que fue acompañado por otro genio: Salvador Dalí. En el medio Siglo de Oro pintan también Miró, Juan Gris, Ramón Casas y otros. Incluso la música brilló en este periodo: Albéniz, Granados, Eslava, Manuel de Falla y Joaquín Rodrigo.
Idénticas consideraciones pueden hacerse de la arquitectura: Antonio Gaudí superó con creces a Juan de Herrera, y no sólo es un extraordinario arquitecto, sino un hombre genial que -como Picasso en la pintura- renueva todo el concepto de la arquitectura.
Siguiendo con las Artes, y dentro de la Literatura, brillaron la novela y el ensayo. En los primeros años del medio Siglo de Oro comienza a publicar novelas doña Emilia Pardo Bazán, Ilustre gallega condesa de Pardo Bazán. Hay que destacar también a don Ramón Pérez de Ayala en Oviedo, doña Concha Espina en Santander y don Camilo José Cela (premio Nobel 1989) que también publicó varios libros de viajes, renovando la narración de los viajes con un estilo muy propio.
No fue menor la brillantez del ensayo literario, capítulo que quizá deba comenzar mencionando de nuevo a D. José Ortega y Gasset, ensayista riguroso, variado y ameno. En Santander nació, vivió y trabajó algún tiempo otro gran ensayista: D. Marcelino Menéndez y Pelayo, infatigable lector y documentado escritor. Notables ensayos escribió también el antes citado Gregorio Marañón, no sólo sobre temas médicos y paramédicos, sino también sobre cualquier asunto de interés intelectual o social.
Volviendo a la Medicina, se publicaron en esta época dos tratados sobre Medicina Interna, que son probablemente los mejores que existen. Uno dirigido por el catedrático de Valladolid D. Misael Bañuelos, en el que colaboran varios catedráticos de Patología Médica de España, discípulos de Bañuelos. Este Tratado es admirable por varias razones: su amplitud, su rigor y su estilo, científico pero con el añadido de la experiencia de los autores. El segundo tratado fue el dirigido por el catedrático de Barcelona D. Agustín Pedro Pons, en varios tomos, todos y cada uno excelentes.
Los tratados de Bañuelos y de Pedro Pons evidencian y demuestran el excelente momento de la Medicina en España. A estos tratados habría que añadir el volumen titulado “Medicina Interna” de D. Pedro Farreras Valentí. Es este un libro magnífico escrito por un gran internista, por el que han estudiado varias generaciones de médicos españoles. En el mismo campo de la Medicina Interna, debo citar el Tratado de D. Carlos Jiménez Díaz, de Madrid, titulado “Lecciones de Patología Médica” (7 tomos).
En cuanto a las Instituciones, vienen a nuestra mente la Institución Libre de Enseñanza, organización benéfica e ilustre que produjo obras tan admirables como la “Junta para la ampliación de estudios”, que becó a muchos españoles para formarse en el extranjero, y la Residencia de estudiantes de la “colina de los chopos” de Madrid, donde se alojaron Picasso, Dalí, Buñuel, García Lorca y Achúcarro. Esta última era más bien una “Residencia de genios”.
Por todo lo expuesto, creo que no es exagerado hablar de un medio Siglo de Oro. Es muy cierto que la aportación española en el Siglo de Oro XVI fue muy importante. No se concebiría la cultura ni la civilización actuales sin América o sin la Hispanidad, pero tampoco podría concebirse sin la pintura de Picasso o la neurona de Cajal, logros ambos del medio Siglo de Oro de España.
Termino, pues, concluyendo que existió un medio Siglo de Oro español, y que la producción cultural, científica y artística de España en ese medio siglo no fue sólo notable, sino sobresaliente.
Bibliografía
Laín Entralgo, P. (1963). Historia de la medicina moderna y contemporánea (2a ed.). Barcelona: Editorial Científico-Médica.
Madariaga, S. de. (1974). Españoles de mi tiempo. Barcelona: Editorial Planeta.
Marías, J. (1966). Historia de la Filosofía (19a ed.). Madrid: Manuales de la Revista de Occidente.