miércoles, 4 de abril de 2007

En torno al hastío en los hospitales

Me parece que era Heráclito quien decía que todo cambia. “Panta rei”, o sea, “todo fluye”, nada permanece. Nunca se baña uno dos veces en el mismo río, pues
aunque el cauce permanezca, el agua es otra. Algo parecido, y en los últimos años de
foma casi traumática, le ha ocurrido a la esencia de nuestra profesión, especialmente en
los hospitales.
He observado que muchas de las veces que empezamos una charla informal entre médicos, sea sobre el tema que sea, al poco tiempo ya estamos quejándonos de lo mal que nos encontramos en los hospitales. Unos se quejan del sueldo, otros de la falta de promoción y muchos de la falta de medios. Pero el denominador común es el hastío, la falta de ilusión. Ya sé que esto no es general, pero en mi experiencia está muy
extendido. Yo mismo lo sentía y lo sufría con frecuencia cuando trabajaba en el Insalud.
Un ilustre colega me decía hace poco que los sentimientos que abundan entre los
trabajadores de los hospitales son los de indiferencia, apatía, hastío e impotencia. No sólo en los médicos. Por desgracia también los padecen otros titulados.
Creo que la ilusión por el trabajo y por el porvenir era mayor hace años, lo que
tiene su lógica por el gran desarrollo sanitario que hubo durante el franquismo. Ya sé que no es “políticamente correcto” mencionarlo ahora, pero es la verdad.
Recuerdo que hace unos cuarenta o cuarenta y tres años, cuando empecé a
ejercer la profesión, el panorama hospitalario español, salvo excepciones que no hacían
sino confirmar la regla, era desolador. En el Hospital Provincial de Valladolid, que era
también el Hospital Universitario, los enfermos se morían de frío en el invierno. El
presupuesto era tan bajo que los cristales que se rompían tardaban muchas semanas en
reponerse, y en las madrugadas gélidas, con una sola manta raída por cama, algunas
enfermas se pasaban a la cama de la vecina para no congelarse. Lo habitual era llevarse
mantas de casa...los que tenían casa y mantas. Los internos de guardia teníamos que
llevar las sábanas.
Todo el servicio de guardia de presencia física, para una ciudad como Valladolid, se reducía a dos estudiantes de Medicina. Había además un internista y un cirujano -jóvenes e inexpertos por lo general-, localizados. La palabra tenía otro significado entonces, al no haber móviles ni buscapersonas
En la década de los sesenta todo ese panorama cambió radicalmente. Se
construyeron más hospitales en esos diez años que en los doscientos anteriores y en todos los posteriores. Se decidió cambiar el nombre de Hospital -que tenía la connotación de lugar frío, pobre, sucio, desangelado, y paradójicamente inhóspito- por el de Residencia.
La silueta de las Residencias Sanitarias recortándose sobre el horizonte de las principales ciudades españolas empezó a ser una imagen familiar para la mayoría de los ciudadanos.
Al tiempo que mejoraba la anatomía de los hospitales lo hacía también la
fisiología. En los años cincuenta, y ciñéndome a la especialidad a la que me dedico, la
Neurocirugía, no había en toda la Universidad española ningún profesor de esa
importante rama de la Cirugía. En realidad no había nadie, en las Facultades, que la
cultivase con dedicación más o menos exclusiva.
Creo que no sería vanidoso orgullo, sino legítima satisfacción, afirmar que toda
una generación de médicos, la que ahora se acerca a la jubilación, contribuyó
notablemente a ese cambio en la fisiología hospitalaria. Con trabajo, ambición, y a veces hasta con codicia, fuimos arañando conocimientos allí donde los hubiese. Recogimos migajas de saber (y especialmente de saber hacer) en cualquier lugar en que pudiéramos encontrarlas. En España también, pero sobre todo en el extranjero, hubimos de soportar penalidades, hambres, obligados insomnios y hasta desprecios y humillaciones para poder aprender las técnicas, los métodos diagnósticos y los tratamientos -algunos no tan nuevos- desconocidos en los viejos hospitales provinciales y en las antiguas facultades.
Podría también añadir la trascendencia de esa generación en el éxito del sistema MIR, como iniciadores primero y después como profesores.
Algunos tuvimos la fortuna de encontrar maestros (como fue para mí el Dr.
Obrador en Neurocirugía) que nos inculcaron el entusiasmo por la ciencia y la docencia,
lo que creo era aún una benéfica herencia de la inmarcesible Institución Libre de
Enseñanza, quizá una de las instituciones a las que más debe el país.
Ese entusiasmo estaba sustentado -como casi todos los entusiasmos- en estímulos y en ideales. Para algunos, los más pragmáticos, el estímulo podía ser el dinero. Se pensaba entonces que el médico que se esforzase, estudiase y se sacrificase, podría llegar a vivir mejor que el apático y perezoso. Había, o parecía haber, una cierta relación entre esfuerzo y recompensa, entre mérito y retribución. El dinero es un estímulo poderosopara gran número de personas, y muchos médicos no tienen por qué ser excepción.
Pero este casi general estímulo ha perdido vigencia. Los salarios hospitalarios no
son altos, y hay que complementarlos con guardias, que no son pagadas como horas
extraordinarias, sino con el camelo de los módulos...Pero lo más grave no es eso. Lo
verdaderamente injusto es que gana más o menos lo mismo el que estudia, trabaja y se
preocupa que el que va a leer el periódico. Igual percibe el amable, atento y que dedica
tiempo a los pacientes que el hosco y soberbio que se los quita de encima. En resumen,
café con leche para todos, y después, lentejas. Cuando era residente ya se hablaba de la
“Carrera profesional”. Voy a jubilarme y se sigue hablando de ella.
Este problema económico no puede ahora solucionarse con la consulta privada,
como ocurría antaño. Aparte de las trabas burocráticas y de los impuestos, no hay que
olvidar que el seguro con el Insalud es tan obligatorio y monopolístico como cuando lo
fundaron Franco, Girón y Lafuente Chaos (hecho que suelen olvidar los apologistas de la mal llamada “medicina pública”). En realidad, la medicina libre no tendría sentido si ya estamos todos pagando un seguro obligatorio, y bastante caro. Por ello es difícil que el joven tenga ahí una fuente de ingresos. El monopolio de la salud, o quizás mejor, de la enfermedad, parece ser el último de los monopolios que se resisten a dejar los
dinosaurios. ¿Por qué no dejar libertad (palabra tan usada) y que cada uno se asegure con quien quiera? ¿Se vería bien una compañía estatal que nos obligara a asegurar el coche con ella? ¿No permite el Estado que sus funcionarios se aseguren con quien quieran?
De todo lo que antecede se deduce el profundo y esencial cambio de la Medicina
en España. Aquí y ahora, nuestra profesión ya no es liberal. El médico es un asalariado
que tiene un horario. Es antes proletario que profesional liberal. Consecuencia lógica de
esta “proletarización” es la aparición en los últimos años de un hecho nuevo en la
milenaria Historia de la Medicina: las huelgas de médicos.
Resulta curioso que ahora las auténticas profesiones liberales son la ejercidas por
los cultivadores de numerosos oficios, como fontaneros, pintores, calefactores, etc. que
cobran por acto realizado y fijan ellos sus tarifas, y no el médico de hospital, que es un
asalariado al que le han quitado el estímulo que representa la posibilidad de ganar más
dinero trabajando, estudiando y rindiendo más.
En algunos países, como Francia y Canadá, existe una cierta relación entre trabajo desarrollado y sueldo cobrado. No todos los médicos ganan lo mismo, ni parecido, aún dentro de los sistemas estatales. Tengo para mí que los problemas de la sanidad española no se arreglarán hasta que algo de eso nos llegue. Como en tantas ocasiones, nuestra única esperanza es la Unión Europea.

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Pero no sólo de pan vive el hombre. Están también los ideales, la vocación, el
deseo de curar y de servir al prójimo. Existen otros estímulos nada pecuniarios, como la
posibilidad de ir accediendo a puestos de mayor responsabilidad y categoría en los que
uno pueda llevar a cabo tareas de dirección y organización. Este puede ser, en casos, un
estímulo aún mayor, y quizá más noble, que el del dinero. Pero tampoco este camino
aparece claro en la medicina hospitalaria actual. Existe tal caos en la normativa sobre las convocatorias y resoluciones de plazas como en la composición de los tribunales o
comisiones que las han de juzgar. Cada comunidad (especialmente algunas) hace más o
menos lo que le da la gana. Las plazas se convocan cómo y cuándo les place a los
poderosos, y se suelen resolver por el mismo sistema. Esto nos hace añorar los tiempos
en que dos veces por año, inexorablemente, se convocaban todas las vacantes del Insalud de toda España en el B.O.E. , y se resolvían de acuerdo a las normas publicadas.
Respecto a la “carrera profesional”, dudo de que la vean nuestros nietos.
Por otra parte, el profesional médico ha sido apartado, en general, de las tareas de organización y dirección. La política entró hace tiempo en los hospitales, y son los
políticos los que en el fondo organizan y dirigen, y -a juzgar por las estadísticas- no
parece que sea esa una profesión en la que primen los ideales, la generosidad o el deseo
de servir al pueblo. Antes bien parece regirse por el deseo de perpetuarse en el poder.

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Pero aún hay más. Pudiera darse el caso raro del médico a quien no le importasen apenas ni el dinero ni la promoción profesional, sino que su gran ilusión fuese la de formarse magníficamente, acudir a clínicas del extranjero, a congesos y reuniones, llegar a trabajar en la vanguardia de su especialidad, con los medios más sofisticados y el instrumental más avanzado, recreándose tan solo en la satisfacción de saber que sus pacientes son tratados de la mejor manera posible y que sus publicaciones están siempre en primera línea. Pues bien, tampoco este asceta de la Medicina conseguirá ilusionarse en nuestros hospitales. Es difícil conseguir un permiso, aún sin sueldo, para pasar algún tiempo en otro hospital. Recuerdo que para disfrutar de una beca de dos meses en el extranjero, tuve que unir las vacaciones y coger las de un año en Diciembre y las de otro en Enero, pues no “estaban previstos” otros permisos. Creo que esto está cambiando a mejor, según he oído. Tiempo era.

En resumen, dinero ajustado, promoción dudosa y medios escasos es lo que
ofrecen los hospitales a quienes deciden consagrar su vida a ellos. Podríamos añadir
algunas otras desventajas como politización de cargos directivos, interinidades durante
años y años, guardias que no se consideran horas extras, presión asistencial a veces
excesiva, formación continuada a cargo del trabajador, escasa y dudosa protección frente a denuncias e indemnizaciones, y algo que creo muy importante y que se ha perdido: las buenas maneras que caracterizaban antaño las relaciones entre colegas.
Todo ello hace que el médico esté perdiendo la sensación de que el hospital en el
que trabaja es su hospital. Para muchos es simplemente el hospital del Insalud, o del
Sespa, o del Sesgas, Sacyl, etc.. Ahora somos recursos humanos, los pacientes son
usuarios y el hospital es una empresa más o menos politizada a la que hay que
rentabilizar.
Mucha politización, mucha burocracia y poco entusiasmo. No es extraño queaparezca el hastío.

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