Blanca era una chica de dieciocho años que estaba ingresada en el hospital por tuberculosis galopante. Quizá por eso era muy pálida, muy frágil, y tenía ojeras pronunciadas. También era muy blanca. Sólo los ojos y el pelo eran oscuros, muy oscuros. Casi negros.
Blanca impresionaba porque parecía muy enferma. Yo estudiaba Medicina, tercero, y en las prácticas de Patología General tenía que hacerle la historia clínica y la exploración a Blanca. Otros estudiantes me habían precedido, y la chica estaba un poco harta de tanta historia, y lo dejaba traslucir en sus respuestas. Quizás por eso, la mayoría de nosotros, tras recoger los datos clínicos, en vez de cansarla con la exploración rutinaria, le dábamos palique juvenil y amistoso, y no descansábamos hasta verla sonreír.
Algunos de mis compañeros charlaban largo con Blanca. Hizo amigos, y sobre todo con uno, con Álvaro, trabó amistad.
El hospital, era paradójicamente inhóspito, y un día que nevó a modo y se suspendieron las clases, decidimos salir de tuna mañanera e ir a rondar a las chicas jóvenes enfermas que estaban ingresadas, para que se alegrasen un poco y se olvidasen del frío. Con este motivo, con la guitarra en la mano, volví a ver a Blanca, tan menuda, tan pálida, tan poca cosa y tan tuberculosa como siempre. Pero esta vez, en cambio sonreía de continuo, con las canciones que le dedicábamos. Alvaro, que era el cantor, le encandilaba con su voz y con su mirada, especialmente cuando cantaba lo de la “tuna compostelana”, que es muy sentimental y romántico.
La cama de Blanca tenía sólo una sábana y una manta raída, y yo creo que por las noches pasaba frío.
Recuerdo que terminó por curarse, y no supe de ella desde que abandonó el hospital, con mejor color y unas pocas más de carnes, tampoco demasiadas.
Los que estudiamos en esos ambientes, allá por los años cincuenta y sesenta, queríamos una Medicina que empezase por el principio, es decir, por tener unos hospitales con calefacción y con mantas, con limpieza y con higiene, como primeros pasos. El cariño y el interés por el enfermo, la amistad y la alegría, tendrían que venir por añadidura, que de eso nunca había faltado en nuestra tierra.
Pasaron los años. Ciertamente tenemos calefacción en los hospitales, y las mantas pocas veces escasean. No sobra, pero tampoco falta, limpieza e higiene. Todo el país, y también los hospitales, progresaron mucho desde entonces. Los diagnósticos son mucho más exactos, y los pronósticos rara vez dejan de cumplirse. Pero, ¿es suficiente el cariño y el interés que mostramos hacía el enfermo? ¿No sería mejorable el trato al paciente? ¿Es lo de hoy humana Medicina para enfermos, o más bien impersonal sanidad para usuarios, impuesta por un seguro único y politizado que -aunque se cambie de nombre- sigue siendo tan obligatorio y monopolista como antes?Es muy posible que hoy Blanca no tuviera frío en el cuerpo, pero en la sórdida soledad de su cama quizá algún otro tipo de escalofrío le estremeciese el alma
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