Una verdad biológica poco conocida es que a partir de los treinta y tantos o cuarenta años varios miles de neuronas se van muriendo cada día. Es cierto que hay muchos miles de millones en cada cerebro humano, pero también lo es que -en algunas personas- a partir de cierta edad, otras muchas se deterioran, con lo que dejan de funcionar. Quizá por esto, con la edad, nos va resultando más difícil el aprendizaje.
Se ha dicho que después de los cuarenta y cinco o cincuenta años poco nuevo se aprende. Se madura, se concentra y se depura lo ya aprendido. Se barajan mejor y con menos trabas los conocimientos previos. Se establecen conexiones entre conceptos y se llega a más profundas conclusiones. Por eso es una edad más creadora. Pero las neuronas parecen estar más rígidas y aceptan peor las nuevas señales y normas, y los símbolos recientes.
Enseñadle a un niño un código de señales simple, como es: rojo significa detenerse, verde que se puede pasar y amarillo precaución. Lo aprenderá a la primera y sin el menor esfuerzo. Enseñádselo ahora a cualquier anciano que acabe de llegar de la aldea y veréis cómo alguno lo olvida de inmediato, otro lo tergiversa y a todos hay que repetírselo varias veces.
Digo esto porque talmente me parece que algunos políticos deben de andar ya escasos de neuronas, y muestran poca o nula flexibilidad y capacidad de aprendizaje. Desde hace algún tiempo me preocupa el caso del señor Arzallus; naturalmente, desde el punto de vista científico.
Según la información a mi alcance, Arzallus, de joven, era más bien rígido y dogmático, hecho frecuente y hasta natural en una persona que abraza la religión y se transforma, por tanto, en hombre de creencias fijas e inmutables. Ahora, ya mayor, se conduce de modo desconcertante. Ya era sospechoso que -cuando cura- tuviera de director espiritual a Setién, que ya se imaginan hacia dónde podía dirigirle. No ha mucho expresó extrañas y pintorescas ideas sobre la prevalencia y distribución geográfica de un antígeno peculiar del mono Macacus rhesus, más conocido como factor Rh, y ahora, pasado ya algún tiempo, y con muchas menos neuronas por tanto, afirma todo serio que no sabe adónde va Herri Batasuna. Debe de ser él único español que no lo sabe.
Un jefe que tuve hace ya tiempo, el doctor Obrador, además de ilustre neurocirujano era hombre tesonero, porfiado y vehemente. En uno de sus viajes a Rusia, en plenas dictaduras franquista y comunista, se le metió en la cabeza el apasionado deseo de ver el cerebro de Lenin, que estaba conservado y custodiado en algún lugar de Moscú. Pese a ser día de fiesta, logró obtener los permisos y llegar a la vitrina donde se exponía tan ilustre y distinguida masa encefálica. Al primer golpe de vista exclamó espontáneamente:
-¡Joder, qué atrofia tenía!
Otro médico español que acompañaba a Obrador empezó a temblar de miedo, pensando que si los rusos le hubieran entendido les podían haber facturado directamente a Siberia. Afortunadamente, ninguno de los rusos presentes sabía español y ambos colegas regresaron a Madrid para contarlo.
Por todo lo que antecede propongo seriamente que a los políticos de cierta edad se les haga un escáner cerebral periódicamente, especialmente si dan respuestas incoherentes o alejadas de la más elemental lógica. Esto nos permitiría valorar su posible grado de atrofia cerebral.
No hay que rasgarse las vestiduras. En USA, hace ya más de treinta años, hacían electroencefalograma obligatorio a los pilotos de aviones... y encontraron un 5% de anomalías. Bien sé que la historia está llena de ancianos ilustres en la política, así como en la ciencia y en las artes; pero eso refuerza mi propuesta. Un escáner o una resonancia magnética nos pueden ayudar a distinguir a los ilustres, expertos y pacíficos, de los jomeinis fanáticos. Un escáner a tiempo puede evitar disgustos, odios y a lo mejor hasta algunas muertes. O quién sabe si una guerra.
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