miércoles, 4 de abril de 2007

Gústesme bable y non sé, remediar esa querencia

Estaba el pasado fin de semana muy lejos de España cuando leí en un periódico de la Villa y Corte que unos intelectuales de Oviedo (citaban a Bueno y a Alarcos) arremetían contra la “llingua”. a la que calificaban de “engendro”, entre otros adjetivos agresivos y más o menos insultantes. Lo de “intelectuales de Oviedo” debe entenderse como afincados, avecindados o domiciliados en Oviedo, porque ni de Oviedo ni de Asturias son los profesores citados por el mentado diario.
Consiguientemente, su infancia transcurrió en otras tierras. Curiosamente, según creo, en tierras caracterizadas por un fuerte arraigo del castellano, del que dicen nació en La Rioja, de donde pasó a Castilla, y desde ahí, con modos imperialistas, se impuso a medio mundo. El humilde bable (“Gústesme porque yes probe: tan probina como vieya; fabla dulce de mio Asturies; encanto de la mio tierra”) no pudo competir con la lengua del imperio y quedó en “lengüina probe”, más útil para sentimientos que para filosofías.
-¿Entós qué ye, que van quitanos les palabres?
-Hailos que te quiten hasta la gaita, si non l'amarres.
Hace unos días me preguntaron mi opinión sobre el bable.
“Para expresar algunos sentimientos, viene a pelo”, contesté.
-¿Sentimientos? -dijo mi interlocutor.
—Claro. Nunca se me ocurriría dar una conferencia sobre la genética molecular de los glioblastomas en bable. Probablemente tendría que bablizar del inglés las mismas palabras que habría de castellanizar si la diera en español. El bable no está para divulgar ciencias complejas. -Entonces ¿para qué está?-Mira, no es que esté, es que es. Cuandu yera un nenu y la mío güelina dicíame: “Vete chucate, qu'enantes de dormite voy dir date un besín”. O cuando el güelín entrugaba: “¿Prestote el regalín que te fice?”, yo no conocía otra expresión de sentimientos mejor que el bable. Mi infancia está preñada de bable. Sin él, sería otra infancia. Yo fui niño en Asturias. Con perdón.

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