miércoles, 4 de abril de 2007

La Chucha

-Señora, ¿es éste el puesto de La Chucha?
La señora me mira con cierto disgusto entreverado de resignación.
-Si hijo, aquí es.
-Pues déme, por favor, dos bolas de anís de a perrona y un regaliz de a perrina.
-Aquí tienes. Un real.
-Tome el real. Adiós señora.
Un año después, cuando ya iba a la escuela del Instituto, la de don Ulpiano y don Ramón, que ahora veo claramente que era la mejor escuela del mundo, volví por allí.
-Me puede dar dos reales de restallones y un regaliz de cordón.
-Si hijo, aquí tienes. Una peseta.
El regaliz de cordón que es talmente como un cordón de zapatos negros, es sabroso y, bien masticado, hasta parece nutritivo. Además dura mucho. Sabe a una mezcla de azúcar, regaliz y gominola que da mucho gusto. Cuando alguien nos pedía un trozo del sabroso cordón, y lo hacía bruscamente y sin educación, le contestábamos de la misma manera:
-Dame un poco.
-Come moco.
Por aquellos tiempos se iba extendiendo la extraña costumbre norteamericana de masticar mucho sin tragar nada.
-¿Me puede dar un chicle de a peseta?
-Si hijo. ¿De menta o de fresa?
Algunos días cambiaba el objeto de consumo, me sentía más tradicional y me acercaba al barquillero.
-¿Cuánto cuesta tirar a la rueda?
-Un real por tirada. Cuatro a la peseta. Sólo para las galletas, los barquillos van aparte.
-¿Puedo tirar dos veces y después me da dos reales de barquillos?
-Bien, tira a ver las galletas que sacas. Por dos reales te doy tres barquillos.
En el paseo del Bombé solía estar el pirulero, que era hombre de poca estatura, pelo blanco y gesto afable. El pirulero no se enfadaba porque se le llamase pirulero, y era muy atento y condescendiente.
-¿A cómo son los pirulís?
-Las piruletas a cincuenta céntimos y los grandes, los auténticos pirulís de La Habana, a peseta.
-¿Qué quiere decir auténtico?
Al pirulero se le vio un poco desconcertado.
-Pues que es de verdad, el verdadero.
-Bueno, pues déme uno de los de verdad. Cuando empecé el Bachiller, a los nueve años, mi abuelo me regaló un duro. Me llegué hasta La Chucha con aires de indiano.
-¿A cómo son los banzones?
-A perrona. Las chinas a dos rea les. Los cubanos a peseta y los mejicanos a dos.
-Pues déme diez banzones, una china y un mejicano.
Y me fui la mar de contento a jugar al “guá”, en su modalidad de “primeras”, “pie” y “matute”, que se me daba mejor que “a la raya”.
Con el predesarrollo de los cincuenta llegaron las pipas a Oviedo. Antes sólo las había en los quioscos de Madrid. Lo mismo ocurrió, algo más tarde, con las palomitas de maíz. También por entonces empezaba a haber algo más de dinero.
-¿Me da un paquete de pipas, unos conguitos y una bolsa de palomitas?
-Si hijo, aquí tienes. Son siete cincuenta.
“Tempus fugit”. En seguida hubo que tapar los pelos de las piernas. Con los pantalones largos llegaban los primeros humos.
-¿Tiene Celtas?
-¿Cortos o largos?
-Cortos.
Aquí tienes. Son cuatro cincuenta.
Maripili, ¿a ti te dejan ya salir sola por las tardes?
-Pues claro, me contesta con suficiencia teñida de desdén. Ya tengo quince años. ¿Y a tí?
-Claro. Ya voy a Preu. Oye, ¿quieres venir esta tarde al cine conmigo?
Echan una película en el Aramo que dicen que es muy buena.
-Bueno. ¿Dónde quedamos?
-En La Chucha a las cuatro, ¿te parece?
Después de comer, mientras me fumo un Celtas, se me ocurre que a Maripili a lo mejor no le gusta el olor del tabaco negro.
-¿Tiene Chester?
-Si hijo. ¿Cuántos quieres?
-Déme una cajetilla.
-Toma. Son seis pesetas.
-¿No costaba un duro?
-Ha subido la semana pasada.

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